La radical diferencia entre lo que es el éxito para el budismo y para la sociedad materialista
AlterCultura
Por: Joaquín Betel - 09/08/2016
Por: Joaquín Betel - 09/08/2016
¿Si no puedes encontrar una gota individual en la inmensidad del mar
como hallarás en el Mar Divino la identidad de mi alma?
Angelus Silesius
Para la sociedad moderna el concepto de éxito o logro en la vida está vinculado con el verbo "tener": tener dinero, tener una pareja, tener una familia, tener fama, etcétera. Esto es evidentemente un concepto mayormente materialista.
En el budismo el éxito o el logro se formula mejor utilizando el verbo "soltar", el verbo "liberar" o "dejar": soltar la aprehensión, soltar el ego, soltar la tensión, soltar el objeto de meditación, liberarse del deseo, liberarse de la ilusión, liberarse de la ignorancia, liberarse de la dualidad sujeto-objeto, dejar que las cosas ocurran por sí solas, dejar de percibir conceptualmente y así sucesivamente Esto es una visión espiritual y, en cierta forma, ascética.
De alguna manera, el éxito para el budismo es negativo, ocurre a partir de la eliminación de lo que es ilusorio, mayormente de la ignorancia; para la sociedad moderna secular, el éxito es positivo, yace fundamentalmente en aquello que hemos obtenido de manera cuantificable, en cómo nos hemos podido autoafirmar y destacar sobre los demás. Para el budismo, el éxito es mayormente interno, es el logro de una mente en paz, luminosa y compasiva; para la sociedad moderna, el éxito es mayormente externo, ocurre al obtener cosas mundanas, objetos o afectos de los demás y depende de estos factores condicionales.
De forma sencilla, el maestro Chokyi Nyima Rinpoche define el éxito para el budismo como simplemente "tener un cuerpo sano y una mente feliz" (este "tener" en realidad se parece más a ser, se es feliz más que se tiene felicidad, uno es lo que experimenta, sin división sujeto-objeto). Esto en oposición a tener muchas posesiones, fama y admiración mundana. Un cuerpo sano y una mente feliz es algo que nos puede orientar de manera muy sencilla en la búsqueda de este éxito o logro. Pero, por otra parte, tiene una profundidad mayor, ya que un cuerpo sano y una mente feliz son, a la vez, los resultados de una práctica meditativa y una vida ética así como las cualidades necesarias para lograr liberarse del sufrimiento y hacer un camino espiritual como puede encontrarse en el tantra budista vajrayana, el camino veloz hacia la liberación, lo cual constituye el éxito más rotundo.
Para el individuo que forma parte de la sociedad materialista moderna, el éxito generalmente se cumple al dejar "un legado", una herencia, una fortuna, un recuerdo, una obra, etcétera. Es como si se quisiera dejar una marca indeleble, lo cual parece ser un resultado de nuestra incapacidad de formular una visión satisfactoria sobre la muerte y, en la carencia de una filosofía de vida que asimile la muerte, reaccionamos con cierta desesperación resistiéndonos a la muerte, como si tapando un hoyo con cosas pudiéramos suprimirla. Este es el síntoma esencial de la condición materialista que, aunque realmente no tiene una filosofía escatológica muy definida, por sus actos se deduce que asume que esta vida es lo único existe y por lo tanto no hay continuidad moral, espiritual ni cognitiva (en el sentido de que lo que aprendemos –nuestra conciencia– perece con nosotros). Aquí yace un aspecto contradictorio que genera mucho sufrimiento y mucha confusión, puesto que vivimos como si no hubiera ninguna existencia después de la muerte, pero aún así no nos liberamos de la influencia de la muerte, que es como una pesada sombra que pende sobre todos nuestros actos aunque generalmente de manera inconsciente.
En este sentido, hay dos actitudes que producen este sufrimiento ante la muerte. Por una parte, realmente no estamos convencidos de que la muerte es el final absoluto, la nada total, porque si lo estuviéramos no le tendríamos miedo, sería mucho más ligera nuestra relación con ella y con nosotros mismos. Esto genera en algunos una culpa subyacente, una especie de sensación de que no hemos actuado de manera adecuada o correcta y un sentimiento de angustia derivado de la incertidumbre, que parte tanto de las cualidades de nuestros actos, como de lo que ocurrirá cuando muramos. Y la segunda actitud es fundamentalmente el apego que tenemos a nuestro yo individual, a la identidad que hemos construido, lo cual, al pensar en la muerte, nos produce miedo porque supone la posibilidad de que desaparecerá esta identidad que tanto nos hemos esforzado en solidificar. Y es este miedo y este aferramiento a nuestro ego lo que nos hace buscar dejar una obra, grabar en piedra lo que hemos hecho y construir una fortaleza de objetos materiales y psicológicos para que resguarden la existencia de nuestro ego, la cual, si miramos a detalle y con sinceridad, es sumamente endeble.
