El Lobo de Wall Street: la alucinación mágica del dinero
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 02/03/2014
Por: Alejandro Martinez Gallardo - 02/03/2014
Se han hecho muchas películas sobre Wall Street y la insaciable avaricia que caracteriza al mundo financiero, críticas morales que sin embargo alimentan a los lobos del sueño americano, glamourizando su estilo de vida y rindiendo culto al dinero –dios paradójicamente inmaterial del materialismo. Quizás la más icónica en los últimos tiempos sea Wall Street (1987), cuyo personaje, Gordon Gecko, es el epítome de la versión más salvaje y amoral, pero no por ello menos atractiva, del sueño americano. The Wolf of Wall Street, la quinta conjunción del poderoso dúo DiCaprio-Scorsese, es por mucho la más divertida. Tal vez porque, si bien refleja los intersticios amorales de un mundo fabuloso y corrupto, el dinero, la cocaína, las prostitutas, el ascenso meteórico y la debacle y todas las cosas que ya hemos visto, lo hace desde la perspectiva formal, desde la mirada estilística de una “stoner movie” (una comedia de drogas), con cierta sensibilidad artística (cine de autuer en MTV). Esto tal vez sea lo más brillante y controvertido de la película, que nos acerca a un mundo gravemente corrupto con una sensacional ligereza… Un desaforado delirio contado en primera persona, con guiños cínicos, como un alucinación. Y es que acaso el dinero y la abstracción de las finanzas son sólo una alucinación. Jordan Belfort, "el Lobo de Wall Street", (personaje real) feroz broker toxicómano, adicto al sexo y a los barbitúricos, cuyo único sueño es ser rico, encarna perfectamente la alucinación central de nuestra cultura.
Todos sabemos ya la historia. Los brokers de Wall Street hacen mucho dinero virtualmente estafando a las personas y lo hacen rápido. Suelen ser muy listos y con una laxa moral: en el proceso de hacer dinero pierden el piso, engañan a sus esposas y traicionan a sus amigos, inhalan islas de cocaína y desarrollan egos que no caben en los edificios más altos de Manhattan –la imagen primordial: sonríen sardónicamente ante un espejo, mientras se observan a sí mismos recibiendo un blowjob. El mundo es suyo, porque han sabido burlar las reglas (que no son para todos). Las películas nos dicen que eventualmente caen ante la ley (aunque lo cierto es que la mayoría logran escaparse sin tener que rendir cuentas –porque como dice el Lobo de Wall Street, el dinero es mágico, es mágico porque creemos en él). Esta es una historia que ya hemos visto. Lo que resulta novedoso es el tratamiento del Team Apataw (la mafia de comediantes en boga en Hollywood) vía un Scorsese rejuvenecido como un vampiro que consigue una nueva droga, en este caso flashbacks de metacualona y seguramente de su época dorada cuando ejercía una particular afición por consumir grandes cantidades de cocaína. Scorsese juega a Mel Brooks y hace spoofs en speed: por momentos Good Fellas se vuelve Superbad se vuelve Saturday Night Live se vuelve Fear and Loathing in Las Vegas. La comedia puede llegar a ser lo más lúcido y despiadado.
A mi juicio no es menor que The Wolf of Wall Street, bajo la cortina de humo de la ambición salvaje de Wall Street, sea también una de las mejores stoner movies de la historia –formalmente, más que un drama sobre la vicisitudes del dinero y la ambición es un reflejo del paroxismo de las drogas y de su capacidad de transgredir los límites establecidos. Esta irreverencia y su desmesura la hacen en muchos sentidos una película fascinante y perturbadora. ¿Debemos de sentir culpa si nos divertimos y gozamos en la feria de las vanidades, en el libertinaje y en la disolución? ¿Debemos de empezar a pensar en lo que va suceder después de la orgía?
Wolf es fascinante y a la vez perturbadora ya que es una comedia que nos hace reír y excitarnos –en otras palabras sentirnos bien— de la perversión moral de la cultura alfa –la cultura dominante elitista masculina, del poder y la testosterona. Es decir, de aquello de lo cual nos deberíamos de sentir mal. Se decía en Wall Street el retruécano: “greed is good”, la ambición es buena. Esta inversión moral nos puede resultar claramente deleznable pero no por ello deja de estar alineada con el modelo aspiracional de la sociedad moderna. Como dice Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) el dinero te hace bueno, “si quieres puedes hasta salvar al maldito búho moteado” (una frase simbólica sobre el greenwashing del dinero con un eco de Moloch).
