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Sobre el intercambio de comida con dioses, hadas y extraterrestres

AlterCultura

Por: pijamasurf - 12/25/2014

La mitología moderna mantiene un episodio arquetípico: el intercambio de alimentos entre dioses, hadas, extraterrestres y otras entidades y el hombre; la comida puede llevarlo al delirio o a la perdición, al recuerdo de lo divino o al olvido y a la condena

Como observó Carl Jung y más tarde el investigador Jaques Vallee, los OVNIs y los extraterrestres tiene numerosas similitudes con los ángeles, las hadas, los duendes y demás aspectos de la constelación de seres mágicos o supernaturales con los que la cultura popular ha conversado. Jung creía que esta nueva presentación de lo numinoso, bajo un disfraz hipertecnológico, era parte de las características particulares de nuestra era, del dominio del inconsciente colectivo. No es que Jung pensara que estos seres no eran reales per se, sino que consideraba que la psique existía más allá del cerebro humano, interpenetrando el tiempo y el espacio mismo de manera inextricable. Las hadas, los duendes, los dioses mismos parecen ser fenómenos mentales, pero la mente --y mejor dicho la psique-- está en todas partes. En palabras de James Hillman, el gran continuador del trabajo de Jung: "Ya no sé si estoy dentro de la mente o si la mente está dentro de mí".

Un punto que conecta a estos folclores a través de la historia es la recurrencia en la narrativa de encuentros o visitas en los que se realiza un intercambio de alimentos, el cual puede propiciar la misma experiencia numinosa o puede ser el objeto de una treta (muchos de estos seres son por naturaleza "tricksters"). Alimentos que son hechizos o regalos, facilitadores de estados de conciencia o hipnóticos que sumergen en un largo y peligroso sueño sin recuerdo. La reiteración e incluso el arquetipo de los intercambios de alimentos entre extraterrestres y seres humanos --con el antecedente del mundo férico-- es el tema del investigador independiente Joshua Cutchin, a quien le llama la atención que no haya sido objeto de estudio antes.

Existe en el folclor europeo --y también se puede localizar entre las tradiciones amerindias-- lo que se conoce como el "tabú del alimento". Particularmente esto sucede con las hadas: cuando bebías su bebida, te quedabas atrapado en su reino. Curiosamente existen también numerosos "cuentos de hadas" en los que un hechizo o una maldición deviene cuando el protagonista o algún personaje importante come el alimento que le ofrece, muchas veces como trampa, un ser mágico o de otra dimensión (suele ser lo que llamamos "la bruja"). Hansel y Gretel, Blancanieves, Rapunzel son sólo algunos ejemplos. Estas historias son en realidad sólo reflejos de mitos más profundos. Raptada por Hades cuando recogía flores ("la virgen desflorada"), Perséfone fue rescatada del inframundo por Hermes. La condición con la que su liberación se produjo era que no comiera nada en el trayecto de regreso al mundo superior, pero Hades la engañó para que probara seis o cuatro semillas de granada (el número varía en los relatos), cada una de las cuales la obligaban a volver al inframundo 1 mes, dando así explicación a las estaciones: cuando Perséfone estaba en la tierra el mundo florecía, cuando bajaba al inframundo se producía el invierno. Este mito tiene bastantes resonancias con el mito que todos conocemos: el de la fruta en el Paraíso que provocó la expulsión de Adan y Eva, aparentemente engañados por Satán, en forma de serpiente (símbolo del conocimiento). Coexiste en estas historias un principio de oposición, entre la caída de la gracia (y su condena) y un estado de conciencia y conocimiento secreto brindado por el fruto prohibido. Eva al probar el fruto conoce la muerte; algo similar le ocurre a Perséfone, que mantiene así su conocimiento de la muerte y de ver lo que nadie más ve, lo invisible. La muerte es considerada en el misticismo parte esencial, aliada incluso, del iniciado.

Así tenemos esta dualidad, que quizás nace de la perspectiva de quien cuenta la historia y no necesariamente significa una sanción moral universal a consumir el alimento de un ser de otro estadio de conciencia o realidad. La comida humana es lo que hace al cuerpo humano; la comida de las hadas es lo que las hace hadas y a los dioses igualmente (el soma y la ambrosía). Cuando un humano come algo de las hadas o de los dioses ocurre una transgresión, una especie de modificación transgénica, pero también un salto prometeico.

En este sentido en los Vedas tenemos la fascinante historia de los Rbhus “los forjadores", los “hijos del hombre a los que se reconocía por sus ojos de sol”, los primeros mortales que alcanzaron la divinidad. Según cuenta Roberto Calasso en La literatura y los dioses, los Rhbus, acogidos por por Savitir, “aquel a quien nada se le puede ocultar”, después de un letargo de 12 días en la mansión celeste, fueron despertados por el Perro Celeste y conocieron a Tvastr, “el artífice divino, celoso guardian del soma”. Los Rhbus lograron conseguir el soma, haciendo lo que los dioses suelen utilizar con los hombres, el encantamiento, el ilusionismo: “reprodujeron cuatro veces aquella copa del Asura (Tvastr)... usando su arte, que era maya, la 'magia medidora'”. Los hombres hacen como los dioses o al menos como los demiurgos cuando son capaces de copiar la creación, de crear duplicados. Por este mismo deseo, Lucifer fue exiliado del cielo, según el antiguo mito. El tabú tal vez sea una forma de prohibir lo sagrado, desalentando al profano de probar el alimento numinoso, sabiendo que al no estar preparado seguramente lo llevará a la ruina. A la vez que estas historias están cifradas en símbolos y los alimentos parecen significar la transformación del que los ingiere. Son siempre la posibilidad de la memoria divina o del olvido, del Leteo, la pastilla roja o la pastilla azul de The Matrix.

