Sólo sé tú mismo: el gran engaño de la sociedad de consumo y de la espiritualidad new age
Filosofía
Por: Joaquín Bretel - 02/23/2023
Por: Joaquín Bretel - 02/23/2023
"Sé tú mismo" se ha convertido en el eslógan de la espiritualidad de nuestra época, una espiritualidad que supone estar libre de los dogmas de la religión y que celebra nociones como la autenticidad y la libertad de expresión, sexual y demás.
Ser uno mismo parece ser la máxima aspiración del ser humano secular que busca encontrar significado en el mundo y alcanzar su propio potencial pero sin tener que servir a un maestro, someterse a la disciplina de una religión o a doctrinas que considera enajenantes, pues cree que si tan sólo logra ser él mismo, todos los problemas de insatisfacción o de sentirse inadecuado se borrarían instantáneamente y, más aún, brillaría naturalmente por la pura expresión de su ser, liberado, totalmente cómodo en su propia piel. La espiritualidad y la psicología se funden en su objeto central: el yo, que, como enseñaron Sigmund Freud y otros pensadores del siglo XX, debe liberarse de todo tipo de represiones y ejercer libremente su deseo.
El origen de esta idea –que se ha convertido en el motto existencial de las últimas generaciones, desde los boomers hasta la generación Z– es complejo, pero existen ciertos autores que claramente han sido influyentes.
Uno de los más conspicuos es Friedrich Nietzsche, especialmente en su exaltación de la la voluntad, la creatividad y la libertad del individuo, cualidades de un espíritu libre en oposición a la llamada "mentalidad del rebaño" o "de esclavo".
Ideas de Nietzsche como seguir los instintos, reemplazar la moral por el estilo de vida y hacer de la propia vida una obra de arte reaparecen en la actualidad, aunque muchas veces diluidas bajo guisas que seguramente habrían inquietado al filósofo, como pueden ser la sociedad del consumo (que de la mano del marketing enfatiza que somos seres únicos, que deben expresarse a través de productos y experiencias), la teoría queer (que abraza la idea de la expresión de nuevas identidades sexuales como afirmación del yo único), ciertas expresiones del feminismo en las que se sostiene que la felicidad está más ligada al desarrollo profesional de las mujeres que a los vínculos sociales y familiares y, que por supuesto, enarbola el empoderamiento del individuo.
El culto moderno al individuo, en general, subsume la espiritualidad y el arte mismo a meras manifestaciones de una identidad política, de un individuo que se libera de las fuerzas opresoras dentro de una lucha de poderes. "Ser uno mismo" es así la expresión del sujeto deseante que alcanza a hacerse consciente de las fuerza opresoras de la historia que convergen en la sociedad y en la religión y que, luego de dicha toma de conciencia, se elige a sí mismo, en el acto triunfal de la voluntad propia, y vive su vida conforme a sus propios deseos inadulterados –o al menos, lo que cree que son sus propios deseos–.
También han sido influyentes las ideas que se desprenden del movimiento de "potencial humano", como se enseña en ciertas universidades de California, por ejemplo el Instituto Esalen, heredero del "movimiento trascendentalista", donde el trabajo se centra en alcanzar un estado de plenitud del yo.
Dicha corriente de pensamiento también guarda relación con ideas provenientes de la religión new age, que presentan versiones rebajadas, o hechas a la medida, de la espiritualidad oriental y que sugieren que existe un yo verdadero o yo superior que debe ser encontrado y afirmado. La plenitud o el significado de la existencia se logra cuando este yo auténtico o superior se actualiza.
Otra influencia importante son las ideas de la psicología profunda del ya mencionado Freud y también de Carl Jung, en donde se sugiere que el ser humano tiene una dimensión oculta o inconsciente, la cual debe integrar, liberar o sublimar para dejar de ser víctima de oscuras fuerzas opresoras que existen en su propia psique o en la sociedad misma.
