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Parecería increíble que la ciudad de Nueva York ha arrojado más de 2 mil 500 trenes de metro al mar, pero hay una buen razón

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En primera instancia, cuando se escucha que la ciudad de Nueva York arroja trenes de metro al mar, uno piensa que se trata de una abominación ecológica, una falta conciencia inaudita. Sin embargo, esta medida muestra cómo saltar a una conclusión o formar un juicio de valor solo con base a la primera impresión suele ser engañoso.

El Departamento de Tránsito Metropolitano de Nueva York ha arrojado más de 2 mil 500 vagones de metro al Atlántico como parte de un proyecto de reciclaje de ecosistemas. Aunque el programa se suspendió en 2010, los resultados del mismo pueden apreciarse en la formación de un arrecife artificial, que es monitoreado por las autoridades neoyorkinas y de otros estados de la costa atlántica que también recibieron trenes de metro para esta empresa.

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El fotógrafo Stephen Mallon ha documentado este proceso desde que descubrió la existencia del programa de reciclaje en 2007. Sus imágenes muestran el extraño encuentro del mar con la urbe, de las algas con el metal.

Hay que resaltar que los viejos trenes no fueron depositados en el mar sin antes quitarles todos los materiales que podían ser reciclados y vendidos, como ruedas, asientos o poleas. Luego fueron limpiados y se les quitó material tóxico para que pudieran embonar con el ecosistema marino.

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Según las autoridades, los arrecifes de coral creados en los trenes de metro en diferentes zonas del océano Atlántico proveen hasta 400 veces más alimento para los peces por pie cuadrado de lo que generaba el fondo del océano en esa zona. Los peces no solo se sirven del banquete de algas, algunos utilizan las instalaciones para ocultarse de depredadores que de otra forma no podrían evitar.  

Dicho eso, esta siembra marina no está exenta de posibles complicaciones. Aunque por el momento todo parece ir bien y el programa es celebrado con amplia lisonja, algunas personas creen que los vagones podrían haber sido reciclados de mejor manera o que a largo plazo podría haber contrariedades ambientales, al crear un desequilibrio. Un ejemplo ecológicamente nefasto ocurrió en la década de los 70, cuando se intentó crear un ecosistema de coral cerca de Fort Lauderdale en Florida y un grupo de pescadores depositó en el océano Atlántico cientos de miles de llantas de automóviles. En ese caso, a las algas al parecer no les gustaron las llantas para formar un nuevo hábitat, y ahora el gobierno de Estados Unidos tiene que limpiar la costa y gastar millones de dólares.

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Fotos: Stephen Mallon