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Nueva hipótesis asegura que ‘El grito’ de Munch no es el grito de una persona

Arte

Por: Luis Alberto Hara - 03/26/2019

Una exposición de la obra de Edvard Munch organizada por el Museo Británico propone nuevas preguntas en torno a una de las piezas más célebres del artista

Entre las pinturas que han gozado de la difusión necesaria para ser reconocidas casi al primer vistazo, El grito (1893) de Edvard Munch puede, sin duda, ser considerado dentro de dicha categoría. Por un azar cultural, la pieza de este artista noruego ha sido objeto de las reproducciones más previsibles y las más insospechadas, lo cual ha dado como resultado una popularidad de la que gozan pocas obras de arte.

De ello, sin embargo, no es posible excluir la expresividad artística. De hecho, si El grito es ahora ampliamente reconocido es sobre todo porque en su origen es una obra profundamente original y creativa que cumple a la perfección una de las funciones más notables del arte: conectar la subjetividad de una persona (el artista) con algún aspecto de la condición humana y la subjetividad de una época. Como bien podemos apreciar, en la obra de Munch es posible sentir reflejados nuestros propios sentimientos de temor, angustia, desesperación y otras emociones afines, tan propias de la existencia.

Con todo, una hipótesis propuesta recientemente podría arrojar nueva luz sobre las interpretaciones que se han hecho en torno a la pintura, la mayoría de las cuales supone que el personaje protagónico de la obra es una persona que grita. 

Esta hipótesis ha sido lanzada en el marco de una exposición organizada por el British Museum que lleva por título Edvard Munch: love and angst (Edvard Munch, amor y angustia) y en la cual, entre otras piezas, se exhibe una versión poco conocida de El grito cuyo estudio y documentos asociados han sido claves para suscitar nuevas preguntas sobre la obra.

A este respecto cabe aclarar que Munch realizó cinco versiones de la pintura, en distintos formatos y técnicas. Justamente en una de esas versiones, la de 1895, Munch anotó al pie del cuadro: "Sentí un grito enorme atravesar la naturaleza", lo cual es consistente tanto con el primer título que el artista pensó darle a su obra, El grito de la naturaleza, como con la experiencia que detonó su intención creativa: una tarde de 1892 en la que caminaba por un fiordo noruego y vio el cielo teñirse de rojo y la naturaleza entera erigirse en una entidad capaz de transmitir sensaciones. 

En ese sentido, Giulia Bartrum, restauradora de la exposición, considera que el personaje retratado en el cuadro no está gritando, sino que más bien está intentando protegerse de un grito que escucha en su entorno. Por su expresión, además, puede pensarse que dicho grito es descomunal, insoportable. 

Si esta hipótesis pudiera confirmarse, el cuadro podría ser una de las representaciones más expresivas de la percepción de otredad que la conciencia humana suele experimentar con angustia (como lo señalan pensadores como Hegel, Lacan, Maurice Blanchot o más recientemente Byung-Chul Han, entre otros). Una razón más que suficiente para reafirmar la genialidad de la obra de Munch.

 

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