La palabra poesía significa "creación" (ποίησις). ¿Pero qué crea la poesía? Yo argumentaría que la poesía no crea nada nuevo, pero tiene una relación íntima con la Creación. El poeta es el que debe mostrar lo que es. La luz ilumina la oscuridad, ¿pero quién la comprende? ¿quién es capaz de recibir el rayo en su cuerpo y convertir en palabras la luz? El poeta debe mostrar que el mundo habla: dice su esencia. Debe morar cerca del origen.
Lo que significa la palabra origen es que algo brota, en un salto que funda, de la fuente de la esencia al ser.
Toda creación es, por ser este sacar, un extraer (schöpfen "sacar agua de la fuente").
El comienzo contiene ya oculto el final
(Heidegger)
Su final está embebido en su principio, y su principio en su final, como una flama en una brasa ardiente.
(Sefer Yetzirah (Libro de la Creación))
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Ser "original" no es decir algo nuevo, algo único; el arte no es la expresión de la individualidad, sino la percepción y actualización de lo universal. Ser "original" es habitar cerca de la fuente y sacar el agua que contiene el deleite del ser, el agua que la luz llenó de vida, el sol de la eternidad que la divinidad sembró en el tiempo. Liberar, como Indra de las cuevas del dragón Vṛtra, los ríos celestiales que llevan la espiga de oro, el precioso soma, el sacramento deificante.
El poeta saca el agua de la fuente, libera la corriente y fluyen las luces del firmamento. El poeta repite la Creación. La poesía es un eco de la cosmogonía, un traer a la superficie el rumor de fondo. De los astros, con sus aladas melodías, el agreste coro.
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Saca al fin
Todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz, que yo te vea
¡No con los ojos solamente, sino con todo mi cuerpo y mi sustancia
Y la suma de mi cantidad resplandeciente y sonora!
El agua divisible que da la media del hombre
No pierde su naturaleza que es la de ser líquida
Y perfectamente pura por la que todas las cosas se reflejan en ella.
Como esas aguas que sustentaron a Dios en el principio,
Así estas aguas hipostáticas en nosotros.
[...] Ah, lo percibo, el espíritu no cesa de ser llevado sobre las aguas...
(Paul Claudel, "El espíritu y el agua")
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La vocación del poeta:
Una tarea distinta y un llamado han sido asignados
A Dios solamente es a quien servimos
Para que más cerca y siempre recién
Dicho, un eco amable él se encuentre
(Hölderlin)
El hombre que realiza su vocación adora a Dios y así alcanza su perfección.
(Bhagavad Gita 18.46)
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Al poeta le ha sido asignado servir a Dios y a los celestes que le entregaron la palabra. "El poeta está expuesto a los relámpagos de Dios" (Heidegger) y debe convertir la "voz del cielo" en la "voz del pueblo". Por eso Hölderlin dice: "Eco del cielo, corazón santificado". El corazón es el eco del cielo, el lugar donde reverbera el eterno fiat celeste, centro desde donde gobierna la voluntad divina y templo desde el que se eleva el canto responsorio por la mañana, eco también de la tierra en su alabanza. La tarea de vida del poeta es hacerse transparente, poroso a las aguas del espíritu -las aguas inseminadas por la luz divina-, y resonante como un diapasón a esa prístina ola sonora que se agitó, llameante, en las aguas.
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Al salvador escucho en la noche, lo escucho
Matar, el liberador, y dar vida nueva
De oeste a este escucho a los que llevan el relámpago
Raudamente deslizarse, y es de él que hacen eco
¡mis cuerdas! Con él mi poema vive
Y como el arroyo que debe seguir el flujo del río
A donde sus pensamientos van, soy llamado...
(Hölderlin)
Como la frase que se inicia en los metales
Gana las maderas y progresivamente invade las profundidades de la orquesta
Y como las erupciones del sol,
se repercuten sobre la tierra...
(Claudel)
Aquí algún día rugió, sin interrupción,
El sonido majestuoso de Om-
Resonaron las cuerdas del corazón,
con el himno del Uno.
(Rabindranath Tagore)
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El enunciar de Dios en sí mismo es Dios, la Palabra, fuera de él mismo es este mundo. Así pues, este mundo es palabra, que expresa noticia de Dios. Por ello, su propósito, su intención, su significado, es Dios, y su vida o tarea es nombrar y alabarlo... el mundo, el hombre debe de esta manera darle a Dios el ser a cambio por el ser que le ha sido dado... Esto se hace a través del gran sacrificio. Contribuir, entonces, a ese sacrificio es la finalidad con la que el hombre ha sido creado.
