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El simbolismo del invierno poco tiene que ver con el "espíritu" de la Navidad, al menos tal y como ésta se celebra actualmente.

Hoy se celebra el solsticio de invierno en el hemisferio norte y con ello la llegada del invierno y el día más oscuro del año. Esta fecha tiene grandes connotaciones simbólicas y es celebrada casi universalmente por las más diversas culturas desde hace miles de años (es parte central de la conexión mitológica y psicológica entre el hombre y el cosmos).

Aunque el solsticio es enormemente rico en matices, el simbolismo casi nunca es tan evidente: se trata de un periodo de oscuridad, de introspección y recogimiento, que da la pauta y que permite la renovación y el posterior ascenso de la luz, siendo un hito en el circuito de la naturaleza, que es un espejo del cosmos –y en el cual, antiguamente, el hombre sentía la necesidad de participar.

Participar en este caso significa fundamentalmente "morir antes de morir" o dar entrada a la simbología y a la energía de la muerte, para que cumpla su parte en el gran psicodrama del mundo. Presenciar, meditar, sacrificar o actuar el solsticio y en general el invierno conforme a su arquetipo es una forma de no reprimir la muerte (aunque de por sí su naturaleza es irreprimible), hacerla visible y conversar con ella, para así nutrirnos en el recogimiento y acercarnos a nuestra alma y al alma del mundo (que se entrelazan más en el valle y en la oscuridad que en la luz y en el cielo, donde domina el espíritu).

Podemos imaginar que en el solsticio invernal nosotros también hacemos el viaje del Sol, descrito por tantos mitos, hacia el inframundo, donde muere ante las fuerzas de la oscuridad y entierra sus huesos en la tierra para luego surgir otra vez y continuar su ascenso hacia el cenit veraniego. En este proceso hay una alquimia primigenia, cuya observación nos conecta con el instinto de los animales de reservar sus energías en invierno.

Coincide esta temporada en la alquimia con el período en el que la tierra en su profundidad fermenta la prima materia de la cual se preparará la medicina del filósofo. Al morir la naturaleza, como le ocurre al hombre, se separa el alma del cuerpo; los alquimistas creen que está "alma" o esencia vital pude ser capturada y es la que anima, por así decirlo, a la materia prima con la que realizarán su obra. Las plantas muertas y los huesos de animales, como una composta, son activados por el fuego secreto del sol del inframundo.

El solsticio invernal es también la llegada del signo terrestre de Capricornio, que significa la paciencia, el trabajo y la preparación de la tierra para que retome las cualidades primeras que le permitirán más tarde florecer. En el I Ching, Richard Wilhelm escribe sobre lo Receptivo: "es cuando la fuerza oscura de la naturaleza origina el fin del año". Es esta época, en la que toda la vida está concentrada en el subsuelo, en la que los alquimistas excavan astrológicamente y encuentran la materia prima que tendrán que nutrir con "la sangre del león verde" (el espíritu vegetal), las sales y el rocío, como si se tratara de un niño (el "niño Dios") al cual hay que cuidadosamente estimular para convertirlo en el Rey Sol (en Cristo).

Capricornio está regido por Saturno: es seco y frío y dominado por el humor melancólico. Es un signo y un tiempo asociados con la enfermedad y la depresión o, dicho de otro modo, con el retiro y la instrospección. Pero más allá del rechazo inicial tan propio del cristianismo, donde la muerte y la depresión no tienen valor en sí mismas sino sólo a la luz de la resurrección y la sombra es algo que se debe iluminar ya que es el terreno por donde serpentea el mal, este temperamento melancólico es históricamente el signo del alquimista, del laborioso y estudioso hombre que logra penetrar la profundidad del misterio. Al respecto escribe James Hillman, el psicólogo estadounidense que tomó la estafeta de Jung e hizo que su obra descendiera a lo que John Keats llamó "el valle de Forjar Almas":

Y, sin embargo, a través de la depresión nos adentramos en lo profundo y en lo profundo encontramos alma. La depresión es esencial al sentido trágico de la vida. Humedece el alma seca, y seca el alma húmeda. Trae refugio, límite, foco, gravedad, peso y humilde impotencia. Recuerda a la muerte. La verdadera revolución empieza en el individuo que puede mantenerse fiel a su depresión. Ni extraerse a uno mismo fuera de ella, atrapado en ciclos de aliento y desesperanza, ni sufriéndola hasta que cambie, ni tampoco teologizándola--sino descubriendo la conciencia y la profundidad que quiere. Así inicia la revolución de parte del alma.

