Sin conflicto no hay historia: sobre el éxito de 'La casa del dragón'
Arte
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 10/11/2022
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 10/11/2022
La casa del dragón se estrenó el pasado 21 de agosto casi bajo la única expectativa de que mostraría los hechos que antecedieron a Juego de tronos, la adaptación de Una canción de hielo y fuego, saga original de George R. R. Martin, misma que resultó sorprendente en varios aspectos y que también, por la calidad de su producción, sentó un precedente importante en la historia de la televisión, las series y los servicios de streaming.
En este contexto, La casa del dragón (Ryan Condal y George R. R. Martin, 2022-) traía consigo una carga o una sombra importantes, la del éxito de su antecesora, por supuesto, pero también la posibilidad de que se repitieran los temas o motivos por los cuales Juego de tronos (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-2019) causó tanto impacto, acaso incluso con el riesgo de caer en el uso de fórmulas ya probadas y, con ello, volverla aburrida o predecible. Por ejemplo, el uso desmedido del sexo y la violencia explícitos, la presentación de batallas épicamente filmadas o la recurrencia a giros brutales de la narrativa como la muerte de un personaje que se creía protagónico, por mencionar algunos de los rasgos que se volvieron característicos de la serie original.
Por fortuna, esas sospechas no se cumplieron y, con ocho de diez capítulos de La casa del dragón al aire, es posible decir que la serie se sostiene por sí sola y que su equipo creativo (guionistas y directores en especial) lograron deshacerse con ingenio y solvencia del fantasma de Juego de tronos para consolidar una serie autónoma, que aunque quizá al inicio se sirvió del éxito de su predecesora para despegar, eventualmente tomó vuelo por sí misma.
En buena medida, este logro todavía parcial de La casa del dragón podría explicarse por el que quizá sea el mejor rasgo de la construcción narrativa de George R. R. Martin: su entendimiento admirable del conflicto humano y su voluntad creativa para convertirlo en eje de sus mecanismos narrativos, exponiéndolo y tratándolo desde una dimensión íntima y subjetiva (por ejemplo, los conflictos morales que un personaje enfrenta frente a una decisión como matar a un ser querido) hasta niveles sociales, políticos y públicos (como es el caso de los conflictos de poder que pueblan sus historias). En verdad George R. R. Martin comprende el conflicto humano en el abanico amplísimo de sus posibilidades y sus múltiples y muy sutiles matices.
A diferencia de otras narrativas de nuestro tiempo, especialmente las que se piensan dirigidas para un público masivo e incluso global, tanto en Juego de tronos como en La casa del dragón el conflicto tiene un lugar central dentro del mecanismo preciso en el que se plantean y se desarrollan las historias. En Juego de tronos el panorama es mucho más complejo, pues abarca distintas piezas en juego y el alcance de la narrativa es muy amplio, y aun cuando en La casa del dragón dichos elementos se simplifican un poco, no por ello el uso y tratamiento del conflicto son menos acertados.
En La casa del dragón, el conflicto en cuestión se podría calificar de familiar. Hay otros paralelos, entre amorosos, políticos y pasionales, pero el conflicto central que echa a andar los acontecimientos de la historia se fragua casi exclusivamente en el seno de la familia, en particular cuando el rey Viserys elige la vida de su hijo todavía no nacido por encima de la de su esposa Aemma, condenada por Viserys a morir en el parto con tal de tener un primogénito. El rey siente después una inmensa culpa cuando el bebé muere a los pocos días y, movido por ese sentimiento, designa a Rhaenyra como su heredera al trono, en contra de todo lo acostumbrado y sembrando para siempre la discordia al interior de los Targaryen.
La historia se complica con la adición de otros intereses en juego y los personajes que los representan, pero de alguna manera, en esas pocas líneas está expuesto con bastante maestría el núcleo de un conflicto con elementos más que suficientes para perturbar cualquier relación y a cualquier familia. El deseo frustrado de tener un hijo varón, la toma de una decisión imposible, la culpa como motivadora de acciones y decisiones de trascendencia… Y todo ello enmarcado en una personalidad, la de Viserys, complaciente, que busca quedar bien con todos, que se niega a ver y aceptar aspectos de la realidad que le desagradan y lo confrontan y los cuales, de hecho, de tomarlos en vez de evadirlos, lo orillarían a realizar acciones importantes e incómodas; en suma, una personalidad que, paradójicamente, rehuye constantemente el conflicto.
Es en efecto irónico que, en su afán de mantener la imagen de un rey "bueno", Viserys sea en gran medida el factor decisivo que genera varios de los conflictos al interior de la familia Targaryen, en muchos de los casos por negarse a tomar decisiones contundentes y claras en el momento adecuado, por negarse a "meter las manos", para decirlo con una frase coloquial. Es como si George R. R. Martin hubiera basado el conflicto de su historia en un personaje que se niega a enfrentar los conflictos de su propia vida.
