La literatura de los premios y la mafia literaria que se niega a mostrarse
Libros
Por: Rober Díaz - 11/04/2025
Por: Rober Díaz - 11/04/2025
I.
Alguna vez el maestro Víctor Roura (1955) me dijo que la mayoría de los premios de literatura se pactaban de antemano. Yo no le quise creer, pero ahora entiendo lo que en aquel momento afirmó. Comprar premios, muchos escritores y escritoras lo hacen, casi siempre para darse a conocer; lo hacen las editoriales no desde el mérito literario, sino bajo la impronta del vendedor que juega a hacer sus estudios mercadológicos y que sabe que, si promociona a tal o cual escritor en determinadas circunstancias —llámese moda o mainstream— y con cierta posición en el mercado o en las redes sociales, las ventas de sus libros aumentarán. La calidad importa, ¿pero qué pasa si hay solo un espacio y la editorial comercial o que sobrevive de algunas ventas tiene que hacer una elección? Promoverá cierto producto según la demanda imperante, aplazando la publicación de otro a cambio de vender o mantenerse en un mercado que constantemente engulle a pequeñas editoriales y mantiene a otras que, a su vez, permanecen como piezas de grandes monopolios que determinan qué está y no vendiendo.
Por extraño que suene, ese es el futuro inmediato de la literatura, sobre todo para los autores noveles. Y de alguna manera, siempre ha sido así. No tenemos duda de que ha habido intentos por cambiar el rumbo de las políticas que hay al interior del mercado literario, intentos por democratizar o dar apertura a nuevos espacios, sin embargo, persisten los grupos empoderados que se encargan de publicar a sus amigos, una forma de nepotismo incluso, en el que familiares del círculo inmediato a aquel que tiene en sus manos alguna forma de poder burocrático tiene que repartir las “voluntades” gubernamentales o privadas de la manera más “equitativa” que se pueda.
Este grupo, esparcido en distintos niveles, mantiene una cohesión interna, actúa por medio de reglas no establecidas en un papel, pero lo hace articuladamente; se revitaliza con la llegada de nuevos integrantes y aun nuevos colectivos, integrando a personas clave para que estructuralmente se conserven los mismos integrantes o varíen poco, o simplemente se modifica, acomodándose a las circunstancias con una lógica informal pero operativa.
En “Prolegómenos a una sociología de la mafia literaria” (1975), Enrique González Rojo Arthur describió cómo procede la mafia literaria. Entre otros aspectos, sostiene que para pertenecer a un grupo como este, primero es necesario negar que se pertenece a esa mafia:
La forma de esta ideología, su carta de presentación, consiste en la declaración expresa de la ausencia de la mafia; su contenido se localiza, en cambio, en el hecho de que tal declaración, al ocultar la realidad del sector privilegiado, está puesta al servicio de los intereses de la mafia y sus integrantes: nada más conveniente para la vida y el poder de la mafia que dar la impresión de inexistencia.
Es decir: se está ahí, pero se niega. Esos grupos existen en muchos países, al menos aquellos donde hay una industria alrededor de los escritores. Estos grupos operan no solo como filtros para la publicación, sino también como jueces. Son los avales o detractores y constituyen un corpus de decisión. No es necesario, por cierto, que los miembros escriban: basta con encontrarse cerca de quien detenta el poder y saber que algo salpicará para su mera supervivencia.
Allá por los años ochenta, Mario Benedetii también había advertido sobre la mafia mexicana que a su parecer estaba integrada por escritores famosos como Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, entre otros. En un artículo titulado "Mafia, literatura y nacionalismo", Benedetti escribió:
La mafia arremetió, no con furia, sino con corrosiva burla, contra el hieratismo y la retórica de un nacionalismo post revolucionario que se había quedado en una hueca solemnidad. Pero en vez de propiciar, junto al descarte de ese populismo, de ese patrioterismo falso, su reemplazo por un ahondamiento en las tradiciones más aleccionantes, propuso una solución contraria y extrema: la disolución en un internacionalismo vistoso y prometedor, que no solo incluyera la ventaja de convertir a los escritores en los hierofantes y administradores de un deslumbramiento mayor, sino que también les asegurara fama, traducciones, premios, becas, viajes, promoción publicitaria. El célebre boom fue en realidad una prolongación internacional de la mafia; y no es casual que los mexicanos hayan sido sus más fervientes y eficaces promotores.
