László Krasznahorkai o el regreso de la vieja escuela al premio Nobel
Libros
Por: Rober Díaz - 10/14/2025
Por: Rober Díaz - 10/14/2025
Estamos muy contentos porque László Krasznahorkai ganó el premio Nobel de Literatura del año 2025. Su galardón también es un reconocimiento a la vieja escuela. Su novela más célebre Tango satánico, de 1985, fue llevada al cine por el director Béla Tarr (1955), con una duración aproximada de siete horas y media, y está considerada una de las piezas más importantes del director.
Krasznahorkai es un escritor difícil, y su dificultad radica en la obsesión que el escritor tiene por detener las imágenes en sus novelas, a fin de que sus personajes decidan en un entorno misterioso, hostil, decadente y extraño donde todo se mueve con una cadencia milimétrica. Las acciones transcurren gracias a un narrador ajeno a la descripción sensorial de sus personajes, quienes se enfrentan al miedo de irse abriendo paso en una larga noche de desencuentros de una civilización con sus limitaciones, gracias al egoísmo, la perversidad y la malicia de la naturaleza de sus personajes.
Para algunos su premio fue una sorpresa, particularmente porque hubo críticos que creyeron que su oportunidad había pasado cuando Olga Tokarczuk ganó el Nobel de Literatura en 2018. Con todo, su nombre siguió sonando, y aunque no figuraba entre aquellos con mejores probabildades según las casas de apuestas, este año lo consiguió.
Sólo como un dato adicional al respecto, en 2025 el portal británico de apuestas Olbg daban por igual al japonés Haruki Murakami (1949) y al rumano Mircea Cărtărescu (1956) la primera posición de dichos pronósticos, seguidos por la poeta canadiense Anne Carson y la escritora china Can Xue en un tercer sitio. El húngaro aparecía, pero en otras posiciones. Y este año se coló el nombre de la mexicana Cristina Rivera Garza (1964) junto a otros que han sonado la última década: el argentino César Aira (1949) y el grandísimo escritor barcelonés Enrique Vilas Matas (1948).
Krasznahorkai es entonces un escritor de trazos largos. No podemos olvidar que el lenguaje en el que escribe es uno de lo más complicados, el magyar, como los húngaros llaman a su lengua, altamente estructurada, diferente de la hispanoparlante y aun de las indoeuropeas y, en este sentido, mucho más afin al filandés y al estonio.
Ejemplo de esta extravagancia es su libro más célebre, el ya mencionado Tango satánico, en el que cada capítulo está escrito en un solo párrafo, que en casi todos los casos es particularmente extenso. La historia es de por sí triste —el regreso de Irimas a una aldea húngara donde los otros habitantes y conocidos suyos lo creían muerto, y a quienes engaña—, pero además en la escritura no hay puntos y aparte, lo cual genera una sensación en el lector de opresión, lentitud y rodeo sin fin.
Alguna vez que Krasznahorkai respondió a las críticas sobre su estilo de escritura, dijo:
mis llamadas frases largas no provienen de ninguna idea o teoría personal sino del lenguaje hablado.
Si añadimos la complejidad de su propia lengua, donde podemos encontrar palabras compuestas por más de 44 letras, la decadencia de László podría verse como el resultado de una tesitura marcada por el agobio y la visión apocalíptica de un mundo que se descompone ante la mirada pesimista del escritor.
En otro aspecto, este escrito húngaro nacido en Gyula, Békés, al sureste de Hungría, en 1954, no se ha metido en grandes controversias. Se decantó en contra de los nacionalismos radicales al igual que ha mantenido en toda su carrera un perfil bajo, evitando las entrevistas y las apariciones en público. Parece ser más conocido por ser un autor de culto cuyo estilo es reconocible fácilmente, lo que lo vuelve al mismo tiempo uno de los escritores más originales y también con menos perfil para ser comercializado mundialmente, en buena medida porque los temas que aborda son complicados y densos, como ya dijimos.
Por su parte, la academia sueca reconoció al escritor húngaro "Por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”, de acuerdo con la consigna con que cada año el comité define y justifica al ganador. De estas líneas la mayoría de los medios coligió que se trata de un escritor que "retrata el apocalipsis", una derivación no del todo clara, pues su obra es más bien kafkiana, en especial cuando lleva a sus lectores a una realidad donde sus personajes ya pasaron por un pesimismo que los enfrentará con situaciones en los que la barbarie los rodea, y no sólo ésta, sino también la malicia, la perversidad y un pesimismo desbocado que describe morosamente su definición y la detiene cada cierto tiempo para saborear el hecho de que las cosas solo irán peor, con la salvedad de que si se saborean con una especie de nostalgia anticipada, entonces son admisibles, en tanto que el mundo es así: desproporcionado, grotesco, ambiguo e irrisible.
Por su estilo sincopado, Krasznahorkai ha sido comparado con Proust; por sus temas que preestablecen una situación sórdida y casi perdida, lo han emparentado con Kafka; por su propensión al intelectualismo filosófico, con Joyce; por la posmodernidad e ironía de sus relatos, lo comparan con Pynchon; por sus atmósferas densas y lúgubres, se le imputa una cercanía a Coetzee; y por sus recortes, pósters y fotografías que mete en sus historias, con el multifacético Sebald. Sin embargo, y aunque suene a lugar común, lo cierto es que Krasznahorkai no se parece a nadie, aun cuando podríamos seguir enumerando a más autores que sitúen al lector en un plano de coordenadas o de comparaciones.
En este premio ha ganado la literatura, esa que le gusta describir y profundizar en las capas de sus personajes, en sus gestos, en las suposiciones que sus acciones traen sin que necesariamente ocurran. También en ambientes que parecen írsele de las manos, para recobrar después cierta congruencia en un mundo agonizante por definición, donde la naturaleza del ser humano recae en la premisa hobbesiana de que el hombre es lobo del hombre. Solo que László le da a sus personajes el tiempo suficiente para encontrar, dentro de paisajes sublimes, la caída supuesta anunciada, que puede ser bella si es explicada.
La literatura de László Krasznahorkai se parece mucho a esas plantas que aferradas que crecen en medio de las grietas de las paredes: sin nigún futuro aunque al mismo tiempo existiendo contra toda probabilidad en contra. Pues ya están ahí, cambiando el panorama. Ahí donde se mira la pared con una planta y se puede distinguir el poder de la misma planta, rompiendo esa pared. Contra toda probabilidad.