Jung particularmente enfatizó el arquetipo del sí mismo y, aunque este tiene puntos en común con el atman indio, que es más bien una negación de lo individual, formuló su psicología en términos de la creatividad, la expresión individual y el seguimiento de la intuición o una voz interior, es decir, del alma individual o yo verdadero, que es algo que está cubierto y que debe descubrirse a través de la fantasía y el arte, entre otras cosas.
Las ideas de Freud fueron sumamente influyentes en la publicidad y en las relaciones públicas, desde donde se promovió la noción de que perseguir los deseos (particularmente en relación con la afirmación de la sexualidad) era la forma de expresar el yo auténtico y conseguir la libertad. Así, por poner un ejemplo de una asociación de ideas que hoy consideramos "normal", Ed Bernays logró que el concepto de liberación femenina se asociara en el imaginario colectivo con el hecho de que las mujeres fumaran cigarrillos.
En cualquier caso, la idea y aun el imperativo de que uno debe ser uno mismo hace de la espiritualidad una especie de terapia psicológica cuyo propósito es buscar un supuesto estado de autenticidad que yace oculto o ausente.
Incluso si se se dice que ese estado no es más que nuestra naturaleza verdadera, es evidente que no está presente actualmente, pues de estarlo ya seríamos quien realmente somos y nuestra experiencia sería radicalmente distinta, según se promete.
Por supuesto, esto es absurdo. Si no está presente actualmente, ¿dónde está? Se suele responder que se encuentra en nuestra alma o en nuestro corazón y que aflora cuando hacemos lo que nos gusta o cuando estamos relajados.
La primera alternativa no tiene un lugar en el espacio; en el caso del corazón, obviamente se habla de una metáfora. Por otro lado, la idea de que el yo verdadero emerge solamente en ciertos momentos, de nuevo nos obliga a preguntarnos dónde se encuentra o hacia dónde se aleja cuando realizamos actividades que no nos complacen tanto. Y si esto es así, ¿qué hay en las actividades placenteras o "espirituales" que es capaz de engendrar yo verdadero?
Resulta evidente que el yo verdadero, la idea de ser realmente uno mismo, es una metáfora. Pero más aún, lo que describe esta metáfora suele ser una versión positiva de nuestra personalidad, confiada y relajada; un estado desde el cual es más fácil tener éxito en el mundo. Pero no hay nada que distinga de manera fundamental, ontológicamente, a este yo positivo, agradecido y creativo de un yo, por ejemplo, nervioso, irritable e incómodo. El yo que se siente mal, que rehuye y se cierra sobre sí mismo, es tan verdadero como el yo que se abre al mundo y que disfruta de las experiencias.
Aunque, por supuesto, nos gusta creer que nuestros mejores aspectos son lo que realmente somos, mientras que los que no nos gustan deben de ser ilusorios, acaso sólo remanentes de la programación social o del trauma infantil. Esta creencia es muy útil para el sistema económico dominante, pues gran parte de nuestra vida gira en torno a buscar experiencias o productos que nos ayuden a afirmar esos aspectos de nuestra individualidad que nos permiten destacarnos de los demás y expresar nuestro "ser verdadero".
La vida se convierte así en una perenne búsqueda de uno mismo. Pero es una búsqueda que ya no cuenta con las herramientas tradicionales de la religión y la cultura clásica –a las cuales renuncia por considerarlas dogmáticas, anticuadas o elitistas–, sino con herramientas de la psicología derivadas de la ciencia, el coaching, la cultura del entretenimiento (o el "infotainment") y versiones new age de la astrología y el esoterismo. Curiosamente, este acercamiento a la interioridad es, según un reciente artículo de la BBC, una ventaja. Dice el texto:
Los miembros de la Gen Z de todo el mundo tienen muchos más recursos para averiguar quiénes son, incluyendo aplicaciones de redes sociales como TikTok, en las que terapistas discuten consejos para tener formas de apego y relaciones saludables.
