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Los beneficios para la salud, la inteligencia, la creatividad y la espiritualidad de una sencilla caminata

Caminar es seguir considerando las cuestiones de la eternidad, la soledad, el tiempo y espacio… Pero con base en la experiencia. Con base en cosas muy simples, cosas muy ordinarias.

Fréderic Gros

Hay pocas actividades más poéticas, filosóficas, meditativas y sanas que caminar. Una buena caminata conjuga todo esto. Tenemos la poesía de observar el paisaje, la luz, los sonidos y su interfaz con nuestra mente (que puede llegar a crear versos o melodías). La caminata es también un ritmo, y nuestros pensamientos pueden recoger oleadas rítmicas. Al caminar, los pensamientos que se producen son más frescos y lúcidos. La mente se vuelve más amplia con el espacio. Las cosas transitan en torno a nuestra percepción y se desvanecen, notamos los cambios. Algunos fenómenos resaltan y nos invitan. Naturalmente reflexionamos sobre la vida, sobre el movimiento, sobre la belleza --y lo hacemos de una manera más libre y menos anquilosada que sentados en una habitación. Es posible practicar lo que Balzac llamó "la gastronomía del ojo" o el llamado flânerie. Podemos también caminar para meditar, poniendo atención a lo que sucede en el espacio, a nuestro propio cuerpo mientras camina, los músculos, el aire, la respiración; observar la relación entre el entorno y los pensamientos que se producen. Notar que existe tal relación, que no hay una marcada separación. Y una buena caminata es un alivio para el cuerpo-mente, como bien saben los japoneses con sus baños de bosque o como es evidente para los científicos, ya que caminar es hacer ejercicio y es tomar una pausa de la existencia moderna dominada por las pantallas, las distracciones y el estrés sedentario. Estudios muestran que una caminata en el bosque es tan revitalizante como una taza de café y que caminar tiene efectos antidepresivos.

Desde las grandes caminatas de los monjes zen en la naturaleza hasta las caminatas filosóficas de Kant y de Nietzsche o las caminatas poéticas en los paisajes verdes de Inglaterra o en las montañas de la cordillera de los Alpes de los poetas románticos, la caminata tiene un linaje intelectual y espiritual difícil de superar. El hecho de que lo tengamos que resaltar es quizás preocupante: ciertamente, hubo un tiempo en el que caminar era una actividad inevitable cuyos beneficios, por lo tanto, no sobresalían. Hoy en día caminar sigue siendo necesario, tanto por la necesidad de hacer ejercicio como, sobre todo, por la necesidad de interrumpir la enajenación cotidiana a la que están sometidas gran cantidad de personas que pasan la mayor parte del tiempo sentadas consumiendo incesantes ríos de información digital que secuestra su atención. En contraste con esto, caminar es ya una meditación, pues al menos nos obliga a poner atención --aunque sea medianamente-- al presente, a lo que está enfrente, y nos da una presencia dinámica. Más aún sí caminamos conscientemente, sin checar el teléfono, tratando de que nuestra atención no se quede con algún objeto que vimos o con algún recuerdo o pensamiento pasado. Podemos observar todas las cosas que vemos, incluso absorberlas íntegramente, y notar sus evocaciones, pero no nos apegamos a ninguna. Seguimos observando, seguimos caminando.

Decimos que caminar puede resolver tus problemas porque la mayoría de los problemas son generados por el pensamiento que se obsesiona. Son fijaciones. Son fardos que se alimentan de la atención de la mente. Evidentemente uno puede salir a caminar y seguir obsesionado con un problema, pero es al menos más fácil dejar de pensar obcecadamente en algo cuando estamos en movimiento, cuando nos salimos de un espacio cerrado y se nos presentan estímulos cambiantes, generalmente más frescos. Muchas veces lo que necesitas es sólo un respiro, un cambio de perspectiva. Asimismo, muchos de nuestros pensamientos y recuerdos están ligados al espacio y a los objetos de dicho espacio, que surgen de manera dependiente. Nota cómo, si cambias de lugar, tus pensamientos cambian.