Los momentos más excitantes y reveladores de la película son los “discursos de ventas” de Jordan Belfort. Enérgicos pep-talks a la Vince Lombardi en anfetaminas, en medio de una bacanal oficinista: enanos que son lanzados como dardos, hombres-lobo que se pelean prostitutas en un frenesí, cantos indio americanos para alterar la conciencia (lo sagrado al servicio del interés creado), el sonido incesante de los teléfonos y la palabra mágica que cautiva su atención: money (y fuck, The Wolf of Wall Street es la película en la que más menciones se hacen de la palabra fuck: más de 500). Hay una conciencia desde el inicio de estos giros lingüísticos que permite que la película registre también la estimulación lingüística que acompaña a la época y a esta elitista industria. Belfort, en su primer día en Wall Street nota, con agrado, cómo todo está lleno de este sucio slang, que excita de la misma manera que hablar en el acto sexual describiendo de manera pornográfica lo que se quiere o lo que sucede, otorga un añadido de excitación. Fuck, fuck, fuck, ésta es la gasolina. Esto es un exceso vulgar —la película es excesiva en todos sentidos, incluyendo su duración— pero este exceso ya ha seducido a nuestra cultura. Lo que se presenta es sucio como el olor a dinero, a látex, a sudor y efluvios sexuales, a champagne derramado –pero esta “suciedad” es la sustancia de la que están hechos nuestros sueños.
DiCaprio comprueba nuevamente por qué es el mejor actor de su generación (aunque algunos bajo el hechizo de la muerte reciente, pensarán en Philip Seymour Hoffman). Tal vez exista algún oscuro actor de teatro o algún actor relativamente desconocido que lo supera o se le equipara en capacidad actoral –pero no hay nadie en Hollywood, no hay ninguna estrella, con su fuerza. Seguramente ganará el oscar en unas semanas (lo cual es irrelevante). El actor, si el cine tiene espíritu, es medium y DiCaprio por momentos entra en un estado de trance o posesión –es una velocidad mental y una canalización emocional, pero sobre todo un furor que se transmite en todo el cuerpo, la plasticidad histriónica que caracteriza a todos los grandes comediantes. Aquellos que hayan consumido drogas o hayan estado con personas que consumen grandes cantidades de drogas notarán cómo en ocasiones los rostros y el mismo cuerpo se transforman bizarramente en caricaturas humanas, los extremos de la psique se materializan en las gesticulaciones: la realidad del cuerpo se vuelve elástica. Noto aquí que Psicanzuelo desde hace 4 años ya era consciente de esta capacidad gesticulativa, de posesión, "la marioneta sagrada", de DiCaprio, y se atrevía a asegurar al joven actor el primer nombre de su generación.
Entrando en verdaderos trances, que rozan con ataques cardiacos, Belfort (DiCaprio) les dice a su pupilos: "quiero que lidien con sus problemas volviéndose ricos", o llegando a enfrentarlos en "una limusina, con un traje de 5 mil dólares y un rolex". Porque el dinero es mágico y con su mera aparición (finge que) lo resuelve todo. Quiere imaginarlos en un Porsche con una rubia con las tetas operadas y no de compras en el Price Club con una mujer andrajosa siempre deseando tener la vida dorada del otro. Aquí se clarifica la ideología amoral de la película: la autorrealización, el sueño de vida puede ser otro, pero la única medida que se tiene para determinar si se ha conseguido es el dinero. Ante la dificultad de escudriñar a alguien, de saber quién es, de conocer su verdadero valor, el dinero nos otorga información de manera inmediata, sin necesidad de invertir en empatía, afecto o tiempo. El dinero expulsa el alma y la coloca en la superficie.
Como en Spring Beakers de Harmony Korine, el espectador de repente se sorprende a sí mismo en un asalto sensorial, disfrutando enormemente una orgía inmoral que va en contra de todo lo políticamente correcto, pero que lo seduce con lujo de detalles (al elevarse la estética vence a la ética), entre erecciones postorgásmicas y carcajadas demenciales. Y es que la misma palabra griega para seducción, phtheírein, significa engaño. Esto es lo que sucede, es la quintaesencia del dinero, seducir engañando.
