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Debemos recordar y meditar sobre las palabras de Hölderlin, nada es más esencial

Friedrich Hölderlin fue uno de los grandes poetas del romanticismo alemán junto con Goethe, Schiller, Schlegel y Novalis, aunque en su vida no gozó del mismo prestigio. De hecho, Hölderlin, quien desde la infancia era propenso a cambios de humor, a la euforia y a la depresión, acabó en lo que en alemán se conoce como su anochecimiento (Umnachtung), su caída en la locura, envuelto por la oscuridad y el olvido. Un período de unos 36 años, la mitad de su vida, en el que vivió en una torre en Tubinga, bajo la generosidad del carpintero Zimmer, ocasionalmente saliendo a caminar por el bosque, al lado del río, viviendo la vida pura del campo y escribiendo algunos versos que cambiaba por tabaco (generalmente sobre las estaciones) y que firmaba con la rúbrica de Scardanelli. Vivía mayormente en su propio mundo, en la noche de la razón, habiendo aceptado su destino trágico. Heidegger, sin embargo, consideraría que su locura era una locura divina, como aquellas que envían los dioses. Pues ya decía Sócrates que la manía divina era superior a la moderación. Hölderlin había sido tocado por la luz de Apolo y había sido el primor de las musas, pero la anatomía humana no soporta el voltaje divino por mucho tiempo. Y menos aún lo soporta la anquilosada y dogmática sociedad humana que, ya en la época de Hölderlin, cerraba completamente la puerta a los dioses y la abría exclusivamente al nuevo dios de la técnica.

Como suele ocurrir con los auténticos poetas, Hölderlin en muchos aspectos fue profeta. Presagió su destino trágico y su propio descenso a la locura. Vaticinó que acabaría como "un niño de cabellos grises" y se desvanecería en el silencio impenetrable; anticipó la muerte de su amante Susette ("Diotima") y sobre todo presagió la destrucción de la concepción sagrada del mundo, propiciada por la mentalidad que ya veía encumbrarse en Europa, aquella, irreverente, que ya no tenía comercio con los dioses y que juzgaba a la naturaleza como un cuerpo inerte, enteramente a disposición de la ambición del hombre y sus navajas analíticas. Hölderlin fue el poeta que, antes que Nietzsche (que lo tenía como su poeta favorito), si bien desde una perspectiva muy distinta, narró la retirada de lo divino.

En su novela Hyperion, una de las obras maestras del romanticismo, publicada alrededor de 1797, Hölderlin, encarnando al personaje de Hyperion, el titán de la era dorada, después de la muerte de su amada Diotima y habiendo sufrido pérdidas inenarrables, regresa de su Grecia idealizada al continente europeo y observa la semilla de la destrucción en la hibris alemana, la cual deriva en el proceso de industrialización que empezaba a vivir el mundo. Recordemos las palabras que decía por ese entonces Blake, quien llamó "oscuros molinos satánicos" a las fábricas que masacraban el santo horizonte de Albión. Nuestro poeta escribe:

¡Pero tú habrás de juzgar, sagrada naturaleza! ¡Pues si al menos fueran humildes esos hombres, pero acaso no hicieron una ley para imponerse sobre los mejores entre ellos, y no se dejaron de enorgullecer por lo que no son [...] acaso no fueron insolentes con lo divino!

¿Y no es divino lo que ustedes alemanes llaman lo inerte [lo que no tiene alma]? ¿Y no es mejor el aire que toman que su parloteo? ¿No son los rayos del Sol más nobles que todos ustedes hombres taimados? Los manantiales de la tierra y el rocío de la mañana refrescan los bosques, ¿pueden ustedes hacer algo similar? ¡Ah, pueden matar pero no pueden dar vida, si no es a través del amor, el cual no procede de ustedes, el cual ustedes no inventaron! Se preocupan y maquinan, buscando escapar del Hado, y no pueden entenderlo cuando sus pueriles artes son ineficaces; y mientras tanto las estrellas se mueven inocentemente por encima de ustedes. Cuando ella te tolera, tú menosprecias y atropellas a la paciente Naturaleza, pero ella sigue viviendo, en eterna juventud, y no puedes interrumpir su otoño y su primavera, no corrompes su éter. ¡Oh, ella realmente debe ser divina, ya que se te permite destruir y pese a eso ella no envejece y pese a ti la Belleza sigue siendo bella.!