El budismo, por el contrario, postula la noción de que debemos liberarnos de esta identidad que hemos construido, la cual considera como una ilusión, ya que es siempre cambiante, emerge cada instante como resultado de una serie de causas interdependientes y por lo tanto carece de existencia inherente. En una clara oposición al horror al vacío que padece Occidente –que no es finalmente más que un mecanismo de defensa del ego ante la amenaza de su disolución– el budismo abraza la vacuidad, la espaciosidad sin límites, la cual es la metáfora preferida para designar a la mente, que en el budismo tiene una continuidad más allá de la muerte. Lo que el budista quiere es ser la vastedad del espacio, abandonar límites y conceptos, como el espacio de una jarra sin ningún líquido que se rompe y así existe como parte indiferenciada del cielo. Y, sin embargo, el budista considera que la muerte no es, por default, esta espaciosidad, esta libertad de la vacuidad, sino que debe entrenar a su mente para relajarse hacia este estado incondicionado en el que reconoce su ausencia de existencia individual inherente, como el del espacio en una jarra que no es otra cosa que el cielo. Y si no lo hace podrá pasar incontables vidas sufriendo, alucinando la realidad de su yo relativo, sujeto a causas y condiciones, inmerso en un ciclo de sufrimiento sin final (samsara). El budista lo que quiere es escribir su nombre en el cielo, pero porque sabe que nada deja huellas en el cielo, quiere ser eso que es transparente e insustancial, a diferencia del occidental que busca grabar su nombre en piedra.
De aquí que el éxito supremo sea el Nirvana. Una palabra cuyo significado ilustra muy bien la diferencia que hemos querido señalar. Nirvana suele traducirse como "extinción", pero es útil revisar a detalle esta palabra sánscrita (Nibbana en pali). Según Ananda K. Coomaraswamy, el verbo nirva literalmente significa "apagar" o "dejar de soplar" (blow out en inglés), "no transitivamente sino como un fuego deja de alimentarse del aire". Coomaraswamy lo traduce como "despiración". "Privado de combustible, el fuego de la vida es 'pacificado', satisfecho; cuando la mente ha sido dominada, uno alcanza la 'paz de Nirvana'". El combustible que se agota son los karmas y sankharas que siguen perpetrando la existencia y la confusión y que se reavivan con el deseo. Para dejar de padecer este encadenamiento de causas y efectos es necesario dejar de identificarse con un yo separado que puede desear un objeto, que se enardece por la otredad. El estado incondicional del Nirvana necesariamente significa la extinción de la personalidad o el yo individual y, sin embargo, no es el fin de la existencia, lo cual es tremendamente difícil de concebir para el hombre occidental moderno que todo lo procesa a partir de su creencia en la fijeza de su identidad e incluso para los practicantes de ciertas religiones que mantienen la existencia de un alma individual inmortal. ¿Puede existir una mente, algo que conoce y hasta disfruta, sin un yo? Lo que el budismo mantiene es que hay una forma de existencia inconcebible, la cual está más allá de definiciones y palabras, ya que es ilimitada e incondicional; esa forma de existir es lo que se llama Buda. Ya que el budismo también enseña que la naturaleza verdadera de todas las cosas es ese mismo Buda, el Nirvana no es más que el descubrimiento de la realidad o la extinción de la ignorancia que ocultaba el conocimiento de este estado búdico. Un estado en el cual existe conciencia o una cognoscitividad, goce infinito y paz, y sin embargo no existe un yo (al menos no un yo individual, fijo, sólido, separado, etc.). Este es el misterio del Nirvana, de la muerte del ego y la persistencia inefable de la existencia, el éxito del Tathagata o la extinción de lo que puede extinguirse y por lo tanto nunca fue.
-¡Qué sensación más extraña! –dijo Alicia–. Me debo estar encogiendo como un telescopio.
Y así era, en efecto: ahora medía sólo veinticinco centímetros, y su cara se iluminó de alegría al pensar que tenía la talla adecuada para pasar por la puertecita y meterse en el maravilloso jardín. Primero, no obstante, esperó unos minutos para ver si seguía todavía disminuyendo de tamaño, y esta posibilidad la puso un poco nerviosa. "No vaya consumirme del todo, como una vela", se dijo para sus adentros. "¿Qué sería de mí entonces?" E intentó imaginar qué ocurría con la llama de una vela, cuando la vela estaba apagada, pues no podía recordar haber visto nunca una cosa así.
(Alicia en el País de las Maravillas)