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No te quedes con las ganas: aprende a reconocer los rasgos de tu personalidad que te impiden realizar tu vida

A manera de premisa de trabajo podemos aceptar que uno de los propósito de la existencia humana es la realización, un concepto que de entrada podría parecer un tanto abstracto pero que en sí mismo posee ya cierta elocuencia. Una vida realizada, en efecto, sería aquella de la que puede decirse que aprovecha tanto como puede esta oportunidad única que significa estar vivos.

Con todo, entre la idea y su ejecución media casi siempre un trecho que es necesario atravesar, al menos en el caso del ser humano. No es lo mismo querer aprovechar nuestro tiempo en este mundo y, por otro lado, realmente hacerlo. Como sabemos bien, el ser humano es especialista en perderse entre sus intenciones y propósitos y no siempre arribar a la acción efectiva.

Entre otros factores que impiden dicha realización se encuentra cierto temor por desarrollar el potencial del que nos sabemos capaces. Por distintas razones, hay personas que poseen un rasgo de personalidad que se expresa de varias formas pero que en términos generales se percibe como una reserva hacia sí y sus habilidades, de tal modo que se imponen a sí mismos trabas que les llevan a contener lo que son, lo que saben, lo que pueden hacer, en una palabra, la espontaneidad que es propia de la vida, tal y como mostró Erich Fromm. Al final, esta forma de pensar y actuar resulta en una especie de vida vivida a medias, con una sensación continua de "quedarse con las ganas" de hacer algo.

Si es tu caso, quizá es momento de que te sacudas esa cautela y comiences a probar todas las posibilidades de la existencia. A continuación compartimos cinco rasgos que pueden ayudarte a reconocer ese componente de tu personalidad que, por supuesto, es posible cambiar y reemplazar por nuevas y mejores prácticas.

 

Esperas a que otros te inviten a actuar

Aunque simple en apariencia, este rasgo de personalidad es sumamente elocuente y, por lo demás, muy común. En una reunión se te ocurre una idea pero por algún motivo prefieres callártela, o esperas a que alguien te pida tu opinión para manifestarla; quizá tienes ganas de algo –salir, ir al cine, visitar una exposición en un museo, etc.– pero en vez de proponerle a tus amigos hacerlo, esperas a que alguien más te invite; en una fiesta todos cantan o bailan una canción que te gusta y conoces bien, pero igualmente esperas a que alguien más te invite al círculo para sumarte y disfrutar…

En fin, los ejemplos pueden multiplicarse, pero su causa es más o menos la misma siempre: una inclinación a que sea alguien más quien te dé permiso de hacer lo que quieres hacer.

En cierta forma, este rasgo es perfectamente comprensible, pues se encuentra relacionado directamente con la infancia de una persona, en particular una combinación peculiar de cuidado y precaución pero también cierta contención de los impulsos naturales del niño.

Sin embargo, con el tiempo es necesario dejar esa práctica, pues para hacer lo que deseas no necesariamente habrá alguien que te ofrezca la invitación a hacerlo. De hecho, lo más probable es que nadie se ocupe de ello. Eres tú quien tiene que asumir tu deseo, tu margen de acción, tus ambiciones y también las limitaciones que hasta ahora te han impedido actuar. 

 

Evitas la confrontación

Otro rasgo con raíces profundas en la infancia del sujeto es el temor a la confrontación. De nuevo, se trata de una práctica con ciertos ecos del temor que el niño siente ante el adulto y la impresión de autoridad que percibe en éste.

Con todo, la confrontación es parte de la vida. De hecho, si hacemos caso a ciertos filósofos (Hegel, por ejemplo), es gracias a la confrontación y el conflicto que la vida cambia y se transforma. 

Por otro lado, el desacuerdo es también una de las situaciones más corrientes de la vida después de la infancia. Una vez que cada persona desarrolla su propia manera de vivir, sus ideas sobre la realidad, su concepción de la existencia, etc., ¿cómo no esperar que dos personas no se entiendan una a la otra o que esas mismas ideas entren en conflicto? En ese sentido, quizá lo verdaderamente milagroso es que dos seres humanos sean capaces de conversar, trabajar juntos, ser amigos, amarse, etc., incluso en el desacuerdo.