Valoración que expresa perfectamente la creencia popular moderna de que estar expuesto a más información se traduce en conocimiento. Que lo importante es tener más opciones y a partir de ello decidir aquello qué nos gusta a cada cual, pues no hay mejor verdad que nuestra propia verdad. ¿Por qué creerle a Platón, quien después de todo era algo así como "protofascista", si hay un creador de TikTok que lo explica en dos minutos de una manera que conecta con mis sentimientos?
La idea de instalarse en "el yo verdadero" va de la mano del discurso del empoderamiento y de la concepción de la historia como una lucha de poderes. Bajo esta óptica, el yo verdadero, el que es él mismo, es equivalente al pueblo o grupo social que ha sido oprimido a lo largo del tiempo. Y así como el ser humano, bajo esta concepción, es un ente meramente material, sin ninguna verdadero origen u aspiración trascendente, el yo no tiene una orientación trascendente; su autorrealización es sólo ser él mismo y liberarse de las estructuras enajenantes de la religión, la sociedad y el poder que ejerce la jerarquía. La espiritualidad es, a fin de cuentas, sólo la expresión auténtica de su identidad, la creatividad, pero siempre desde el polo que mira hacia lo inmanente y lo político; en otras palabras, el poder de afirmarse, de decir "sí" a la vida.
Pero esta vida que afirma no es realmente la vida que Nietzsche exaltaba, sino una vida que ha sido organizada, calculada y sanitizada de todo "espíritu" extraño, de todo lo invisible e incalculable por la ciencia y la sociedad democrática. La supuesta rebeldía y las ideas "revolucionarias" del individuo han sido inculcadas por las agencias de marketing y los estudios de cine de maneras totalmente predecibles. Ante esto, el acto aparentemente transparente de querer es más bien opaco. ¿Cómo puedo saber que quiero lo que realmente quiero?
La respuesta a esa pregunta parece ser funcional: aquello que me hace mejor, eso es lo que realmente quiero. Pero sólo sé que me hace mejor comparándome con lo demás. El empoderamiento nunca es un acto privado de liberación a través del conocimiento, sino de expresión pública y social de la propia individualidad. Uno descubre que es realmente él mismo a través del aval de los demás, cuando se siente cobijado por la mirada de los demás, quienes aprueban y celebran su autoexpresión. Contradictoriamente, se dice que ser uno mismo requiere simplemente de aceptarnos como somos, pero la mayoría las veces se pide a los otros que nos acepten y nos vean de cierta manera e incluso que usen ciertos nombres o pronombres para referirse a nosotros mismos. Ser uno mismo acaba siendo, sobre todo, ser validado por lo demás de una forma que nos hace "especiales".
En este sentido, las celebridades son los grandes ejemplos de personas que son realmente "ellas mismas", pues todo lo que hacen tiene su propio sello de libertad y de autenticidad. Especialmente las celebridades de la era de los reality shows y de Instagram, que son célebres, en apariencia, por ser sólo ellas mismas y no necesariamente por tener un talento único: aparentemente, su talento es su individualidad y estar cómodas por completo en ella, hasta el punto de que eso es justo lo que venden.
Parte de la idolatría hacia este tipo de personas es la idea de que todo lo que hacen es digno de celebrarse y admirarse porque son exploraciones y expresiones de su propia identidad. Todo lo que hacen tiene su sello, y es genial, puesto que son libres, puesto que son siempre ellas mismas.
Ante esto deja de importar la calidad artística, una cierta objetividad de la belleza, y lo que reina es sólo el culto a la personalidad o el derroche de la creatividad del yo en su proliferante "reinvención", siempre desde el surtidor del inmutable yo verdadero. Una tendencia que ya se inauguraba con artistas de mayor talento, como Salvador Dalí, que priorizaban la expresión del individuo y la creatividad como bien en sí mismo por sobre un modelo más clásico del arte en el que, contrariamente, se buscaba remover al individuo para permitir la expresión de lo universal y el servicio a un ideal divino o moral.
