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Del otro no vemos más que un fragmento: todo lo demás lo inventa nuestro imaginario, especialmente durante la necesidad de amor

En sus Fragmentos de un discurso amoroso (1977), específicamente en aquel que dedica a la espera, Roland Barthes escribió:

El ser que espero no es real. Como el seno de la madre para el niño de pecho, "lo creé y lo recreé sin cesar a partir de mi opacidad de amor, a partir de la necesidad que tengo de él": el otro viene allí donde yo lo espero, allí donde yo lo he creado ya. Y si no viene lo alucino: la espera es un delirio.

Barthes elaboró el fragmento sobre la espera a partir de un motivo aparentemente muy sencillo y hasta trivial: la llamada "inminente", o cuando menos esperada, de un ser amado. En su caso, Roland Havas, en la época asistente de su seminario y de quien Barthes se enamoró (sin ser correspondido, vale la pena acotar).

A primera vista podría pensarse que una llamada telefónica podría ser, como decíamos, un acontecimiento apenas importante, pero, como bien señala Barthes, para el sujeto amoroso no es sólo eso. Al principio del fragmento referido, Barthes escribe:

Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente poético: en Erwartung [La espera, Arnold Schönberg, 1909] una mujer espera a su amante, por la noche, en el bosque; yo no espero más que una llamada telefónica, pero es la misma angustia. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones.

¿En dónde ocurre esa falta de proporciones? ¿Por qué la espera de una llamada telefónica puede convertirse en un motivo de tortura y sufrimiento? Como señala Barthes con ciertos ecos lacanianos, el escenario de este "drama" de la escena es el dominio de lo imaginario. Si algo podría caracterizar al sujeto amoroso es una fuerte inclinación a vivir su experiencia amorosa desde la fantasía y la invención. De ahí la idea de "el ser que espero no es real" y la comparación del ser amado con el seno materno, no tanto por el seno en sí, sino más bien por la relación de oposición crucial entre la falta de amor y la necesidad de amor. Es decir, la contradicción fundamental del ser humano, y constitutiva de su condición, entre necesitar amor y estar falto de amor. Es en esa hendidura, en ese hueco entre uno y otro elemento, en donde nacen la fantasía del ser amado y la invención del objeto de amor. El objeto existe, sin duda, pero la necesidad del amor que provee hace al sujeto amoroso imaginarlo en momentos en que no está, en que falta, cuando se le espera.

En Una guía cinematográfica para el perverso (Sophie Fiennes, 2006), Slavoj Zizek elabora una interpretación de Vértigo (1958), sin duda una de las tres mejores cintas de Alfred Hitchcock, junto con Psicosis (1960) y La venta indiscreta (1954).

En Vértigo, uno de los elementos más importantes de la trama es justamente la "invención" de un objeto amado: después de que Scottie pierde a Madeleine, encuentra a Judy y ve en ella un parecido con su amor perdido, hace todo lo posible por convertir a Judy en Madeleine, con gran pesar para ella.

A partir de ese motivo, Zizek señala la elección de la toma de perfil en Vértigo para mostrar a Madeleine/Judy en momentos clave de la cinta, especialmente en circunstancias de gran tensión para Scottie: o cuando parece ocurrir el flechazo amoroso con Madeleine, o cuando el proceso de transformación de Judy llega a su límite más dolorosa para ella. Es ahí cuando Hitchcock muestra a la mujer de perfil, como si quisiera decir, según Zizek, que del otro vemos siempre sólo una parte, o partes, no vemos al ser completo, y especialmente del objeto de amor, vemos, en el momento de mayor fascinación, lo que nuestro imaginario nos permite mirar. Y no sólo ello. Lo demás, lo que falta, lo inventamos también.

Pero nada de esto es moral en sí mismo. Esa sería una lectura estrecha del fenómeno. No es que la invención del objeto de amor sea buena o mala por sí misma. El sujeto amoroso espera y su espera, aunque lo hace sufrir, lo coloca también en el lugar que necesita y busca. Acaso también el único lugar que sabe ocupar en ese momento. El único papel que sabe representar. No por nada dice Idea Vilariño en un poema suyo, "Me pregunto", de 1965:

No te acordás
seguro
no sabés que una noche
te esperé y fue una noche
de amor
y no viniste
y fui feliz vagando por la casa
escuchando la escalera
esperándote.

 

Encuentra en este enlace el libro Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes.


También en Pijama Surf: Los 'Fragmentos de un discurso amoroso' de Roland Barthes: una expedición a los símbolos del amor 

 

Imagen de portada: Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958)