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El miedo de los estadounidenses a la cannabis solamente refleja el prejuicio que sentían contra los mexicanos que comenzaron a traspasar las fronteras durante la Revolución de 1910

La condición ilegal de la cannabis se ha sostenido gracias a prejuicios que en realidad tienen muy poca antigüedad: durante miles de años el cáñamo fue usado como fibra vegetal e ingrediente en toda clase de remedios de medicina tradicional, o simplemente cortado como hierba invasora por la facilidad con la que se produce. Su uso recreativo, sin embargo, fue sancionado, no gracias a evidencias médicas de su supuesta peligrosidad sino al peligro xenófobo que asociaba la planta con los inmigrantes mexicanos en el sur de Estados Unidos, que consumían cannabis como un sustituto barato del alcohol.

Esta serie de carteles de filmes propagandísticos data de entre 1936 y 1950. La película Reefer Madness fue lanzada poco después de que la gran prohibición de alcohol terminara, y para entonces la idea de la cannabis y el inmigrante mexicano pobre y amenazante en su otredad radical ya había echado raíces en el inconsciente estadounidense, que tiende a criminalizar aquello que no tiene un fin utilitario, materialista o redituable. 

La planta pronto estuvo asociada a todas las connotaciones negativas que los estadounidenses veían en los mexicanos, como comportamientos antisociales a causa de un idioma, un humor y una cultura distintos a los hegemónicos, además de su calidad de migrantes y su diferencia de clase social, representados también con matices demoníacos en los afiches. El peligro de la cannabis, pues, no era solamente físico o clínico sino religioso y moral: un atentado contra una forma de vida puritana que había conseguido prohibir el alcohol exitosamente durante 13 años, dando origen en el proceso a poderosas mafias de contrabandistas como la de Al Capone, precedente del narcotráfico de hoy en día.

Lenta e inexorablemente, la ciencia y la experimentación responsable van dándole lugar a la cannabis como un aliado médico y una sustancia recreativa que no enloquece a sus consumidores ni mucho menos: una sociedad de prohibiciones, que prefiere asustar y criminalizar a sus ciudadanos tratándolos como niños con burdas amenazas basadas en prejuicios religiosos, es mucho más enloquecedora que los pasajeros paraísos artificiales de la cannabis.

 

(Vía Mashable)