En un artículo en El País, Clara Serra escribe:
La identidad es la nueva religión contemporánea y "ser uno mismo" su principal mandamiento. Como dice Eudald Espluga (No seas tú mismo, 2021) la cultura de la autenticidad personal es constantemente promocionada a través de las redes, los discursos de autoayuda y la doctrina del self-encouragement que las empresas dirigen a los "empresarios de sí mismos", es decir, a los trabajadores asalariados.
Ser uno mismo se vuelve parte de la "obligación de tener que ser feliz", de tener que ser el mejor que puedo ser (siempre desde la estructura y las categorías de la sociedad secular). El éxito e incluso la belleza (pues somos bellos si nos sentimos bien con nosotros mismos) son igualados al "ser uno mismo". Para que se desarrolle la industria del coaching y la autoayuda es necesario que podamos no ser nosotros mismos, para ser nosotros mismos emprendedores, convertirnos en los emprendedores de nuestro camino de descubrimiento. Nos movemos así hacia el encuentro de nuestro destino en una lucha pretendidamente heroica. La idea de ser tú mismo supone una búsqueda activa, un proceso de construcción o creatividad. Descubrimos nuestro yo verdadero a través de experiencias de transformación y actos de libertad. Pero, por supuesto, para esto esto necesitamos ayuda, todo tipo de accesorios que nos permitan desnudarnos de manera brillante.
A diferencia de la espiritualidad no religiosa del culto al yo auténtico, la religión tradicional entiende generalmente que el proceso de autoconocimiento es más bien negativo: ocurre a través de la austeridad, el ascetismo y el abandono de ciertas conductas sociales que afirman la propia identidad, como el dinero, la fama o el poder. Quizá por eso la religión tradicional ha dejado de ser atractiva para las nuevas generaciones, dominadas por el culto al individuo, promovido también desde la publicidad y el marketing. El sujeto espiritual pero no religioso necesita siempre una nueva experiencia, un nuevo viaje o un nuevo hobby para expresarse.
En completa oposición a la idea moderna que valora la individualidad como lo más precioso, Simone Weil escribió que lo sagrado en la persona es lo impersonal, justamente aquello donde el yo es negado y en última instancia aniquilado. La vida, entonces, se trata no de "llegar a ser alguien" o "llegar a ser uno mismo", sino de dejar de ser alguien y dejar de vivir en la ilusión de que el yo existe y que podemos construir el sí mismo que realmente somos.
El monje trapense Thomas Merton escribió:
En una era en la que se habla tanto de "ser tú mismo", me reservo el derecho de olvidarme a mí mismo, ya que en todo caso hay muy pocas posibilidades de ser cualquier otro. En cambio, me parece que cuando uno intenta demasiado "ser uno mismo", corre el riesgo de personificar una sombra.
Las palabras de Merton son certeras y capturan el grueso del argumento aquí expuesto. La noción de "ser tú mismo" se ha vuelto, paradójicamente, una forma de personificar un constructo social, una forma de ser sancionada, validada y cultivada por la sociedad.
No hay nada que hacer para ser uno mismo: siempre ya eres tú mismo. Pero Merton habla de algo más: el derecho a olvidarte a ti mismo (Baudelaire había hablado del derecho a alejarse). La posibilidad que sea mejor –si es que lo que se busca es la verdad y no el éxito o el confort– simplemente abandonar toda noción de sí mismo, de un yo que debamos cuidar o mejorar. Y es que no sólo no existe un yo verdadero: nadie nunca ha encontrado siquiera el yo ordinario. Tal cosa como un yo permanente e independiente, del cual se pueden hacer aseveraciones como "verdadero" o "falso", etc., es sólo una designación conceptual, una metáfora para describir una serie causal de memorias, percepciones, sensaciones y demás. Es la ilusión que nos permite tener cierta seguridad, pero también quizá el obstáculo fundamental que nos aleja de la verdad y de la comunión con la realidad. Como escribió el maestro zen Dogen:
Estudiarse a sí mismo es olvidarse a sí mismo. Olvidarse a sí mismo es ser iluminado por el universo.