Los episodios 6, 7 y 8 de la primera temporada de La casa del dragón son especialmente elocuentes a este respecto. Con el tiempo transcurrido, la trama de los intereses en juego vuelta más compleja e intrincada y la ampliación de la familia Targaryen con un par de nuevas generaciones, las omisiones de Viserys, nacidas de su actitud complaciente, han propiciado un ambiente familiar confuso en donde mucho de lo importante se dice sólo a medias o a través de insinuaciones hirientes, y en el cual varios de los personajes parecen tener un sentimiento compartido de deuda hacia sí mismos, como si a lo largo de toda su vida se les hubiera negado algo que cada uno cree que le corresponde por derecho propio y que, además, obtenerlo implica arrebatarle a otro la posibilidad de disfrutarlo. En ese sentimiento se pueden encontrar Daemon, Rhaenyra, Alicent y Otto Hightower e incluso otros personajes secundarios como Rhaenys Targaryen (apodada no por casualidad "la reina que nunca fue") o los hermanos Velaryon, Corlys y Vaemond. De hecho, que este rasgo interior lo compartan tantos personajes de la serie deja ver, por un lado, un poco del talento de George R. R. Martin como artífice de sus historias, pero también cómo, en tanto escritor, es capaz de realizar diversas variaciones de un mismo tema, cada una con su especificidad y su propio desarrollo acorde al personaje en sí mismo y en relación con otros y con el marco de la historia en general.
En los tres capítulos mencionados ("La princesa y la reina", "Driftmark" y "El señor de las mareas"), el elemento narrativo que propicia y sostiene el conflicto como pieza fundamental del desarrollo de la historia es la motivación al parecer irrenunciable de Viserys de ser siempre y ante cualquier circunstancia un "padre bueno". Ello aun cuando uno de sus nietos le sacó un ojo a su tío también niño durante una pelea; aun cuando es a todas luces palpable que los hijos de su hija son de un padre distinto al que ella asegura; sin que le importe que su esposa y el padre de ella, los Hightower, se hayan apoderado del control del reino a base de artimañas y conspiraciones. Viserys sacrifica la realidad misma con tal de llevar hasta el límite su imagen de padre bondadoso y rey justo pero, especialmente, su resistencia al conflicto.
A nivel de la recepción de la serie, cabe lanzar la hipótesis de que el conflicto genera la tensión necesaria para crear interés y expectativa por parte del espectador. De hecho, este es quizá uno de los elementos de la narrativa que aunque ha sido usado desde las primeras historias de la humanidad y hasta la fecha, su efectividad no mengua. Por el contrario, podría decirse que un buen conflicto es lo que a la mayoría de las personas las hace interesarse por una historia.
Sólo como nota al margen, cabría hacer una breve comparación entre La casa del dragón y El señor de los anillos: Los anillos de poder (J. D. Payne y Patrick McKay, 2022-), la serie de Amazon Prime que se estrenó casi al mismo tiempo que la de HBO. Ambas podrían considerarse rivales, pues son las cartas fuertes de la correspondiente plataforma de streaming que las alberga; ambas tuvieron una fuerte inversión económica en su producción y ambas pertenecen al género de la fantasía. Además, curiosamente las dos son consideradas "precuelas" (en el sentido de que exponen hechos anteriores a una producción ya exitosa, la trilogía de El señor de los anillos en el caso de Los anillos de poder) y están basadas en libros de éxito probado y hasta de culto (el mundo fantástico de J. R. R. Tolkien para la serie de Amazon Prime).
A pesar de estas similitudes aparentes, ahí donde La casa del dragón se reveló como una serie exitosa y a la altura de las expectativas, Los anillos de poder fracasó contundentemente. No obstante el antecedente literario, la producción multimillonaria y la descomunal maquinaria que Amazon echó a andar para hacer triunfar su proyecto, la serie simplemente no "prendió" entre la audiencia. Más aún: ya antes de la mitad de su temporada de estreno se le calificó de tediosa y malograda.
Aunque puede haber otros factores en juego, ese fracaso parcial de Los anillos de poder puede explicarse por la ausencia de conflicto en su narrativa, ya sea un conflicto general que sostenga la serie, o incluso conflictos particulares en las situaciones que involucran a personajes específicos. Un examen atento de los episodios y los hechos que los integran deja ver que la tensión en ellos es escasa o nula, y cuando se presenta, no sólo se resuelve fácilmente sino que se resuelve "felizmente" (lo cual, dicho al margen, se percibe como poco verosímil de acuerdo con la experiencia humana habitual del conflicto: muy raras veces nuestros problemas de la vida diaria se resuelven dejando a todos contentos).
En ese sentido, cabría preguntarse si la decepción en torno a Los anillos de poder no se debe justamente a la evasión frente al conflicto que su producción parece haberse impuesto para el desarrollo de la serie, como si siguieran el comportamiento del rey Viserys de intentar quedar bien con todos.
Sea como fuere, ambas series demuestran, cada una a su manera, la importancia del conflicto para una historia. Sin exagerar, puede decirse que el conflicto es el corazón de la narrativa. Y más aún, como enseña la vida, el conflicto es el factor que permite los cambios de estado, el desarrollo, los avances, tanto para los personajes y sus historias particulares como para la historia en sí.
Sin conflicto, todo permanece en la llana medianía de lo que nunca cambia ni se agita.