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¿La vida sólo merece vivirse si somos capaces de percibir la belleza y conducir nuestra propia existencia como una obra de arte?

Recientemente escribimos aquí sobre el nihilismo, el cual se ha convertido por en la postura filosófica de nuestra época (pues lo que impera es la ausencia de una postura filosófica). El nihilismo en gran medida es resultado de la caída de los grandes sistemas religiosos y la creencia en absolutos que antes daban sentido a la vida.

Para algunos filósofos este nihilismo implica la posibilidad de la libertad. Este es el caso de Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre y otros filósofos existencialistas, que consideran que el ser humano no tiene una esencia y por ello es libre para construirse a sí mismo. En el caso de Nietzsche, en su intento de dar un nuevo sentido y un nuevo valor a la existencia (luego de la llamada "muerte de Dios"), la vida liberada de la moralidad y de lo trascendente tenía sentido como una obra de arte, como un fenómeno estético. Esto es, la vida en sí misma como fenómeno, como apariencia que se muestra a los sentidos y como posibilidad estética (es decir, perceptual) y creativa o artística. Es a Nietzsche a quien debemos el precepto haz de tu vida una obra de arte, que en nuestra era ha sido tan bien cooptado por la marcas comerciales

Una de las constantes en la obra dispar de Nietzsche es justo esta noción de que la vida tiene sentido sólo como fenómeno estético. La primera mención de esto ocurre en su primer libro El nacimiento de la tragedia, su estudio sobre la música y su relación con los dioses Apolo y Dionisio. Nietzsche escribe: "Podemos asumir que sólo somos imágenes y proyecciones artísticas para el verdadero autor, y alcanzamos nuestra más alta dignidad en nuestro significado como obras de arte —pues es sólo como un fenómeno estético que la existencia y el mundo son eternamente justificados".

Aquí Nietzsche se encuentra claramente bajo el hechizo de Schopenhauer y la metafísica. El joven Nietzsche no parece haber renunciado aún a la idea de un sujeto o una voluntad trascendente, el "artista primordial" del mundo es "a la vez sujeto y objeto, al mismo tiempo poeta, actor y espectador". Nietzsche parece estar hablando de una especie de demiurgo o soñador del mundo, similar a la noción de la deidad en el hinduismo.

Más tarde el filósofo abandonará este lenguaje místico-teológico, pero conservará la noción de la justificación estética de la existencia; esta idea ha sido enormemente influyente en nuestra época, en la que el arte ha capturado el remanente de lo religioso, como sucedáneo de la creación de valor y significado.

Evidentemente la noción de vivir la existencia como un fenómeno artístico y autocrearse como si uno fuera una obra de arte es más un discurso que hace tolerable el nihilismo de fondo, en vez de algo que las personas realmente pongan en práctica. En este sentido el arte se ha convertido en un opio para el pueblo.

Nietzsche en el prefacio con el que revisó El nacimiento de la tragedia critica el cristianismo por ser, según su opinión, la antitesis de la vida estética:

Nada podría estar más en oposición a la interpretación y justificación puramente estética del mundo que son enseñadas en en este libro que la enseñanza cristiana, que es, y quiere ser, sólo moral y relega el arte, cada arte, al reino de las mentiras; con sus estándares absolutos, empezando con la veracidad de dios, niega, juzga y condena el arte.

Esta última aseveración es ciertamente debatible, pues también se podría afirmar que ha sido el cristianismo la inspiración de algunas de las obras más importantes del canon occidental, desde las catedrales medievales hasta la Divina Comedia de Dante o la música de Bach. El cristianismo, si se comparan los últimos siglos con el arte de siglos más creyentes, no parece haber sido un obstáculo para la creación artística. La religión y el arte han estado ligados por milenios y su divorcio ha dejado en crisis al arte. Esto no significa que el arte necesite a la religión para crear, pero sí sugiere que el arte necesita una espiritualidad profunda y ésta no es fácil de autogestarse a "la sombra del dios".  

Aunque no se puede decir que Nietzsche haya sido un lector cuidadoso del cristianismo (pues su crítica es tan enconada como neurálgica), sus conocimientos teológicos tampoco son demasiado vastos; ciertamente no parece haber considerado con cuidado la teología de los padres griegos (por ejemplo Gregorio de Nisa o Pseudo Dionisio), para quienes la existencia es esencialmente el esplendor de la divinidad, el mundo como una obra de arte, incluso como la continua superación de ese arte, de gloria a gloria, cada vez más participación en la belleza, en una belleza infinita. Como el platonismo, el cristianismo concibe a la belleza como algo trascendente y objetivo, mientras que para Nietzsche es algo propio de lo meramente fenoménico (aunque quizá por esto mismo la belleza cobra una dimensión mayor, siendo ésta presencia divina en la tierra).

El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar ha recogido parcialmente la critica de filósofos modernos al cristianismo y, en su monumental obra Estética teológica, ha dedicado numerosos volúmenes al estudio de la estética en la teología cristiana, a través del estudio de autores seculares como Dante o Solovyov. Balthasar, cuya refinación cultural es difícil de igualar, ha llamado a colocar la estética en el primer peldaño de la religión cristiana, haciendo honor justamente al lugar que tuvo entre los más grandes teólogos cristianos. Esto es algo que tiene parangón en ciertas religiones como el sufismo y el hinduismo (particularmente el krisnaísmo), en las que el enamoramiento con la deidad es central y se produce justamente al entender la vida religiosa (y la existencia misma) como un fenómeno estético, como la percepción de la belleza divina: el mundo como teofanía.

Así pues, ya sea desde una perspectiva secular, siguiendo al filósofo más influyente de nuestra época (pues las ideas de Nietzsche son las más difundidas entre el pueblo occidental, aun sin haberlo leído, justamente porque influyeron más que ningún otro filósofo en los artistas), o desde una perspectiva religiosa, podemos entender la justificación de la existencia como un fenómeno eminentemente estético. Y con esto, cabe apuntalar, nos referimos a una experiencia de los sentidos, de la percepción, que encuentra sentido a través de la belleza que alcanza a aprehender en el mundo. Pues es siempre una cierta belleza, una cierta luminosidad en las cosas, la que motiva al ser humano tanto al amor como a la creación artística. Y en un mundo en el que ya no es muy fácil creer a la manera de las viejas religiones, sólo logramos encontrar sentido en el amor (en las relaciones significativas) y en la creación artística.

 

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Imagen de portada: Otto Dix, "La guerra" ("Der Krieg"), 1932; Galerie Neue Meister, Dresden (fotografía de Igor Miske, 2017)