En gran medida, la espiritualidad tradicional, con su influencia monástica y sacerdotal, se debate entre la participación sensual en el mundo –que la llama y la seduce con la belleza de la forma– y la vida ascética de purificación y renuncia que mira solamente hacia lo trascendente. Este conflicto es plasmado perfectamente en un poema de Bhartrihari que Octavio Paz incluyó, en una versión personal, en sus Vislumbres de la India:
¿Para qué toda esta hueca palabrería?
Sólo dos mundos valen la devoción de un hombre:
La juventud de una mujer de pechos generosos,
Inflamada por el vino del ardiente deseo,
O la selva del anacoreta.
Ahora bien, para muchos místicos, especialmente para los practicantes del tantrismo y de algunas corrientes de bhakti (y podríamos agregar también quizás al sufismo), este es un falso conflicto. Lo que exploraremos aquí es justamente ese "vino del ardiente deseo", particularmente desde la importancia seminal que tiene el deseo en las diferentes religiones de la India.
Es indudable que existe una tensión en la espiritualidad hindú, budista y jainista, en relación con el deseo. Esto puede apreciarse, por ejemplo, en la segunda noble verdad del Buda, que señala al tanha (pali) o el trishna (sánscrito) como el origen del sufrimiento, un término que suele traducirse como "sed" o "deseo", generalmente con la connotación de aferramiento. El mismo Buda enseña que lo que imprime karma, y por lo tanto inyecta combustible a la rueda del samsara, es la intención deliberada, cetana, con la que se realiza un acto. Esto es el acto volicional que espera una recompensa o que busca un fruto al actuar. Esta doctrina budista, sin embargo, se alimenta del pensamiento upanishádico con el que coexiste el Buda. En el himno de la creación del Rig Veda leemos que el deseo, kama, "es la primera semilla de la mente". El poeta del himno conjura la imagen de un ardor, de un fuego que se enciende sobre las aguas informes del origen. Esa incandescencia del deseo es el origen de todo lo que existe.
En el Atharva-veda, como comentario a dicho himno, se dirá luego que el deseo hizo la luz (algo que tiene un eco maravilloso en Simone Weil, para quien "la atención extrema es lo que constituye la facultad creadora del hombre"). Al respecto el profesor Radhakrishnan escribe: "kama, el deseo, la voluntad cósmica, es la fuente primordial de toda la existencia". El budismo, sobre todo el budismo theravada, con cierta tendencia acosmista, verá toda la construcción kámica-kármica del samsara como algo que debe extinguirse. El mundo en el que vivimos es sufrimiento. Ese fuego que lo alimenta debe extinguirse; ese es el nirvana.
Si bien el hinduismo tiene una actitud más positiva en torno al deseo, en comparación con el budismo temprano, no debemos pensar que no existe también en el hinduismo una importante corriente que busca extinguir el deseo, pues su cosmología en este punto es muy similar. Es el deseo el que perpetúa el samsara y el samsara es esencialmente sufrimiento, al menos en tanto que no se alcanza la sabiduría, la cual consiste en gran medida en dejar de perseguir (y desear) objetos impermanentes con la intención de alcanzar la felicidad a través de ellos. Este es fundamentalmente el contexto en el que se desarrolla la filosofía védica y upanishádica, en donde se busca la renuncia y la eliminación del deseo suprimiendo los actos, en la absorción del jñana (o conocimiento).
Poco a poco, sin embargo, surgen diferentes alternativas. Con el surgimiento de los textos que clasifican las actividades apropiadas según las clases (los sacerdotes, los guerreros, los comerciantes y los sirvientes), se legitima la persecución del deseo (kama) como un objeto válido (artha) que provee de sentido a la vida humana. Así, tenemos que los cuatro purusarthas son: artha (prosperidad, riqueza), kama (placer), dharma (moralidad, deber) y moksha (liberación), de los cuales lo más alto es el moksha, que a su vez implica finalmente una trascendencia del deseo.
Paralelamente, a partir de la Bhagavad Gita y en adelante se legitima un tipo de deseo: el deseo que se dirige hacia la divinidad, un deseo que es una especie de fuego que todo lo purifica. Por su parte, el gran Shankaracharya, la principal figura del vedanta, asociado a la renuncia del mundo, sostiene que en un principio el deseo de liberación es necesario, en cierta forma, el deseo de dejar de desear y sufrir.
Hay dos movimientos que resignifican profundamente el deseo en el paisaje espiritual indio: el bhakti (la devoción) y el tantrismo. El bhakti (que surge primero en el sur de la India en el contexto de la poesía dirigida a la divinidad) empieza a utilizar metáforas francamente eróticas. Deidades como Krishna son representadas como amantes irresistibles que seducen a los devotos más allá de toda regla o convención social. El culmen de la religiosidad empieza a representarse como tener una relación erótica con la divinidad y el deseo como justamente aquello que permite destruir las cadenas del karma y del samsara. A través del amor que se dirige a la divinidad, el devoto expande su propio amor hasta que abarca el mundo entero, que es reflejo de esa divinidad que todo lo sostiene e ilumina. Así, por ejemplo, los devotos de la secta vaishnava de Bengala, que adoran a Krishna como la divinidad suprema, suelen entrar en furores extáticos de erotismo en los que toda la naturaleza es vista como el cuerpo de la deidad.
El entendimiento más radical y positivo del deseo se da en el tantrismo, la compleja tradición tanto budista como hindú que utiliza el deseo y la energía del cuerpo como el principal mecanismo hacia la liberación. En el Hevajra Tantra se dice que "por la misma pasión por la cual el mundo está atado, por esa misma pasión el mundo se libera". El tantrismo es una soteriología que se basa en la transgresión de las normas convencionales que restringen la conciencia a modos dualistas de percepción y por eso mismo tiene una concepción radicalmente distinta del deseo. Sin embargo, pese a algunas representaciones culturales equivocadas del tantra, esta tradición no debe comprenderse como una especie de orgía desmedida, y menos aún como una especie de terapia multiorgásmica. El tantrismo utiliza ciertas prácticas sexuales en etapas avanzadas de la práctica, pero no se puede decir que esto es lo esencial en sus enseñanzas. Lo esencial es la concepción del deseo libre de etiquetas y dicotomías. Asimismo, el deseo no se libera sin bridas, más bien se transforma, se utiliza como si fuera una sustancia similar al plomo que debe transformase en oro a través de un proceso alquímico y por ello el practicante tántrico debe atravesar necesariamente una purificación para poder practicar propiamente tantra.
Así entonces, tenemos un breve panorama de la complejidad y las tensiones que animan la concepción del deseo en la religiosidad india. Podemos terminar con la imagen de Shiva, quien es representado como el asceta prototípico, el renunciante que vive en la montaña practicando austeridades, pero quien, como ejemplo claro de la dualidad que anima el paisaje indio, es también el más poderoso e indomable amante: el fuego mismo que crea y destruye el universo.
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