[...] 'Todo es imperfecto' es el viejo refrán de los alemanes. Si sólo alguien les dijera a estas personas tan alejadas de Dios que todo es así imperfecto entre ellos sólo porque no han dejado nada puro e impoluto, ninguna cosa sagrada que no haya sido profanada por sus rudas manos, que nada florece entre ellos porque no respetan la raíz de todo florecimiento, la divina naturaleza, que la vida con ellos es rancia, gélida y está oprimida por cuitas, callada discordia, porque escarnecen al Genio, que trae poder y nobleza a las labores humanas, y serenidad en el sufrimiento, y amor y hermandad a los pueblos y a las moradas.

Y es por eso también que le temen tanto a la muerte y, en aras de esa existencia de moluscos, aceptan todo lo indigno, porque no conocen nada superior que ese trabajo desastroso que han hecho de las cosas.

Oh, Bellarmin, donde un pueblo ama a la Belleza, donde honra al Genio de sus artistas, ahí un espíritu en común se mueve como el aliento de la vida, ahí la mente tímida se abre, el engreimiento se derrite, y todos los corazones son reverentes y están llenos de un entusiasmo que engendra héroes. La morada de todos los hombres está con esas personas y allí dichosamente el extranjero puede vivir. Pero donde la divina Naturaleza y sus artistas son de esa manera insultados, ah, ahí la gran alegría de la vida está ausente y entonces cualquier otra estrella es mejor que nuestra tierra. Allí los hombres se vuelven cada vez más estériles, cada vez más vacuos, aunque todos nacieron con belleza; la bajeza se incrementa y con su insolencia llega la intoxicación con sus problemas, y con esto el lujo, el hambre y el miedo a la indigencia, la bendición de cada año se convierte en una maldición y los dioses se retiran.

Se trata de un pasaje memorable, profuso en tonos e ideas, más de lo que podemos desentrañar aquí. Pero debemos notar algunos puntos esenciales. Hölderlin diagnostica una cierta hibris, una insolencia, irreverencia y arrogancia, la transgresión del orden sagrado que producirá la perdición del alma, un pacto fáustico a fin de cuentas. En este caso la ofensa trágica es contra la naturaleza, a la cual idealiza y diviniza como el más romántico de los románticos, en ese retorno al paganismo, que, sin embargo, en Hölderlin es más complejo, pues es más un matrimonio entre Atenas y Jerusalén que una reconquista. Un matrimonio total, el matrimonio del cielo y la tierra, Jesús y Dioniso y no uno o el otro. Ahora bien, podemos considerar esta visión como anticipatoria en tanto que esta actitud, que comienza con el mecanicismo de Descartes y Bacon, ha conducido a la actual crisis ecológica global, la cual en gran medida es resultado de un cambio de paradigma. Justamente del paradigma que Hölderlin sentencia con la retirada de lo divino. En su poema "La despedida", el poeta lo dice aún más claramente:

¿Traicionar al dios? A aquel que primero creó

el sentido y la vida, a aquel que inspiró

y protegió nuestro amor,

eso es lo único que no puedo hacer.

 

Pero un mal distinto, una esclavitud distinta,

ahora la mente del mundo inventa

y a través de la técnica y la costumbre,

día a día se roba nuestra alma.

El dios se retira porque el ser humano deja de escuchar a la naturaleza, donde centellea la divinidad. Al confiar sólo en la técnica, el hombre levanta una titanomaquia contra los celestes. Y no se da cuenta, en su soberbia, de que hipoteca su alma en la máquina, de la cual hace una nueva hipóstasis. No se da cuenta de que todo lo que busca -la misma divinidad, inmortalidad, felicidad, poder, etc.- ya le ha sido dado en la naturaleza; en aquello que es y no en lo que tiene que hacer.

En la época actual nos hemos vuelto cínicos y calculadores y solemos ver este tipo de visiones como meramente "románticas", un término que ha llegado a significar un wishful- hinking, que no se ajusta a la realidad del ratio, una hipérbole, un sentimentalismo. Pero esto es también la ilusión de nuestro poder racional egoísta, de que nuestra propia voluntad es lo único, lo absoluto. Las pruebas de este extravío, sin embargo, pueden apreciarse en el estado actual del mundo, que pese a toda la supuesta prosperidad que la técnica ha producido, se encuentra en un estado inconcebible para la antigüedad, no sólo desacrado sino devastado. Y esto sólo ha sido posible por lo que Hölderlin llama la "retirada del dios", el dios que ya no es pensado, que ya no es venerado, y al cual ya no se le agradece ni se le ofrecen las primicias. La naturaleza ha dejado de ser divina, ha dejado de ser la generosa fuente inagotable del espíritu y se ha convertido en un recurso, en un objeto de consumo que, después de consumirse, se desecha. Hölderlin dice que si no concebimos a la naturaleza como un ser venerable y no tratamos a nuestros artistas también con respeto y veneración, bien podemos abandonar la Tierra, "entonces cualquier otra estrella es mejor". Esto es justo el irresponsable proyecto de algunos transhumanistas que buscan escapar de la Tierra, para evitar los cataclismos que su proyecto ha producido, hacia otro sistema solar, donde puedan encontrar un nuevo planeta o, también, escapar del cuerpo, hacia un soporte de silicio que acomode su conciencia.

