El estudio más extenso realizado hasta la fecha sobre la relación y los efectos entre el mindfulness y los niños concluyó hace unas semanas en el Reino Unido. Se evaluaron a más de 28 mil niños de entre 11 a 14 años en 100 escuelas y se hicieron registros a lo largo de ocho años.
Los resultados, publicados en la revista especializada Evidence-Based Mental Health, muestran que:
pero además (y quizá por esa misma razón),
Los investigadores de Oxford y Cambridge concluyeron que el mindfulness no debe enseñarse a niños de estas edades en las escuelas.
Cabe anotar, sin embargo, que los niños que mostraron más constancia en la práctica sí obtuvieron resultados positivos en términos de salud mental. El problema es que el caso es que dicha constancia fue la excepción. Lo más común fue que los niños no lograron establecerse en la práctica y volverla un hábito en sus vidas.
Otros estudios en personas de mayor edad han mostrado resultados positivos en reducción de estrés y ansiedad con la práctica de mindfulness. El "elefante en la habitación" es por supuesto el hecho de que el mindfulness es una técnica extraída de un contexto particular, eso es, la práctica del budismo. Es una forma secular, aceptable, de incluir conocimientos prácticos sobre la naturaleza de la mente que por milenios han ayudado a las personas a tener una mayor salud mental, encontrar sentido en la vida y, más aún, buscar una forma de trascendencia.
Pero el mindfulness, llamado también "atención plena", sin el budismo, parece ser efectivo sólo en el caso de adultos que quieren mejorar su performance y los ayuda de paso a lidiar con su ansiedad pero temporalmente. En esos casos, la práctica del mindfulness se convierte en una especie de paliativo y acaso hasta de placebo.
Con todo, uno de los hallazgos más interesante del estudio citado es que los niños ya están en el momento presente, y en realidad no necesitan más ayuda para situarse en el aquí y en el ahora. Sin embargo, esto ocurre en un momento en que los problemas de salud mental están alcanzando cada vez más a los más jóvenes, al parecer como un efecto del uso desmedido o poco consciente de la tecnología. Así que no es tan seguro que los niños a los 11-14 años estén constantemente en el momento presente. De hecho esta es la edad en que algunos que empiezan a vivir con constantes preocupaciones y ansiedad.
Quizá lo que hace falta es encontrar otros objetos para concentrar la mente. Evidentemente objetos que conduzcan a estados más virtuosos que los que provocan los videos en TikTok o YouTube. En los monasterios budistas, por ejemplo, la forma de mindfulness principal que se práctica es la recitación y memorización de textos. Asimismo, tradicionalmente los niños han escuchado y recitado las historias de la vida pasada del Buda.
El contenido moral y una orientación hacia lo que es verdadero y bueno es esencial para la salud mental de los individuos, pero la sociedad moderna se encuentra con el problema de que no tiene las herramientas para afirmar qué es lo bueno y qué es lo malo, solamente es capaz de decir qué es útil o qué es lo socialmente aceptado. Esto, sin embargo, no es suficiente para un niño. Particularmente a esa edad, quizá un poco antes de los los 11 años, los niños deberían empezar a aprender filosofía y a entrar en contacto con una visión de la realidad que los inspire. De esta manera, acompañada de un marco ético, la meditación tendría sentido; si se trata solamente de una técnica, más o menos robótica, sin ninguna orientación hacia algo definitivo, el mindfulness no tiene mucho poder.
En suma, el mindfulness está alineado con una especie aceptación de las condiciones en las que ya se existe, en una forma de conformismo optimizado. En principio rechaza la concepción radical del budismo de que el mundo en sí mismo es sufrimiento y está regido por la ignorancia y, por lo mismo, se debe hacer una transformación radical de la manera en la que se percibe y entiende el mundo. La cual significa una especie de renuncia. Igualmente, el mindfulness tampoco conduce a una transformación política de la realidad. En ambos casos no lidia con las causas subyacentes del problema, sólo con los síntomas.
Por último cabe mencionar que los resultados de este estudio no significan que la meditación no deba enseñarse o no pueda ser benéfica para los niños. Se centró en un grupo específico de 11 a 14 años y en una técnica específica que, como se mencionó antes, existe fuera del contexto en el que se creó. Muchos de los aspectos de los que se despoja el mindfulness al secularizar la meditación son precisamente aquellos que podrían hacerlo más interesante para los niños.