Esta es la visión de Hillman sobre la depresión, una forma de alquimia contemplativa y altamente imaginativa de los aspectos supuestamente negativos de la personalidad humana. No se trata de analizar o de entender para luego cortar una patología (como si fuera un tumor), sino de dejar que la patología, que la sombra misma, se exprese y nos lleve a las zonas profundas del ser. El invierno, la muerte del Sol (que significa también la muerte del arquetipo del héroe y del ego) nos permite estar en paz con nuestro dolor, con nuestros aspectos más oscuros y dejarlos germinar, puesto que son también parte importante de nosotros y enriquecen nuestro ser, tienen una pálida belleza (la de los últimos destellos del ocaso).

Edvard Munch, 'Tarde. Melancolía' (1891)

Edvard Munch, 'Tarde. Melancolía' (1891)

Ahora bien, la Navidad, al menos tal y como la experimentamos actualmente, parece ser todo lo contrario de este arquetipo del invierno. Más que aceptar la tristeza de la escasa luz y de la naturaleza apagada, parece reaccionar con una falsa y obligada felicidad, con una empatía superficial y una hipócrita sonrisa llena de pequeñas luces con las que inmediatamente se busca llenar el vacío de la muerte que se mueve en la profundidad. ¿Qué tan navideño suena decir: "Es tiempo de estar tristes y solos y observar los movimientos oscuros de nuestra alma, de morirnos al menos un poco y reflejar las cenizas en el seno de la naturaleza"? Quizá no parece muy apropiado para el espíritu de la época, pero si nos jactamos de querer vivir en armonía con la naturaleza, esto es lo que refleja el tiempo, es decir, que cada momento tiene una particular cualidad inmanente, que es lo que permite cosas como la sincronicidad. Así entendido, la magia de la Navidad, de esta época del año, porque tiene magia, es de hecho la muerte, las perlas de la depresión, los sueños del inframundo.

No hay que negar que el mito cristiano del nacimiento de Jesús tiene también un contenido arquetípico importante y cierta riqueza espiritual –especialmente por compartir un trasfondo pagano: Jesús es el Sol o el Logos que nace en el nadir del año–, pero es difícil que pueda desplazar al solsticio como una fiesta con un verdadero significado para nuestra alma y de auténtica religiosidad (que es la re-conexión con lo sagrado)– algo que al menos pretende en teoría. Simplemente porque el solsticio es más viejo y profundo (constelado por el viejo Saturno, el dios del inicio, de Arcadia, el padre Tiempo) y las fiestas cristianas son mucho más sincréticas y más alejadas del archae, del origen del cual todos tenemos nostalgia (además de que la Navidad parece ser también, en su origen, una transpolación de las fiestas de Saturno, las saturnalias de Roma).

La Navidad puede ser un buen pretexto para reunirnos con nuestra familias y ejercer ciertos valores supuestamente cristianos, pero no provee una plantilla tan profunda de resonancias mitológicas, de encuentros numinosos en su código. El solsticio de invierno es la estructura cosmo-psicológica ideal para el trabajo profundo, aquel en el que podemos encontrarnos con el alma y dejar que nos posean los dioses del inframundo, aprovechando este viaje de autoconocimiento cuyo resultado puede ser descubrir que el mundo está vivo, y que la muerte es también el amor.

Recibamos entonces el solsticio de invierno. Si bien las comparaciones son odiosas y la seriedad y la pasión con la que se argumenta puede ser una trampa racional, la intención  de este artículo (especialmente de su título) es llamar la atención hacia esta corriente de sombra psíquica que fluye por debajo de nuestra cultura, la cual es también importante y ofrece algunos tesoros para quien se atreve a profundizar. También hay ligereza en la sombra. ¿Por que  no tener una "Noche-mala", en vez de una "Noche-buena"? ¿Qué hay de malo en ello, valga la redundancia? Esto no significa necesariamente retraernos y dejar de compartir el tiempo, pero podemos hacerlo de otra forma, quizás explorando la muerte juntos, "de la mano" por el "valle de las sombras", o jugando a dejar entrar lo extraño y poco placentero como un experimento científico.

O, si todo eso falla, recurrir al paganismo, y dejar entrar junto a Santa Claus a los otros dioses y demonios, a Plutón y a Pan, y que los renos sean cabras.


También en Pijama Surf: En mitad del invierno encontré en mí un verano invencible: Albert Camus 

Imagen de portada: Edvard Munch, "Øvre Foss en invierno" (1881-82)

Artículo publicado originalmente el 21 de diciembre de 2014. Actualizado el 21 de diciembre de 2022.