*

Béla Tarr posa junto a sus películas pirata en el rincón cinéfilo más exquisito de Lima, Perú

Arte

Por: José Robles - 07/27/2022

Un gran creador como Béla Tarr no tiene ningún problema en ver su obra distribuida ilegalmente

El fenómeno de la “piratería” no ha dejado de ser polémico desde hace ya varias décadas y, cabría decir, incluso un par de siglos. Entre otros, fue Michel Foucault quien señaló la creación de la figura del “autor” que ocurrió entre los siglos XVII y XVIII en Europa con ciertos fines de reconocimiento a los “creadores” de las obras del espíritu, pero también como una estrategia de identificación y fiscalización (de vigilancia, para decirlo con un término muy usado por el pensador francés). 

De la mano de la figura del autor surgieron nociones como la de “derecho de autor” o “propiedad intelectual”, las cuales, al menos en su origen, parecían orientadas a permitirle al autor el usufructo de su obra, pero con el tiempo se convirtieron en la justificación idónea para convertir la producción intelectual y artística en una mercancía más, explotada usualmente por unos cuantos con la mira puesta casi exclusivamente en el beneficio económico resultante de ella.

En este sentido, la “piratería” se suele tomar como una violación al derecho de autor o de propiedad intelectual, pero, en el fondo, se le persigue porque es una transgresión al orden económico. Dicho en pocas palabras: si la piratería es un delito, es porque algunas personas o entidades dejan de percibir la ganancia económica que deja una obra intelectual que pretendidamente les pertenece.

La polémica suele surgir cuando se mira la situación desde otras perspectivas. ¿El criterio económico es el único válido para ponderar las condiciones de distribución de una obra? ¿Qué hay del derecho al acceso a la cultura, por ejemplo? ¿Por qué una obra de, digamos, Shakespeare, que supuestamente se considera patrimonio universal e inmaterial de la humanidad, no puede llegar libremente a las manos y los ojos de quien quisiera leerla o verla representada? ¿Qué sentido tiene hablar de la herencia cultural de la humanidad si al final su acceso está bloqueado por compañías, leyes y abogados?

A la luz de esas preguntas, la imagen que acompaña esta nota resulta elocuente. Como puede apreciarse, en la fotografía se encuentra el director de cine húngaro Béla Tarr en un puesto callejero de películas “pirata”. Y precisamente, las películas en DVD que aparecen en primer plano… son algunas de su filmografía.

Béla Tarr posa junto a sus películas pirata en el rincón cinéfilo más exquisito de Lima, Perú

La fotografía es interesante también por la distribución que suelen tener cintas como las de Béla Tarr. Más allá de festivales y algunas salas especializadas de ciudades también muy especificas (por lo regular, grandes capitales de países desarrollados), ¿dónde más pueden verse sus películas? ¿Cuándo El caballo de Turín o Las armonías de Werckmeister van a llegar a una sala de un suburbio limeño? ¿Y por qué ese público tendría que tener negado el disfrute de esas obras sólo porque exhibir una película de Béla Tarr en los trópicos no es rentable?

Por último, cabe mencionar que el lugar donde se encuentra el director húngaro en la fotografía es una rara perla de la capital peruana. Se trata de un pequeño y exquisito rincón cinéfilo ubicado en el pasaje 18 de Polvos Azules, un centro comercial de Lima, en donde la pasión personal de ciertos vendedores de películas pirata derivó, en complicidad con los compradores de gustos también muy dedicados, en la conformación de un catálogo que cualquier cinemateca del mundo admiraría y quizá hasta envidaría. 

A manera de complemento compartimos a continuación un microdocumental sumamente ilustrativo sobre dicho rincón cinéfilo de Lima, para seguir alimentando el debate y la reflexión sobre los alcances y límites del término “piratería”.


También en Pijama Surf: 10 películas para repensar la idea de belleza

 

Imagen de portada: Twitter