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Recordación del espíritu original de la fiesta de la Natividad

En el último siglo la Navidad se ha convertido en una fiesta del consumo, a lo mucho una fiesta familiar que a veces logra congregar a las familias y unirlas en sentimientos de generosidad. No está de más recordar -pese a que la modernidad ha desprestigiado al cristianismo- el sentido de la Navidad, que no es sólo la fiesta que celebra el nacimiento de Cristo, sino que en el sentido místico que le dieron los Padres de la Iglesia es la fiesta de la theosis, del nacimiento de Dios en el ser humano, en la humanidad y en cada persona.

Orígenes, el más grande exegeta en la historia del cristianismo, escribió: "¿Pues qué bien te hace a ti si Cristo alguna vez encarnó si no encarna también en tu alma? Oremos que su venida tome lugar en nosotros diariamente para que podamos decir: 'Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí'" (Gálatas 2:20). Y luego el padre alejandrino cita el Cantar de los Cantares: "y las vides en flor han esparcido su fragancia". Lo cual, señala, es algo que todos debemos hacer, como vidas particulares, como vides particulares en las que la divinidad fructifica "una y otra vez", esparciendo esa "fragancia con la que Dios el Creador" dotó al mundo desde el principio. 

Esta tradición mística que nace en San Pablo, del nacimiento incesante de Jesús en el alma -de una especie de kénosis y autonegación para hacer espacio, que es a la vez una especie de arar la tierra y regarla con agua viviente- continúa de Orígenes hacia los Padres griegos y latinos y arriba en la flor del misticismo alemán. Meister Eckhart escribe:

Todos estamos llamados a ser madres de Dios. ¿Pues qué bien me hace a mí si el eterno nacimiento del Hijo divino ocurre incesantemente, pero no ocurre dentro de mí? Y, qué bien me hace a mí si María está llena de gracia pero yo no estoy también lleno de gracia? ¿Qué bien me hace a mí si el Creador da a luz a su Hijo pero no lo da a luz a él en mi tiempo y en mi cultura? Esto es, entonces, la plenitud del tiempo: cuando el Hijo del Hombre es engendrado en nosotros.

El poeta místico alemán Angelus Silesius escribió:

Hasta que Cristo no nazca dentro de ti, tu alma no estará entera,

aunque en Belén mil veces más naciera.

Miras en vano al misterio de la Cruz

hasta que en ti otra vez no se crucifique Jesús.

¿Cómo hacer que Cristo nazca en ti? ¿O que lo divino aflore? Orígenes escribe: "Puesto que él se vació a sí mismo hacia esta vida, este mismo estar vacío fue la sabiduría". En esto el cristianismo y la religión oriental -sobre todo el taoísmo y el zen- se encuentran. La esencia de la sabiduría consiste, más que en un hacer, en un dejar de hacer o en un eliminar lo que bloquea la energía divina inherente al cosmos, la eterna creatividad, el darse a luz del Logos, la inteligencia divina que habla en nosotros. Orígenes, según glosa Von Balthasar en su antología de Orígenes Spirit and Fire, entiende que el mismo proceso de vaciamiento y eliminación es la humillación y la muerte del Hijo, su toma de la forma de un esclavo; el vientre es la tumba del dios celestial que nace hombre, y la tumba es el vientre del dios que se hizo humano para que los humanos fueran dioses. Este mismo movimiento -una especie de descenso- contiene ya la restauración de su gloria -un ascenso-, y es un hacer espacio para que seamos habitados: y ya no vivo yo, sino él a través de mí. La disminución del yo es el aumento de su Sí, del Sí divino. La disminución se refiere al ser humano externo, preocupado por el mundo terrenal y el aumento se refiere a la persona interna, pneumática.

En otra parte, Orígenes escribe que la labor del ser humano es "siempre estar cavando pozos de agua viviente", como Isaac que cavó los pozos de agua de su padre. Esos pozos de agua habían sido cubiertos con tierra por los filisteos, lo cual significa llenar el entendimiento de la palabra divina de un significado terrenal y carnal y no espiritual; e igualmente, un tapar la imagen divina, que Dios imprimió en el agua del alma desde el principio, con intereses terrenales. Esto hace que uno no pueda beber, y tampoco permite que otros beban de la profunda fuente de agua luminosa. El tener "la mente dirigida hacia cosas terrenales" hace que ignoremos "que el agua se encuentra en toda la tierra" y que "un sentido racional y la imagen de Dios se encuentran en todas las almas". Y concluye Orígenes: "¿De qué te sirve tener conocimiento y no saber usarlo, tener palabras y no poder hablar?". Cada alma debe dar a luz y hablar la palabra divina, actualizar el Verbo en la carne, y para ello debe aceptar su muerte.

 

Twitter del autor: @alepholo