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Intercambiar productos o servicios por publicidad se ha convertido en una práctica común entre los influencers que, sin embargo, comienza a generar polémica

Como sabemos, una actividad muy particular de nuestra época es la del infuencer: personas que han acumulado una buena cantidad de seguidores en perfiles de redes sociales como Instagram, TikTok, Twitter, YouTube y otras y que por ello tienen “influencia” sobre las personas que los siguen en dichos canales, de modo que pueden incidir en comportamientos, ideas, lugares que se quisiera visitar, productos por comprar, etcétera. 

De ahí que dicha “influencia” sea capitalizable, pues un video de un influencer, un tuit o una publicación en Instagram tiene el “poder” de, por ejemplo, aumentar el volumen de compra de determinado producto, poner un restaurante de moda o hundir la reputación de una marca o de un destino turístico.

Esa posibilidad, por supuesto, es bastante relativa y más bien, como ocurre con una buena parte de la realidad de nuestra época, su fundamento es una entelequia. Como bien pronosticaron hace unos años pensadores como Jean Baudrillard o Gilles Lipovetsky, la nuestra es una época caracterizada por la hiperralidad y el vacío; existen fenómenos y situaciones que, aunque reales, han perdido el vínculo con la realidad palpable o material que caracterizaba a casi todo producto de la cultura humana al menos hasta antes de mediados del siglo XX. 

De alguna manera, el influencer es el extremo de esa tendencia: una persona cuyo trabajo es sostener una imagen, o mejor dicho, la apariencia de una imagen. Como señaló también la socióloga y antropóloga brasileña Paula Sibilia a inicios de los años 2000, la cultura humana transitó paulatinamente del ser y el tener al parecer, siendo este el verbo fundamental de la civilización contemporánea. Ahora todo consiste en parecer, y los influencers son la prueba de ello.

Pero no es sencillo sostener permanentemente una apariencia, menos aún como forma de vida. Tal y como enseñan ciertas fábulas populares (el cuento del traje nuevo del emperador, por ejemplo), la realidad material termina por imponerse, acaso porque el ser humano necesita ese vínculo con lo material y lo palpable.

En ese contexto, recientemente varios influencers se han visto en medio de una polémica derivada de la práctica bastante habitual de pedir productos o servicios a cambios de “publicidad”, “menciones” y otras ganancias afines para las personas, empresas, marcas o lugares como restaurantes y hoteles que contactan.

Un ejemplo reciente lo protagonizaron el chef Edgar Núñez y la influencer de origen colombiano Manuela Gutiérrez, quien envió un mensaje a Nuñez pidiendo “una comida para dos” en uno de los restaurantes del chef a cambio de stories de Instagram publicadas en el perfil de la joven:

Estaré en México a final de mes con mi novio, y me encantaría saber si es posible realizar un canje publicitario, en donde los recomiende y muestre sus servicios en mi Instagram a través de mis historias, las cuales quedarán ancladas en un highlight, a cambio de una comida para los dos. Para mí sería todo un honor poder trabajar con ustedes!

El chef respondió con sorna, burlándose de la pretensión de la joven de “comer gratis”.

A este caso se suman otros en los que influencers han pedido hospedaje en hoteles exclusivos, productos de precios elevados tales como televisores o teléfonos móviles, además de reservas en restaurantes de todo tipo, todo a cambio del beneficio difícilmente mensurable de la publicidad.


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Imagen de portada: Instagram (montaje)