Pero sólo en la Tierra podemos ser lo que somos. Y sólo dándole un significado infinito, la calidad de persona o divinidad a la Tierra podremos habitar en armonía y en auténtica prosperidad. Pues el egoísmo del hombre -que lo aliena en su subjetivismo e individualismo- es tal que la única manera de que respete a la naturaleza y no la explote sin cuartel, es concibiéndola como divina, o al menos como algo digno de la más pura reverencia. Esto es algo que han notado ecologistas importantes en nuestra época como Gary Snyder, Hans Jonas o incluso, antes, el mismo Heidegger (a quien no le habría gustado la etiqueta de "ecologista" pero cuya influencia es enorme, aunque todavía, en este sentido, "subexplotada"). Pensadores como los anteriores han trazado el camino hacia una relación de asombro, paciencia, reverencia e interdependencia con la naturaleza que si bien bebe de tradiciones religiosas también puede articularse secularmente, dentro de una paradójica pero necesaria "secularidad sagrada".

Otra idea que debemos rescatar de Hölderlin es su noción religiosa de la belleza. Es justamente esta reverencia poética a la belleza la que puede trazar un nexo y un salvoconducto entre la religión y la secularidad que difícilmente acepta las grandes religiones organizadas. Lo que observamos en la modernidad, que Hölderlin también predice, es la progresiva marginalidad del arte. El poeta deja de ser el "legislador del mundo". Los grandes artistas dejan de ser las grandes personalidades de la sociedad y son reemplazados por ídolos, por "stars", cuya única virtud es la apariencia, lo que Platón llamaba doxa. Hölderlin, como los griegos, creía que el arte tenía una fuerza moral, transformadora, espiritual. No es casualidad entonces que el ocaso del arte y de la veneración de la auténtica belleza (y no sólo de lo decorativo, plástico o cosmético) vaya de la mano de la destrucción de la naturaleza. (Hölderlin nos dice, como luego los teólogos rusos de la sophiología, que la Naturaleza es la Belleza, la kinesis de una perfección eterna). Claro que esta destrucción no es completa, como el poeta advierte, pues aunque contaminemos sus cielos y mares y acabemos con especies enteras, la naturaleza seguirá teniendo sus otoños y primaveras y tarde o temprano se autorrenovará (y los dioses regresarán). "¡Pero tú habrás de juzgar, sagrada naturaleza!". Lo que quizá sí podemos destruir es nuestro proyecto cooperativo, nuestra empresa de origen divino, nuestra sociedad teantropocósmica; podemos destruir el templo del tiempo que es el pensamiento, las grandes catedrales de la filosofía y la poesía, en esa tendencia nefasta (pues niega el destino) hacia el nihilismo que conlleva el materialismo tecnocientífico. Y es que, como observa Roberto Calasso, el nihilismo se ha convertido en la base de nuestra sociedad, que es en el fondo "una teocracia agnóstica basada en el nihilismo". Asimismo, una metafísica de creer que la naturaleza, como dijo Sartre, no habla, es muda y opaca, no tiene esencia, ni presencias o espíritus. Hölderlin, en cambio, escribió: "el centelleo de la naturaleza es alta revelación". Esa luminosidad de la naturaleza es lo divino y es lo único que nos puede salvar. No la luz del Dios trascendente, apartado del mundo, sino la luz del Ser que se revela con infinito significado y vitalidad, el Sol que al amanecer hace que las aves canten y las ramas florezcan y que los hombres lauden y den las gracias y, sobre todo, amen, en respuesta a la belleza inconsumible del mundo. Pues, como repitió frecuentemente Hölderlin, el amor es lo divino en nosotros, es decir, la naturaleza.

 

Twitter del autor: @alepholo