(Gerard Manley Hopkins)
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Dice Hopkins que todas las cosas en el mundo alaban a Dios con su ser, con la expresión pura y sin brida de su naturaleza.
As kingfishers catch fire, dragonflies draw flame;
As tumbled over rim in roundy wells
Stones ring; like each tucked string tells, each hung bell's
Bow swung finds tongue to fling out broad its name;
Each mortal thing does one thing and the same:
Deals out that being indoors each one dwells;
Selves —goes itself; myself it speaks and spells,
Crying Whát I dó is me: for that I came.
Las criaturas deben desocultar su ser y brotar de la fuente de luz. Como se incendia el alción, la libélula se inflama. "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Salmos 19:1). "Los pájaros le cantan a él, el relámpago habla de su terror, el león es como su fuerza, el mar es como su grandeza, la miel como su dulzura". Toda la creación es sólo un adjetivo de un nombre eterno que se dice en el tiempo. Al aparecer, las criaturas expresan lo que son, fulguran; es en su proceder hacia fuera que regresan a su origen. "Están llamadas a regresar hacia eso de lo cual han salido. Toda su vida y su ser es un llamado y una urgencia de regresar a aquel del que han sido emitidas" (Eckhart).
Pero el hombre no es igual a todas las demás criaturas, pues la expresión y cumplimiento de su ser es el conocimiento. "El hombre fue creado para alabar a Dios... Pero el hombre puede conocer a Dios, puede glorificarlo intencionalmente" (Hopkins). El hacer esto a propósito es el propósito del hombre. El conocimiento es la libertad, pero la libertad es el servicio, la obediencia, ob-audire, escuchar a Dios. "El habla de Dios no es más que Dios haciéndose conocido en nosotros... En nosotros hablarle a Dios no es más que escucharlo y obedecerlo a él y a su inspiración... justo como las montañas y ciertos lugares responden a aquellos que hacen un llamado con el sonido que Aristóteles llama un eco" (Meister Eckhart).
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Uno de los míticos narradores de la literatura sánscrita lleva el nombre de Śuka, "perico". Śuka repite lo que ha oído: la historia de cómo Dios se manifestó en el mundo. Una historia que en última instancia, de "oídas", se remonta a Brahma, el demiurgo. Śuka es el perico de Dios, como todo poeta, el que hace eco de la Creación. Canta las līlās, los juegos o recreos de Īśvara en el mundo y lo hace con la máxima profusión de rasa, la linfa del deleite estético. La poesía funda pero también endulza la historia. En la India existe la creencia de que un mango es más dulce cuando ha sido rebanado por el pico de un perico. André Gide dijo que ya todo había sido dicho, pero que requería ser dicho de nuevo, porque nadie había escuchado. El poeta es quien sí escuchó y quien dice lo que siempre se ha dicho, de una forma dulce. El poeta es quien ve la forma deliciosa del dios. En el silencio descubre un lenguaje efervescente de luz y amor, que es la creación misma.
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Aún ahora añoro volver a ver la "forma del deleite" (anandarup) del mundo entero [...] Eso fue lo que vi un día cuando era joven, por esa razón no he dejado de repetir las palabras de la Upanishad: "[Dios], teniendo la forma del deleite, resplandece como la inmortalidad" (anandarupam amrtam yad vibhāti)
[...] Él es la alegría que se revela como forma.
Dios no es un sultán celestial; existe en todo y todo lo permea. Lo adoramos en todos los objetos verdaderos de nuestra adoración, lo amamos siempre que nuestro amor es verdadero. En la mujer que es bella lo sentimos; en el hombre que es bueno lo conocemos.
(Rabindranath Tagore)
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El poeta vive en la intimidad de la Creación. Tiene una relación personal con el absoluto, con la fuerza creadora y destructora, aquella que hace "bailar a las estrellas sobre el abismo". Para Hölderlin el poeta tiene el deber de mostrar que "pertenece a la tierra", una pertenencia que consiste en asumir su rol como "heredero y aprendiz de todas las cosas." Hereda poniendo atención a todas las cosas, haciendo un inventario del ser. Su amor es su atención, su contemplación es su creación. Aprende jugando, es decir, en la re-creación del mundo. En esto consiste la "intimidad". Juntos en el recreo, él y ella, hacen el cielo en la tierra.