Si has detectado que estar distraído te frustra, y entras en círculos viciosos realizando actividades inanes e insignificantes en el lugar donde pasas más tiempo, es indudable que una caminata te caerá muy bien. Caminar te sacará del loop y te permitirá reiniciar un proceso con nuevos bríos. Especialmente si sales a caminar con la intención de estar atento (para esto puedes poner tu atención en la respiración o decir un mantra). No te imaginas cuántos problemas tienen como causa simplemente estar distraídos; el maestro Dzongsar Kyhentse Rinpoche incluso se atreve a decir que todos los problemas, de alguna manera u otra, tienen que ver con la distracción. Sal del pantano y la miasma de tus pensamientos y camina un poco.

Si tus problemas son de tipo físico (y no tienes impedido caminar), una caminata puede ser la mejor medicina. Esto es especialmente cierto si tienes un problema mental, ya sea depresión, ansiedad o simplemente un dolor de cabeza. David Kessler, ex comisionado de la FDA (Food and Drug Administration) sugiere en su libro Capture que todas las enfermedades mentales tienen en común un desbalance de la atención selectiva, lo que llama "captura". Nos enfermamos mentalmente cuando algo captura nuestra atención de manera obsesiva. Cuando nos encasillamos, nos encostramos, nos enclaustramos mentalmente y recirculamos las mismas ideas obsesivamente sin refrescarlas. Como dijera William Blake: "el que piensa y no actúa engendra pestilencia". Hay que salir a caminar un poco.

Para las cuestiones digestivas, resulta útil recordar la admonición de los pobladores de Okinawa, la isla japonesa que tiene uno de los más altos índices de personas centenarias. Ahí se recomienda comer sólo hasta llenarse en un 80% (lo que se llama "Hara hachi bun me") y dar 80 pasos después de comer.

Incluso si buscas una solución intelectual a un problema, si sientes que necesitas pensar bien algo (y reconociendo que pensar mucho generalmente no soluciona un problema), caminar bien puede ser la solución. El efecto eureka llega tanto caminando como en la tina. Ambos procesos comparten salirse del tren de ideas y actividades en las que estamos enfrascados, relajarse y dejar que la mente inconsciente, mucho más amplia e innovadora que la mente racional, pueda surgir a la superficie, como una burbuja. 

"Creo que en el momento en el que se empiezan a mover mis piernas mis pensamientos empiezan a fluir", escribió Henry David Thoreau. Si queremos tener pensamientos más lúcidos y dinámicos, capaces de ver las cosas desde otros ángulos, incluso permitir que despegue el ojo arquímideo, caminar es una buena opción. Ferris Jabr agrupa en The New Yorker una serie de estudios que indican que caminar promueve nuevas conexiones cerebrales, incrementa el volumen del hipocampo (una región asociada con la memoria) y fortalece el tejido cerebral que suele desgastarse con la edad.   

Por último hay que mencionar, para aquellos propensos a la espiritualidad, la posibilidad de que la caminata, en su más alto estado contemplativo, se convierta no sólo en una meditación en movimiento sino en una oración. Caminar puede ser una forma de orar con todo el cuerpo, de dejar de ser alguien y ser sólo rezo, clamor divino, algo que sugirió San Agustín.

La frase latina "solvitur ambulando", literalmente significa "se soluciona caminando". La frase puede tomarse literalmente, un poco como lo hemos hecho aquí: caminar es una disolución del problema en la actividad, movimiento que disuelve la coagulación del pensamiento. Por alguna razón, al caminar todo se aligera. Y también como se ha interpretado, sugiriendo que las cosas se resuelven realizando experimentos prácticos, poniendo en práctica las cosas. Algo así como la frase "walk the talk", camina lo que dices, sueña con los pies. De cualquier forma, sal a caminar y verás que tu problema no es tan grande como lo pensabas. 

 

Recomendamos el texto: Sobre salir caminar (o caminar como una forma de reclamar y reencantar el mundo)