Wall Street es el nido de animales salvajes, en tanto se identifica con la testosterona y el macho alfa. La testosterona permite tomar riesgos más fácilmente y hace que el cerebro y el cuerpo sean más ágiles en momentos de estrés o de competencia. Es un loop autorreferente: el dinero y el sexo otorgan confianza, generan testosterona: permiten conseguir más dinero. El éxito mismo genera más éxito, infla la burbuja. The Wolf of Wall Street es en muchos sentidos la gran película de la testosterona (me pregunto si las mujeres la disfutan igual). Una película hecha por DiCaprio y Scorcese, grandes socios de la industria del cine, incluyendo en este caso a Jonah Hill, quien ha participado en numerosas películas de bromance, comedias de drogas y amigos. La compañía que fundan Jordan Belfort y Donnie (Jonah Hill), Stratton Oakmont, es conducida como si se tratara de la organización de una fiesta (perenne) entre amigos, siempre formando complicidades entre hombres, compartiendo cheques y chicas. La misma película está hecha con numerosos momentos satíricos autorreferenciales, citas de su propias películas, como el "momento Titanic" cuando Belfort abraza por detrás a su esposa, una exmodelo de Miller Lite vuelta Duquesa, al tiempo que le pide furtivamente a Donnie, siempre el sancho de todo héroe stoner, que produzca su stash de ludes (metacualonas), porque no quiere morir sobrio. El hecho de que su debacle sea precipitada por el dueño de Benihana, el popular restaurante sobre el que Jonah Hill ha hecho varios skits en Saturday Night Live. O el guiño a todo amante de las drogas, cuando Donnie le dice a Jordan: "no puedo imaginarme nunca ponerme hasta el huevo y no disfrutarlo" . Así muchos otros, en la tradición de películas como Scary Movie o National Lampoons.
Lo anterior nos indica que la película es una película de amigos (pero sólo del high de la amistad), como si fueran amigos que tienen una idea disparatada en la euforia de una droga y deciden ver hasta dónde pueden llevar su farsa genial y que la sigan comprando. Cuando esos amigos son Scorsese, DiCaprio o Jonah Hill eso es muy lejos –por suerte para nosotros—; es en esa confianza entre amigos, en esa libertad desmesurada, donde la magia sucede, donde los límites se rebasan. El triunfo del autor es que sus chistes y anécdotas locales se conviertan en una trama vista por millones de personas (hacer de un viaje personal una película épica para las masas). Quizás no sea exagerado decir que el tema que la película toca seria y magistralmente es el drogarse con amigos (algunos podrán pensar que esto es un tema menor, otros no estarán de acuerdo, argumentando que la búsqueda de estados de conciencia alterados está en el origen de nuestra civilización).
Hay un punto en el que el dinero y las drogas se entroncan, ambas suelen hacer que las personas que tienen dinero o consumen drogas se sientan moralmente exentas. En el high de las drogas, las construcciones morales, las conductas y reglas de las personas normales suelen perder su fuerza aglutinante: lo que está prohibido para los demás, lo que resulta chocante, llega a parecer mera convención sin una razón de ser que deba honrarse —el límite puede estirarse. Esta es la alucinación del privilegio del que tiene más (dinero) o del que ha ido más lejos (la amplificación de lo real de las drogas). Y de la misma manera que la película celebra la cultura del dinero también celebra la cultura de las drogas, lo cual evidentemente hará que algunas personas se ruboricen. Lo anterior nos permite hacer referencia a la genial y patética escena en la que Belfort salva a su amigo, al cual a la vez quiere matar (pero esto puede ser incriminatorio), tomando fuerzas inhalando cocaína al tiempo que en la televisión vemos a Popeye conseguir sus poderosas espinacas.
Si nos vemos forzados a hacer una lectura política y moral de la película, y reiteramos que lo novedoso y por momentos genial es su aspecto formal, su tratamiento humorístico como un sueño continuo motivado no sólo por el rush de un estimulante, sino también por una sustancia disociativa, entonces hay que señalar que The Wolf of Wall Street más que una crítica de este mundo es una exaltación intencional. Según el guionista Terence Winter, tanto DiCaprio como Scorsese eligieron "no mostrar el otro lado", el lado de la víctimas que fueron estafadas o de las personas afectadas por la ambición salvaje de Wolf.
El espectador, más que con los 20 minutos finales de la inminente caída de Belfort, se quedará con los 160 minutos de su vida copulando salvajemente con espectaculares mujeres, tronando estrepitosos chistes con sus amigos millonarios, cambiando abrazos de testosterona y serotonina en yates y aviones privados (en farras que son el sueño dorado del adolescente que se masturba pensando en el futuro). Incluso al caer en prisión, Jordan Belfort descubre que no tenía nada por qué preocuparse ya que en la cárcel "todo está en venta" y él es rico (en The New Yorker sugieren atinadamente que el Belfort de DiCaprio es el verdadero Gatsby de nuestra época). Después de traicionar a sus amigos —el hombre es el lobo del hombre— puede reiniciar su vida vendiendo su misma capacidad de venta, una sustancia etérea. Ahora bien, tampoco considero que sea un principio sine qua non de una buena película emitir un juicio. Al contrario, el arte tiene el lujo de ser inmoral, si es capaz de penetrar la existencia y reflejar inalterada su corriente de energía. Es para nuestro detrimento que hayamos glamourizado el mundo que conlleva el dinero, que hayamos dotado su irrealidad de sustancia. Pero esta alucinación del dinero como un instrumento mágico es parte de nuestra realidad.
Twitter del autor: @alepholo