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"El Libro de las horas es una de las obras inaugurales más poderosas de toda la poesía moderna. Llega como si surgiera de la nada", dice el traductor Edward Snow. ¿De dónde viene la voz de Rilke? Él mismo contesta, el momento "decisivo" fue su viaje en 1899 a Rusia. La encontró navegando a lo largo del Volga con su amante Lou-Andreas Salomé y contemplando los vastos cielos azules y la mirada azul y santa de los campesinos rusos en quienes Tolstói también encontró una renovada fe. La poesía surge del amor y del cielo y de la sinceridad de los hombres. Rilke escribió sobre este viaje en su diario:
Lo que había visto hasta ahora no era más que una imagen de la tierra, el río y el mundo. Aquí, sin embargo, todo es su propio ser. Siento como si hubiera sido testigo de la creación, unas pocas palabras para toda las cosas existentes, las cosas en la medida de Dios, el Padre.
Lo que le sucede a Rilke es que encuentra su mirada, encuentra los ojos adánicos que revelan el ser de las cosas. Encontrar la voz, para el poeta, es siempre encontrar su mirada. Ver en las cosas el principio en el cual son creadas, la luz del primer día. Sólo la poesía accede al lo que se encuentra detrás del velo de la representación, más que al noumeno, a lo numinoso en sí. Lo hace al sumir la conciencia individual en la aguas rutilantes de la conciencia divina.
Mas el poeta capta la idea, la esencia de la humanidad, al margen de toda relación y del tiempo... la objetivización de la cosa en sí, en su nivel supremo. El poeta es en suma el hombre universal... Él es el espejo de la humanidad, haciéndola consciente de lo que ella siente y de lo que la mueve.
(Schopenhauer)
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Dice Rilke que la poesía no es un sentimiento, es una experiencia. Si un poema es "creación", el poeta debe ser quien tiene la experiencia de la creación. Es el que hace empírico -el que percibe y afirma como fenómeno- el acto puro trascendente de la creación. Vuelve Fanes a romper el huevo de la noche. Hiraṇyagarbha brota incandescente en la espuma.
El poeta debe recorrer muchas ciudades en la noche y recordar la vida de muchas estrellas, para llegar al lugar del poema y presenciar el principio. Es como si tuviera que siempre estar en el meridiano donde está amaneciendo. Como el devoto, dirigiendo su mirada hacia Venus, el heraldo de la luz. Rezando.
I will imagine you Venus tonight and pray, pray, pray to your star...
(John Keats)
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No se trata de crear sino de ver, de hacer consciente lo que siempre es. La incomprendida "luz que brilla en las tinieblas". Los místicos aseguran que la creación es constante: el principio del mundo no sucedió en un remoto ayer, es una presencia perpetua. El poeta aspira a la frescura. A ver el azul del cielo, el rojo de los labios, el verde del pasto, la explosión multicolor del pájaro en el follaje... con los ojos del primer día, con los ojos adánicos. El poeta es un cazador de iridiscencias (las palabras quieren hacer lo que las plumas del pavo real)... de los colores que Goethe nos dice que son los sufrimientos y las alegrías de la luz. El poeta no sólo ve el Génesis en la naturaleza, ve también la Pasión que se repite en el cielo arrebolado del ocaso. El sacrificio perenne del dios, en la respiración.
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En esa materia, que desea al espíritu
como la mujer anhela al varón,
la constante repetición,
del único instante creador.
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El origen penetra en todos lados, y su abundancia es inagotable.
(primer hexagrama del I Ching: el Cielo, lo Generativo)
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"Aquel que vive por siempre creó todas las cosas al mismo tiempo", dice Meister Eckhart. Creó la totalidad del universo profiriendo una palabra, en "el primer simple ahora de la eternidad". "El 'principio' en el que 'Dios creó el cielo y la tierra' es la naturaleza del intelecto". El universo es una idea, más aún, una pregunta. "Dios habla una vez para siempre, pero dos cosas son oídas", como dice el salmista. Job declara: "Dios habla, una vez para siempre; él no repite el mismo mensaje dos veces" (Job 33:14). Las dos cosas son el cielo y la tierra. Es decir, las dos respuestas posibles. El sí y el no a la proclamación de la divinidad, el llamado al sacrificio y, con él, a la theosis.
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Dios crea en la eternidad. "Si quitas el tiempo, el atardecer es el amanecer", dice Eckhart, y "si la Creación es 'en el principio', siempre está naciendo y siempre se está haciendo presente. O nunca ocurrió o siempre está ocurriendo'". La esencia de la divinidad es dar a luz. La luz es el verbo, el dinamismo de la eternidad en el tiempo. La esencia del mundo es ser el recipiente de la luz, la tierra virginal. Debes convertirte en una virgen que sea, además, una esposa, dice Eckhart en uno de sus sermones. Virginidad es la pureza en la que "no hay obstáculo entre el alma y la verdad suprema". Es esposa, puesto que "produce mucha fruta". Unida con su esposo, "ella brilla y resplandece", en un perenne reverdecer, "el Padre eterno incesantemente da a luz al Hijo eterno". Así, ella, el alma, la esposa, "vive en una sola luz con Dios y así no hay para ella sufrimiento o cambio temporal, sino una inmutable eternidad". Es cierto que a la velocidad de la luz el tiempo deja de pasar, se vive en la cresta de la eternidad. En la luz lo relativo se hace absoluto.
