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En 1970 Jimi Hendrix y la banda Love protoganizaron una sesión legendaria en Londres gracias, en parte, al estímulo de la mescalina
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Arthur Lee y Jimi Hendrix, 1969

Las sustancias psicoactivas tienen un expediente notable dentro de las disciplinas creativas y artísticas, relación que, en el caso de la música, tuvo uno de sus momentos más fértiles en las décadas de los 60 y los 70, cuando el apogeo del rock coincidió con el desarrollo o redescubrimiento de drogas como el LSD y la mescalina, una relación quizá no del todo casual si se toma en cuenta la capacidad de los psicoactivos para expandir la consciencia y en ocasiones, también los límites de la creatividad.

A esa época pertenece una sesión que el mítico Jimi Hendrix tuvo en los Estudios Olímpicos de Londres el Día de San Patricio de 1970, junto con la banda Love, encabezada por Arthur Lee, de donde resultaron algunas grabaciones de canciones de Love intervenidas no sólo por Hendrix, sino también por la mescalina que todos habían comido poco antes de comenzar a tocar.

Según cuenta Lee, la sesión sería privada, pero de pronto el lugar comenzó a llenarse de gente desconocida. Lee dijo a Hendrix que estarían poco tiempo ahí, así que era mejor si comenzaban a hacer algo juntos. Hendrix recordó entonces una canción de Lee que antes habían aprendido juntos: “Ride That Vibration”, la cual fue como la palabra mágica para que banda y público comenzaran a sentir el viaje en el que se encontraban. A esta siguió “E-Z Rider” (en la que Hendrix cantó), “The Everlasting First” y algunas otras.

La sesión terminó muy a pesar de Hendrix, a quien Lee recuerda con el deseo de seguir tocando aunque el día siguiente estaba por amanecer. Cuando salieron del edificio, Hendrix preguntó a Lee a dónde iba; este respondió que tenía que volver a Los Ángeles, con su mujer, su perro y sus pichones. “Ven, quiero mostrarte algo”, respondió Hendrix, y llevó a su amigo de vuelta al estudio:

Señaló el estuche de su guitarra en el piso. Después lo abrió. Pensé que tendría un stash ahí, pero cuando se levantó lo señaló de nuevo y dijo: “Eso es todo lo que tengo”. Al principio no entendí, pero después reaccioné. Estaba diciéndome que la guitarra Stratocaster blanca en el estuche era su única posesión. Me sentí un poco triste por él.

Uno de los argumentos en contra del consumo de drogas es que estas alteran nuestro estado de percepción habitual y de alguna manera nos hacen ver lo que no está ahí, un estímulo que peyorativamente se califica como “artificial” porque nos conduce a paraísos inexistentes. ¿Pero qué es la realidad, después de todo? ¿Es posible trazar claramente la frontera entre lo artificial y lo que no lo es? ¿Cuál es la diferencia entre el estímulo que da a nuestra conciencia el amor o mirar un atardecer y, como Hendrix, llevar un poco de mescalina a nuestro cuerpo?

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