Para el poeta uruguayo, los escritores en México pronto se ahorcaron en sus propias ideologías, pontificando desde un púlpito al que solo ellos y sus amigos tenían acceso a discusiones erráticas: que si la marginalidad del escritor frente a los grandes hechos políticos, que si se espantaban por la barbarie del estalinismo, que si se apoyaba o no al régimen cubano y nicaraguense; mientras, al interior del país las políticas culturales priístas no eran rechazadas ni creaban inestabilidades concretas sino al contrario, en medio de estás discusiones los problemas de fondo se veían reducidos a problemas estructurales casi incontrovertibles, heredados por las contradicciones naturales históricas “de lo mexicano”, sin embargo si estas discusiones hubieran agregado o restado algo, preguntémonos, ¿qué movimiento de escritores o discusión a escala nacional que ellos hayan generado, desencadenó algún movimiento social? No muchos…
II.
Puede resultar controvertido afirmar que los premios literarios están arreglados de antemano o que su único fin es mercadológico: útiles para promover la venta de un escritor y dar a conocer a otro, sin embargo, los pobres resultados en materia de la gestión y promoción cultural en el país tampoco permiten suponer algo distinto. ¿Cuál es la última gran novela que ha sucedido en el horizonte de la narrativa mexicana? Puede ser que Temporada de huracanes de Fernanda Melchor (1981), publicado en 2017, ¡hace ocho años!
Al respecto se podría argumentar la precariedad de ciertas condiciones estructurales, particularmente el bajo nivel de lectura en México: en un país de 120 millones de habitantes, se lee apenas medio libro al año por persona. En comparación, en Argentina habitan se lee en promedio 4.5 libros por persona al año, en un país de 45 millones de habitantes. En este rubro, México está sólo por encima de Haití. Y además de que se lee poquísimo en nuestro país, habría que hablar de la calidad de lo que se lee. Hasta la fecha, uno de los libros más vendidos y pirateados en la historia reciente de la industria editorial mexicana sigue siendo ese bodrio llamado Cañitas, del impresentable Carlos Trejo.
La falta de un hito literario no encaja con los grandes números de la industria y resultaría pobre, frente todos los inconveninentes ya mencionados. No hay talleres literarios importantes, y los que hay ya están coptados por esas mafias locales que, como sostiene Daniel Spartaco, emulan a las que operan a nivel nacional, favoreciendo siempre a un grupo amañado. Y con todo, cabe preguntarse: ¿alguna vez ha sido diferente? ¿Acaso la mejor forma de entrar a estos círculos no es asistiendo a un taller? ¿O reunirse con un escritor con cierta trayectoria con el propósito abierto o soterrado de entrar en el medio? Eso o estudiar letras y arrejuntarte con una vaca sagrada de la universidad para que algunas migajas te toquen.
En esa disyuntiva (que al final implica el mismo procedimiento), las instituciones públicas no fomentan una alternativa en la que los beneficiados de programas como becas o premios literarios no pertenezcan a determinado coto de poder.
Con todo, quizá haya una ventaja en el hecho de que las nuevas mafias literarias se han reducido, o que así como las figuras de la literatura mexicana han ido muriendo, su papel y cazicazgo no han sido sido completamente reemplazados. Ya no hay un Octavio Paz que dirija la república de las letras y dirima qué es canon y qué no, y con el cambio de régimen que ha experimentado México en años recientes se han dinamitado las publicaciones y los espacios eléctronicos donde se guarnecían los herederos pacianos, quienes ahora, bajo el cobijo de Krauze y Aguilar Camín, corren hacia ningún lado para no ser tragados por los nuevos intelectuales de la 4T, que terminarán por afianzar en un futuro su propio corpúsculo de escritores preferidos u odiados.
