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Una breve semblanza sobre la vida y obra de la pionera del videoarte y la videodanza en México, la autodenominada 'teleasta' Pola Weiss

Juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la pregunta fundamental de la filosofía. El resto, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, viene después.

El mito de Sísifo, Albert Camus

 

El 3 de mayo de 1990, Pola Weiss –la pionera del videoarte y la videodanza en México– cumplió 43 años. Tan sólo trece años antes hizo su debut en el mundo del arte con Flor cósmica (1977), pieza con la que expone, por vez primera, su convicción en la televisión como un medio artístico, a través de una suerte de liberación de sus posibilidades plásticas y poéticas, que desafiaban de manera contundente los contenidos y formatos televisivos del México del pos-68. 

"Video-tro modo la vida" es la frase que Pola escribe a su padre en Autovideato (1979), explicando que lamenta no ser, como él quería, "una intelectual que engañe al hablar". Le confiesa que ha encontrado una nueva y propia forma de expresarse que, como todo lenguaje, determina una manera de relacionarse con su vida y entorno. 

Pola se gradúa de la carrera de Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (1975) con la primera tesis en video de la Universidad, pero su relación con la máxima casa de estudios no termina ahí. Pola fue profesora durante toda su vida profesional y su actitud excéntrica e irreverente al enseñar inspiró a nuevas generaciones de artistas, académicos y comunicadores que hoy la reconocen como una mentora.

Después de hacer historia con su tesis, Weiss decide hacer un viaje alrededor del mundo investigando qué están haciendo en otros países con el medio televisivo. Visita la BBC en Londres, la RAI en Roma, y termina su viaje en la escena artística de Nueva York, donde conoce a Nam June Paik y a Shigeko Kubota. El movimiento Fluxus la motiva a elegir el video como su vocación y regresa a México con una aguda claridad de lo que tiene que hacer de ahora en adelante.

El video se convirtió en su motor y su objetivo; su cámara fue bautizada su “escuincla”; las reuniones familiares o entre amigos no eran posibles sin la presencia de este tercer ojo. Pola encarnó precursoramente al Cyborg de Donna Haraway, la autorreflexividad de la selfie, y entendió de manera visionaria el poder de la imagen en movimiento integrada a la cotidianidad.

Defendió el discurso sobre la técnica; entendió a su cuerpo como fuente de creaciones afectivas y, por lo tanto, lo puso al centro de su quehacer artístico como el sitio donde lo político se vuelve personal y lo personal, político. Integró a su escuincla en sus coreografías, convirtiéndose así en la pionera de la videodanza en México; en sus performances, con el uso de monitores, generaba una retroalimentación de la imagen que grababa al bailar con la cámara al hombro, haciendo evidente –a través de la imagen electrónica– el proceso de cocreación entre artista y espectador, implicado en toda experiencia estética. 

En videos como Somos mujeres (1978) y Ciudad Mujer Ciudad (1979) expuso la metonímica relación entre el cuerpo femenino y la ciudad, entre lo público y lo privado, retratando a la Ciudad de México como un cuerpo más que encarna esa ambivalencia. Mientras que en Sol o águila (1980) reflexiona sobre el conflicto de la identidad mexicana y la relación de nuestra cultura con el dinero y el alcohol, dentro de la narrativa poscolonial.  

Su obra cumbre, Mi ojo es mi corazón (1986), es el mejor ejemplo de la forma en que la artista tomaba su propia vida como inspiración para su creación artística. Sus diarios relatan a detalle cómo fue ese viaje a Venecia donde se enfrentó por última vez en su vida ante la posibilidad e imposibilidad de ser madre, y cómo el temblor de 1985, que vivió al regresar a México, la hizo imaginar y crear, una vez más, una intersubjetividad entre su cuerpo y la ciudad. 

Pola vivió la vida que quiso, no la que le quería imponer su madre como una mujer de la alta sociedad, o la que querían imponerle sus parejas que, guiados por la lógica patriarcal, buscaban eclipsar la luz que la bruja eléctrica emanaba. Su convicción inequívoca por la creación le brindó grandes remuneraciones en el extranjero. Expuso en el Museo Georges Pompidou de París (1982), participó en la Bienal de Venecia (1979), fue reseñada por la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma (1980) y nombrada la mejor videoartista de Latinoamérica por la Revista Canal (no. 37), misma en la que el afamado crítico francés Raphaël Bassan comparó su obra con la del celebrado cineasta experimental Stan Brakhage.