Si le temes al conflicto, comienza a considerar que en realidad no hay razón para atemorizarse y que más bien, por el contrario, manifestar y defender tus ideas es lo más normal del mundo. Como consejo adicional, puedes considerar también que es posible exponer tu manera de pensar desde una posición sensata y madura.

 

Tienes tiempo para las nimiedades, pero no para las cosas que sí importan

Una vez que has reconocido lo que quieres y la manera de conseguirlo, ¿te pasa que pierdes el tiempo en acciones que al final no te acercan mucho que digamos a tu objetivo? Hay personas que quieren perder peso, por ejemplo, y para lograrlo descargan una y mil aplicaciones, leen decenas de artículos sobre la alimentación y los distintos tipos de dieta, hacen planes y listas de pros y contras, hablan con amigos sobre su determinación… pero en el momento de los hechos, la voluntad les falla. 

La célebre procrastinación no es más que una forma de autosabotaje, en la cual nos inventamos acciones que nos alejan de la realización de aquello que deseamos y, en otro sentido, nos hacen perder de vista aquello que de verdad importa. 

Sabemos bien que no siempre es sencillo decidir algo y al instante siguiente poner manos a la obra para conseguir su realización. Sin embargo, justamente porque es difícil es necesario prestarle atención a dicha dificultad y entender qué de nosotros mismos y de las circunstancias que nos rodean parece obstruir nuestra fuerza de voluntad.

 

La crítica te "bajonea", en vez de ayudarte a crecer

Cuando recibes un comentario crítico sobre tus acciones, ¿cuál es tu reacción? Muchas personas reciben este tipo de opiniones como un ataque directo a su persona o sus habilidades, lo cual les lleva a distintos tipos de desaliento: tristeza, enojo, frustración, etcétera.

La crítica, sin embargo, puede ser una lección valiosa en distintos sentidos. En el mejor de los casos –cuando proviene de alguien que conoce a fondo la materia, o de una persona que la realiza con la intención de mejorar tu trabajo–, la crítica es claramente una oportunidad excelente para perfeccionar lo que haces. Y aun cuando no sea expresada de la mejor manera, de un comentario crítico puedes extraer algún tipo de enseñanza en beneficio de tu crecimiento personal. Finalmente, incluso cuando una persona expresa su opinión con toda la mala voluntad del mundo, puedes aprovechar esa crítica para aprender sobre la singularidad de la condición humana.

En cualquier caso, escucha y aprende a tomar las cosas de quien vienen.

 

Planeas más de lo que actúas

¿Ser o no ser? Me quiere… no me quiere… Muchos de nosotros hemos sido, en algún momento, esa persona que cree que pensar es actuar o, dicho de otro modo, que reflexionar una y otra vez sobre un asunto, planificarlo, darle vueltas para considerarlo desde todos sus ángulos, etc., es lo mismo que resolver dicho asunto. Y aunque quizá esto puede ser así en determinadas situaciones, en general la vida está hecha de las acciones que realizamos sobre su campo. La reflexión ocurre al interior de nuestra mente y no siempre tiene un efecto directo en la realidad.

La alternativa, por supuesto, es cambiar la reflexión por la determinación y la voluntad. Detener ese pensamiento neurótico, obsesivo, y reemplazarlo por la acción efectiva. En vez de preguntarte todos los días si le gustas a una chica y supuestamente leer los signos que sugieren dicha atracción, simplemente acércate a ella, háblale y despeja la duda. En vez de planear con todo detalle el itinerario de tu vida, entrégate un poco más a la corriente de las circunstancias: seguramente así encontrarás más de una sorpresa que nunca hubieras imaginado.

¿Qué te parece? ¿Y si comienzas a pensar que estás en todo tu derecho de desarrollar el potencial que tienes y luchar por lo que quieres? Reconoce, actúa, equivócate, aprende y sobre todo, disfruta el camino.

 

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Ilustración de portada: Elliana Esquivel