III.
La literatura ha sido ejercida de arriba hacía abajo. Los hijos e hijas de las clases acomodadas son a menudo quienes se dedican a este oficio, por la dificultad implicita en él y también porque la cofradía que mantiene un poder sobre esos espacios mantiene igualemnte a una élite, a la cual identifica por su origen. Como los sotenía Sartre en Qué es la literatura, las nuevas generaciones exigen como nunca que los hijos de los trabajadores puedan adquirir un lugar dentro de ese mercado que también los ha ido integrando como objetivo de venta. El mercado literario está en plena expansión, pero no menos cierto es que los apoyos que se deberían desprender desde el gobierno no llegan para los mercados artistícos, o llegan solo a quienes pertenencen a grupos preestablecidos y heredados por abolengos que en pocas palabaras mantienen cerradas las puertas para una mayoría, o mejor dicho, para esos hijos de los trabajadores que quisieran dedicarse a la literatura, el cine, la danza o la música.
En este punto es donde el actual y la mayoría de los gobiernos recientes en México han fallado, pues no solo no hay al menos una intención por sacar de este abandono a las artes, sino que los mecanismos implementados hasta ahora solo han fagocitado el cambio de una élite intelectual por otra, y aun cuando la nueva élite es diferente a la anterior en sus raíces, su origen económico no es en cambio muy distinto. No quiero decir por ello que en el campo ideológico no sea equisdistante, pero el esquema será el mismo: si eres amigo del funcionario encargado de decidir quién publica, entonces publicarás; no lo eres, no publicarás. Así de simple.
CODA
El género de los libros dedicados a darle consejos a los nuevos escritores goza de cierta celebridad. ¿Recuerdan a Rilke con sus Cartas a un jóven poeta? Suena bien eso de adentrarse a uno mismo para preguntarse: ¿debo escribir? Y si la respuesta es sí, entonces ahí prescribe el poeta alemán: "construye tu vida en función de tal necesidad”. O Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir, donde el escritor sugiere que la escritura es una forma de curarse a sí mismo:
“Cualquier acto de creación tiene, en mayor o en menor medida, esa intención de añadir algo personal, de corregirse a uno mismo. Uno se revitaliza, es decir, manifiesta una vertiente espiritual de si mismo de forma distinta de la que uno existe en la realidad y de esa manera se pueden diluir (o sublimar) los desacuerdos, las discrepancias o las contradicciones que se producen, inevitablemente, en el transcurso de la vida”.
Entonces hay que buscar dentro de uno y aferrarse y luego se le puede dar a eso la interpretación que a uno le acomode. La literatura puede ser curativa o un hoyo lleno de porquería, pero lo fundamental es no dejar de intentarlo —escribir—, porque las ganas pronto se acaban. Así lo dice Stephen King:
“Aprendí dos cosas [sobre su novela Carrie]: primero, que la impresión inicial sobre el personaje o personajes puede ser tan érronea como la del lector. Segundo (pero no en importancia), darse cuenta que dejar algo a medias sólo porque presente dificultades o emocionales o imaginativas. A veces hay que seguir aunque no haya ganas. A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, al final sale algo bueno”.
Por eso, si hubiera que dar un consejo a los jóvenes escritores, ese sin duda no sería "amafiénse". Pero si no hay camino, entonces busquen a los que ya están ahí y peleen por un lugar, y si ese lugar está ocupado y se cierra la puerta, hay que generar un espacio nuevo, con otros rechazados incluso, pues si hay persistencia, tarde o temprano ese lugar dará origen a otra lustrosa mafía que le dirá a las otras cofradías existentes: aquí estamos y estamos haciendo nuevas reglas con la viejas, somos los nuevos capos.