La vida cotidiana es eso que damos por sentado; es la certeza de saber que las cosas que normalmente hacemos, así seguirán. Como despertarse y saber que nuestro cepillo dental estará en el mismo lugar donde siempre lo dejamos. O salir de casa y tener la certeza de que el transporte público partirá del mismo lugar y nos llevará al mismo destino cada día.
¿Qué pasa cuando se presenta algo que irrumpe con las certezas de nuestra vida práctica? En este caso, ¿qué pasa cuando hay una epidemia?
Una epidemia es una enfermedad que ataca a un gran número de personas y animales en un mismo lugar durante un determinado periodo. Por estas cualidades, las epidemias son eventos extraordinarios, que no suceden con frecuencia, que ocurren esporádicamente y, además, que involucran enfermedades que no pueden ser tratadas de manera rápida, incluso con la supervisión de los expertos en salud. En ese sentido, y particularmente en nuestra época, cuando se sabe de la existencia de una epidemia, la respuesta suele ser de urgencia, pues la rapidez en la reacción es fundamental para detener la propagación de la enfermedad o para evitar mutaciones.
Cualquier situación que implique tratar con un virus o bacteria, necesariamente implica la gestión de lo vivo. Es en este sentido que los límites de lo que define la vida se reconfiguran. En situación de alerta por una epidemia, las nuevas características de los límites que distinguen lo sano de lo patológico, lo humano de lo animal, lo político de lo natural, lo local de lo global, cambian. Además, todas las características anteriores influyen en la concepción que tenemos de nuestro cuerpo.
Es a partir de estas nuevas definiciones que la vida se reordena. Por ejemplo, la relación de los humanos con los animales. Dado que la mayoría de los virus provienen de aves, ganado o peces, una consecuencia muy lógica es que ante una epidemia, nuestra alimentación cambie.
En relación a la distinción político/natural es inevitable pensar, en el caso de que se fabricaran vacunas para determinado virus, ¿quiénes tendrían acceso primero a ellas? ¿a dónde llegarían primero?
Otro de los límites que más podrían alarmarnos es el de lo local y lo global. Antes del brote de una epidemia, las fronteras nos son muy claras. Una vez registrado y comunicado un nuevo virus, y tomando en cuenta la posibilidad de su fácil contagio, las comunidades tienden a aislarse para que sus miembros no tengan contacto con la enfermedad. Pero en una época de comunicaciones globales como la nuestra, los viajes internacionales, el gran flujo en aeropuertos o estaciones de autobús vuelve muy complicada la posibilidad de aislamiento.
Estas distinciones ponen también en el centro el papel que tiene la medicina en nuestras vidas, en el sentido de protegernos en la medida de lo posible de cualquier amenaza de enfermedad. Cuidar nuestra alimentación, usar cubrebocas, ir al médico apenas se presenten los más pequeños síntomas para descartar cualquier enfermedad más seria y asegurarnos de que, en efecto, los síntomas no corresponden a los propios del nuevo brote de un virus.
Todo esto, cabe mencionar, aunque tiene expresiones contemporáneas específicas, que corresponden al momento histórico en que vivimos, no es nuevo para la humanidad. Entre otros, Michel Foucault examinó el singular efecto que tuvo el surgimiento de la peste en la Europa del siglo XVIII en términos políticos y sociales. En pocas palabras, en aras de la prevención y la contención de la enfermedad, la autoridad política encontró la manera idónea de registrar, clasificar y llevar el control de una población de maneras altamente efectivas. Al respecto dice Foucault, en Vigilar y castigar:
Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos —todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario. A la peste responde el orden; tiene por función desenredar todas las confusiones: la de la enfermedad que se trasmite cuando los cuerpos se mezclan; la del mal que se multiplica cuando el miedo y la muerte borran los interdictos. Prescribe a cada cual su lugar, a cada cual su cuerpo, a cada cual su enfermedad y su muerte, a cada cual su bien, por el efecto de un poder omnipresente y omnisciente que se subdivide él mismo de manera regular e ininterrumpida hasta la determinación final del individuo, de lo que lo caracteriza, de lo que le pertenece, de lo que le ocurre. Contra la peste que es mezcla, la disciplina hace valer su poder que es análisis.
La epidemia, desde esta perspectiva, es también una gran oportunidad de conocimiento para las varias formas del poder en turno, pues en general el temor tanto a la enfermedad como a la muerte hace a poblaciones enteras someterse casi sin oposición de ningún tipo. El poder político se beneficia de ello, por supuesto, pero también el poder médico, el poder que hay en las instituciones educativas y de propaganda y otros. Como señala Foucault, la epidemia, aun cuando en sí misma sea esencialmente irracional, fruto del azar y la circunstancia, una vez que es tratada por el ser humano se racionaliza y por ello se convierte en una posibilidad de análisis y conocimiento.
Vivimos en una época donde la sensibilidad que tenemos frente a las enfermedades es muy alta, pues representan una amenaza directa a la vulnerabilidad de nuestro cuerpo, Cualquier alerta de salud enciende las voces de alerta y nos volvemos un poco más reflexivos sobre los riesgos a los que estamos expuestos diariamente. Sin duda, reflexionar sobre todo lo que resulta de una epidemia y el impacto que esta tiene en nuestras sociedades es muy relevante.
Sin ánimo de alarmar y de crear un ambiente de pánico, consideramos importante dar cuenta de que cuando se habla de una epidemia no se habla exclusivamente de temas de salud pública. A pesar de ser una de las dimensiones de más peso, lo que hay alrededor de una epidemia y lo que esta visibiliza (ya hablamos de la redefinición de límites) debe ser central en los debates sobre cómo detener un virus, cómo evitar su propagación y cómo cuidarnos como población.
También en Pijama Surf: La verdad sobre el coronavirus y la probabilidad de que desate una epidemia mundial
Imagen de portada: Paul Fürst, Der Doctor Schnabel von Rom (ca. 1656)