Este tabú alimenticio existe también entre las culturas originarias de América, según relata Cutchin. Se dice que probar algo que te ofrece el Sasquatch es fatídico; este criptohomínido destruye la voluntad del hombre con un falsa galleta. Y es que en el cruce dimensional entre planos de conciencia, el hombre puede ver el alimento como si se tratara de un delicioso banquete para luego descubrir que se trataba de la corteza de un árbol o un pedazo de excremento. En la leyenda de Queztalcoatl, rey de Tula, vemos que probar el pulque de los magos de Tezcatlipoca --como una tentación diabólica (pero el "diablo", en este caso, se reconoce como su doble o sombra)-- precipita la caída de la moral de toda una época, llevándolo al incesto (una doble violación del tabú) y al exilio.

 

Cocina extraterrestre

Como hemos visto antes, lo que antes eran ángeles ahora son aliens, duendes que ahora son pequeños hombrecillos grises de las estrellas. Estos nuevo mitos, que reflejan una psique envuelta por el techne, naturalmente comparten el tabú de alimentos, de formas más extrañas. 

Las historias que ha recopilado Joshua Cutchin narran encuentros en los que personas reciben una pastilla o beben un jugo de colores, una "leche química" y luego entran en un estado de amnesia, a veces vagamente recordando o descubriendo después que han sido despojados de algo. En ocasiones estos alimentos son lo que permite una violación o lo que hace que se olvide esa violación, según los relatos de abducciones. Los extraterrestres también han reemplazado a los antiguos ladrones bestiales de la noche ("el coco" o" bogeyman"), a la yegua o al fantasma amoroso de las pesadillas (mare) o al mismo dios Pan, de donde viene el pánico. Uno de los casos más extraños, contado por Robert Anton Wilson en su trilogía Cosmic Trigger, relata la historia de los verdaderos "space cakes":

El 18 de abril de 1961, el criador de gallinas, Joe Simonton estaba desayunando cuando escuchó un peculiar sonido "similar a neumáticos frenando en el pavimento mojado" lo que le hizo mirar hacia afuera de su casa, sólo para observar un objeto plateado similar a un platillo el cual parecía estar suspendido sobre su patio. De este vehículo salieron tres pequeños hombres con uniformes azules de cuello de tortuga con cascos de emergencia. Uno de los visitantes extiende una jarra plateada similar al material de la nave, haciendo el gesto a Joe de que la llene, sin decir una palabra. Joe va por el agua y llena la jarra. Mientras tanto escucha el sonido de algo siendo cocinado al interior de la nave. Los extraterrestres le ofrecen 4 panqueques a cambio del agua. Joe los prueba, y luego relata que saben a cartón quemado. Los extraterrestres regresan a su nave, despegan y desaparecen para siempre.

Al mismo tiempo de este bizarro encuentro, cerca de ahí, Savino Borgo está manejando por la carretera 70 en Wisconsin y reporta observar un OVNI de forma de platillo volador.

Otras curiosidades forteanas son varios casos en Brasil en los que los extraterrestres tienen un ungüento que obliga a las personas tener sexo; la fascinación de los hombre de negro con la gelatina o un episodio ocurrido el 12 de abril de 1980 en Cuba, donde supuestamente crecieron papayas y manzanas gigantes después de un avistamiento.

Todas estas historias, como expresiones arquetípicas merecen seguramente un análisis profundo, más allá de incitar cierta respuesta grotesca y por momentos cómica. Un análisis que probablemente debiera de incluir los intercambios sexuales entre los hombres y las entidades numinosas, otro vasto territorio en el que también participan los extraterrestres como los dioses. Así como también las ofrendas de alimentos ceremoniales con los que los hombres parecen tomar cierta potestad de lo supernatural o al menos sacian su hambre devoradora con las hipóstasis de las libaciones (se dice que a las hadas les gusta la miel). La comida y el sexo como agentes de comunicación en el banquete entre el hombre y su radical otredad o en su interfase con el misterio: ambos instintos que se personifican y representan a la psique en el mundo exterior, en una dimensión cósmica. Y es que el instinto, como sugiriera Aleister Crowley, es lo divino. Pero esta divinidad instintiva, esta animalidad del anima mundi, es en gran medida lo que hemos reprimido, por lo que pensamos en estas historias de sexo o convite entre el hombre y los extraterrestres o entre el hombre y otras inteligencias animales como algo ridículo o caricaturesco, o simplemente patológico. La patología, sin embargo, es también una vía de comunicación con lo divino (decía Jung que los dioses se han convertido en enfermedades). Y James Hillman ha mostrado cómo aquello que viene del dios Pan: la pesadilla, la masturbación y la violación se ha patologizado y envuelto en tabú (Pan es la inspiración del diablo cristiano) y sin embargo es también una vía de encuentro con la propia corporalidad y su cauce más enérgico y numinoso: la creatividad brutal del sexo que arrastra, la danza que aprendimos de los animales y que hemos olvidado. Quizás los dioses no nos han abandonado del todo, y no se presentan sólo como elevaciones espirituales en los picos luminosos de la conciencia --son también parte de lo más básico, de nuestras concupiscencias y los encontramos en ese nodo cáustico, en esa desmesura propia del deseo, el punto donde el alma se vuelve más sensible y salvaje y derroca al rígido control del ego.

 

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