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Una investigación a nivel cerebral mostró el efecto que una creencia religiosa puede tener en capacidades cognitivas como la razón o la empatía

En el siglo XV, grandes pensadores del Renacimiento defenestraron a Dios y la religión como modelo de pensamiento que explicara y reglamentara la realidad perceptible, desde el movimiento de las estrellas hasta los actos cotidianos de una persona. A cambio, el ser humano se colocó a sí mismo en el lugar del saber: armado con la razón y sus recursos, emprendió el camino de la investigación y las explicaciones lógicas, coherentes, que ofrecieran una respuesta a la realidad con elementos de la realidad misma, y no recurriendo a un ente suprahumano y fuera de los círculos de este mundo.

Desde entonces, la oposición entre religiosidad y ateísmo ha sido una constante ideológica en las sociedades modernas y occidentales, una suerte de dualidad irreconciliable en la que además existe un elemento de supuesta superioridad: dado que la predominancia del pensamiento religioso-mágico fue anterior a la del pensamiento racional, se considera en general que no creer en Dios es más avanzado, racionalmente, que admitir su existencia y rendirle algún tipo de culto.

Un estudio realizado recientemente por Tony Jack,  Richard Boyatzis y otros investigadores de la Case Western Reserve University y el Babson College (ambos situados en Estados Unidos) sugiere que dicho enfrentamiento entre una y otra postura no es únicamente social o histórico, sino que, sorprendentemente, ocurre también a nivel cerebral.

De acuerdo con esta investigación, la creencia religiosa tiene uno de los efectos más interesantes en nuestro cerebro, pues ocurre que las regiones asociadas con el pensamiento analítico y crítico se “apagan” pero no gratuitamente, sino con un objetivo específico: hacer que nuestra intuición emocional se potencie y con ello seamos más empáticos y socialmente hábiles con nuestros semejantes.

Por otro lado, al analizar lo que sucede en el cerebro de personas que se dijeron ateas, los científicos encontraron un perfil de funcionamiento cercano a la psicopatía, sobre todo porque, como en dicho trastorno mental, los ateos también presentan una carencia notable de empatía, lo cual puede traducirse en un egoísmo casi patológico.

En cuanto a la inteligencia, el estudio también encontró una especie de desdén por parte de las personas religiosas a esta cualidad cognitiva. La conclusión preliminar es que los creyentes parecen menos inteligentes porque ante un problema prefieren encaminarse a la red neuronal de la empatía y las emociones, antes que al análisis y el pensamiento racional. Esto, sin embargo, es discutible, al menos si pensamos que en años recientes el entendimiento de las emociones se ha considerado también otra forma de inteligencia, lo cual es una manera de decir que hay otras manifestaciones de dicha capacidad.

Como sea, el estudio está ahí, para que cada cual saque sus propias impresiones.