La maravillosa música meditativa de Eduard Artémiev, el compositor de las películas de Tarkovski
Arte
Por: Joaquín Bretel - 12/11/2022
Por: Joaquín Bretel - 12/11/2022
Andréi Tarkovski es el supremo artista del cine. Pero Tarkovski no es un artista que refleje la realidad, como algunos quieren que haga el arte. Es un artista que, en todo caso, refleja una realidad interior o superior al mundo, que proyecta el sueño iluminado de su memoria. Parte esencial de la operación de Tarkovski, de su "esculpir [su sueño y su memoria] en el tiempo" yace en el sonido, pues con el sonido construye el espacio onírico sobre la imagen de lo real. A través del sonido hace sentir lo que no tiene lugar aún, lo que sólo es imaginación -el paso mismo de lo imaginativo hacia lo real-numinoso-.
El trabajo de Tarkovski utilizando el sonido y la música alcanzó su más alta escala cuando trabajó en tres películas consecutivas en los años setenta con Eduard Artémiev. Artémiev quizá no sea tan famoso como otros compositores, pero su calidad está la altura de los más grandes, Nacido en Novbirsk, Artémiev, hoy de 85 años, ha trabajado, además de Tarkovski, con importantes cineastas rusos, y ha ganado múltiples premios. Estudió música en el Conservatorio de Moscú y fue uno de los pioneros de la música electrónica, trabajando con sintetizadores desde la década de los sesenta.
El trabajo de de Artemiév en quizá las tres películas más experimentales y poéticas de Tarkovski, El espejo, Solaris y Stalker, es indudablemente uno de los más destacados en la historia del diseño sonoro cinematográfico. Tarkovski se sirvió de Artemiév para producir los elementos más desconcertantes de las escenas de ciencia ficción y de su propio recuerdo hechizado.
En Solaris, Tarkovski plasma un misterioso océano que parece ser consciente y las alucinatorias visiones que provoca en la mente de unos cosmonautas. Aquí el sonido es esencial para mostrar tanto la misteriosa cualidad animista y casi abstracta de este mar sideral como los inquietantes y obsesivos recuerdos que viven los cosmonautas en contacto con este océano de conciencia. Como en otras películas, Tarkovski y Artémiev recurren en momentos cruciales a la música de Bach.
En Stalker, el sonido es parte de lo que da vida a la Zona, que de nuevo es un misterioso espacio que es a la vez una especie de desierto nuclear (literalmente) y un lugar encantado capaz de conceder todos los deseos -o temores-. Stalker es ante todo una meditación sobre la naturaleza de la fe y de lo que trasciende los límites de lo ordinario: lo sobrenatural, lo milagroso siempre presente en el fondo de las apariencias.
El espejo es la más personal, nostálgica y poética de las películas de Tarkovski. Una obra que, como pocas veces en la historia del cine, transforma emociones y sentimientos en paisajes y gestos que expresan su significado sin palabras. En El espejo visitamos el alma sentimental de Tarkovski, la ternura y la pérdida, y una misteriosa repetición del amo que atraviesa el tiempo uniendo al hijo con sus padres y sus amantes en sus espejos. Para hacerlo, además de las composiciones de Artemiév, Tarkovski utiliza a Bach, especie de espíritu gemelo. La obra de Bach es una constante alabanza a Dios usando el sonido; la obra de Tarkovski es una constante alabanza a Dios usando la imagen-movimiento y el sonido (y la música de Bach).
Con su combinación de la música clásica y la vanguardia electrónica, Artémiev fue el complemento perfecto para que Tarkovski pudiera superponer sobre la realidad no sólo su propia imaginación y sueño sino una realidad mayor, luminosa, personal e impersonal e inmanente y trascendente a la vez, que por momentos fulgura entre los intersticios de este mundo, como una imagen del paraíso, pero que únicamente es perceptible a través de la inocencia.