Si bien su legado en México existe en las personas que la conocieron –en sus alumnos, su familia y su hogar académico–, en términos materiales se reduce a su acervo de  videocasetes y a la sala que lleva su nombre en TV UNAM, así como a su archivo personal, resguardado en el Centro de Documentación Arkheia del MUAC (tras ser rescatado por su exalumna Edna Torres Ramos). Más allá de esto y algunos otros esfuerzos aislados por que se le brinde cierto reconocimiento –entre los que destacan el libro de Dante Hernández, Pola Weiss: Pionera del videoarte en México, y la exposición del MUAC en 2014 curada por Aline Hernández y Benjamin Murphy–, la pionera aún no tiene el lugar que merece en la historia del arte mexicano. Más bien se ha convertido en una especie de artista de culto, alrededor de la cual se saben sólo rumores o interpretaciones desinformadas. 

Pero también es cierto que cada vez hay más investigaciones, como la de Gabriela Aceves (Women made visible, 2019) o la de Andrea Giunta (Feminismo y arte latinoamericano, 2018), que han posicionado a Pola no sólo por el contexto en el cual llevaba a cabo sus creaciones, sino a través del conocimiento certero que existe en su archivo. Además, los restos creativos de la artista que yacen en la UNAM están en proceso de ser momentáneamente reencantados para tomar la forma de un documental cinematográfico acerca de la vida de Weiss. Se trata de un proyecto personal que llevo dos años desarrollando de manera independiente con la convicción de que Pola merece un lugar en la historia de México –y de que México se merece a Pola–. Además, tomando en cuenta que su obra es casi exclusivamente autobiográfica, el hecho de que el documental tome como base los diarios de la artista es de suma importancia para entender a Pola desde Pola misma, usando su mismo lenguaje: el medio audiovisual.

En este proceso he descubierto que su historia, a 30 años de su muerte, genera una increíble conexión con nuevas generaciones de mujeres mexicanas ávidas de una figura que refleje las preocupaciones éticas y estéticas contemporáneas. Más allá de que Pola se identificara con el movimiento o no, su obra y su vida misma son de carácter feminista, pues no sólo narran la historia de una artista visionaria y subvalorada, cuyas posturas en torno a la tecnología y a la imagen resuenan interesantemente hoy mucho más fuerte que nunca, sino que también toman la experiencia femenina como eje creativo para revelar la subjetividad de una mujer mexicana que vivió su vida a su manera, a pesar de las limitantes que el sistema patriarcal le imponía, dentro y fuera de México.

Tres días después de su cumpleaños número 43, hace treinta años, Pola Weiss decidió dar una respuesta negativa a la pregunta filosófica fundamental. Los últimos meses de su vida, desde que su padre Leopoldo "Polo" Weiss murió, fueron devastadores. Su condición de bipolaridad, aunada a una serie de otros eventos difíciles, la condujeron a una fuerte depresión que eventualmente la llevó a usar un arma de fuego contra ella misma. 

La vida había valido la pena de ser vivida cada día anterior a ese; en esa decisión de vivir, ella le dio al mundo su alegría, sus videos, sus performances, sus bailes; decidió seguir concursando por la Beca Guggenheim tras seis intentos fallidos; cada día eligió la vida con una determinación y un entusiasmo que aparentaban ser inagotables, con esa manera única, suya, de vivir: videotro modo la vida. Decidió seguir siendo una artista de tiempo completo –como la describe su expareja, Fernando Mangino– hasta que el subir la piedra hasta la cima de la montaña una y otra vez dejó de tener sentido. 

Pola Weis se suicidó el 6 de mayo de 1990, mismo año en que se celebró la primera bienal de video en México. Como bien escribe ella misma en sus diarios, tal parece que siempre llegaba demasiado tarde o demasiado temprano a todo lugar. Y aunque es cierto que su muerte nos privó a todos de Pola demasiado pronto, la decisión que tomó fue todo menos una rendición, pues murió como vivió cada día de su vida: bajo sus propios términos. 

Desde la perspectiva existencialista de Albert Camus, podría decirse que Pola siguió la máxima de Píndaro con la que el escritor francés inicia El míto de Sísifo: "No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible".

 

Perfiles en redes sociales del documental acerca de la vida y obra de la pionera del videoarte y la videodanza en México, la autodenominada 'teleasta' Pola Weiss:

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