La palabra "divino" proviene de una raíz que significa "brillar" ((dyeu en protindoeuropeo, div en sánscrito, de donde se deriva deva), de aquí proviene también la palabra "día", "dies" en latín. Platón observa que la filosofía nació de la contemplación de las estrellas, del asombro ante el misterioso orden de la noche. La poesía nació de la contemplación del día. En la gratitud del amanecer, la espontaneidad de la palabra.
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Un día Tagore despertó:
¡Qué canción cantaron esta mañana las aves!
Desde el inmenso cielo lejano,
Llego flotando.
Una tonada de su música
Que perdió su camino,
¡No se cómo
Llegó aquí!
[...] ¡Cómo han entrado los rayos del Sol a mi corazón
Esta mañana! A la cueva oscura han bajado
Las aves del amanecer con su canción
¿Quién sabe por qué, al fin, mi alma ha despertado?
(Tagore, "El despertar de la cascada")
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Y vi el sol en flor, y por esa llama
Ardiendo en la calma juventud de la Tierra
La canción surgió en mí, y mi oscuro corazón,
Iluminado, alborozado por la poesía que era oración
Cuando por sus nombres llamé a esos extraños,
A esos tan íntimamente presentes, dioses de la naturaleza,
Y el espíritu en la palabra, el misterio de la vida
Se resolvía en la imagen de la alegría encontrada.
(Hölderlin)
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La canción del poeta es un eco del amanecer. El rayo del Sol, el canto del ave y el despertar del corazón son una misma acción litúrgica. Divina correspondencia, rayos gemelos, uno adentro y otro afuera -la voz y la luz, el corazón y el Sol-. Lo que el poeta vio en su corazón, cuando vio la luz filtrarse entre las hojas, fue la creación: el poema.
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A Tagore "la voz" le llegó cuando tenía 21 años, justamente en la experiencia del poema "El despertar de la cascada". A lo largo de su escritura regresaría a esa epifanía seminal que ocurrió en Sudder Street, en Calcuta, cuando visitaba a su hermano. Como a Rilke, la voz poética le llegó cuando su mirada se acrisoló, contemplando la belleza radiante del mundo. Como en el caso de Claudel, esta mirada fue un ver integral más allá de la mera percepción sensorial: ¡No con los ojos solamente, sino con todo mi cuerpo y mi sustancia /Y la suma de mi cantidad resplandeciente y sonora!. Tagore recuerda:
Una mañana ocurrió cuando yo estaba en la terraza mirando en esa dirección. El Sol apenas estaba alzándose entre las frondosas copas de los árboles. Mientras seguía mirando, de repente me pareció como si me quitaran una venda de los ojos, y descubrí que el mundo estaba bañado en una maravillosa luminosidad, con olas de belleza y alegría ondulando en todas partes. La luminosidad perforó en un instante los nudos de tristeza y frustración que se habían acumulado en mi corazón, y lo inundó con esta luz universal. Ese mismo día el poema "El despertar de la cascada" emanó profusamente y fluyó como una verdadera cascada. El poema culminó, pero la cortina no se corrió sobre el aspecto de alegría del universo. Y llegó a ser que ninguna persona o cosa en el mundo me parecían triviales o desagradables... Observando desde el balcón, la zancada, la figura y las características de cada uno de los paseantes, quienes sea que fueran, todos me parecían extraordinariamente maravillosos, al fluir -olas del mar del universo-. Desde la infancia sólo había visto con mis ojos, ahora empecé a ver con toda mi conciencia.
La cascada de Tagore quedó transfigurada, "fue tocada por el Sol y, brotando en una catarata de libertad, encontró su finalidad en un sacrificio perpetuo, en una constante unión con el océano". En el origen, según un himno del Rig Veda, también las aguas habían sido "tocada(s)" por una luz, por el ardor de la mente (tapas). Tagore había rezado y pedido pacientemente, había practicado tapas. "Cuando el deseo se concentra, con toda la fuerza del propio ser sobre un objeto, no importa cuál, entonces el umbral del infinito se vuelve visible". En la gracia de la luz, tenía una experiencia del Atman-Brahman.
Lee la segunda parte: Los poetas que vieron los himnos en el cielo y escucharon el sonido del mundo
Twitter del autor: @alepholo
Blog del autor: Alejandro Martínez Gallardo –La epifanía de los tejidos