*

4 acciones sencillas que puedes emprender para dejar esa forma de autosabotaje llamada procrastinación

La procrastinación es uno de los grandes vicios de nuestra época y, a juzgar por nuestra historia, también de épocas pasadas. Algo hay en el ser humano que nos predispone a preferir la distracción y el aplazamiento frente al esfuerzo sostenido y constante. 

Con todo, la desventaja de la procrastinación no es únicamente que al final sólo retrase lo inevitable sino, sobre todo, que nos aleja de aquello que sí queremos hacer. En este sentido, bien puede considerarse una forma del autosabotaje en el que a veces incurrimos cuando intentamos seguir nuestras intenciones más sinceras pero, por distintas razones, no nos atrevemos a continuar sobre ese camino.

Joseph Campbell, el gran estudioso de los mitos, escribió alguna vez que la cueva a donde más tememos entrar es la que resguarda el tesoro que más apreciaremos. En ese espíritu compartimos ahora estos consejos, que quizá alguien encuentre útiles para dejar de escuchar la voz de la duda y opte, mejor, por el camino de la acción.

 

1. Toma conciencia de tu cuerpo

“Mente sana en cuerpo sano”. El poeta Juvenal no se equivocó cuando escribió estas palabras: la mente y el cuerpo son dos elementos de un mismo sistema y, por lo mismo, el estado de uno repercute en el otro. 

Alimentarse equilibradamente, dormir las horas necesarias para descansar, ejercitarse o reconocer los momentos en que es necesario interrumpir el trabajo, son algunas de las situaciones en las que el cuerpo incide directamente en la capacidad mental y de conciencia.

En tu alimentación diaria privilegia el consumo de leguminosas y de otras fuentes de proteína vegetal, que te darán la energía suficiente para continuar tu trabajo, saciarán tu hambre y no tendrás esa sensación de pesadez que sobreviene con otro tipo de alimentos (como la carne o los carbohidratos refinados). 

Para asegurar una buena oxigenación de la sangre que llega a tu cerebro, procura consumir verduras de hojas verdes (espinacas, acelgas, etc.) pero también realizar algún tipo de ejercicio físico.

Entre los consejos que alguna vez dio Margaret Atwood para las personas que escriben se encuentra uno muy peculiar y pocas veces dicho: hacer ejercicios para fortalecer la espalda, pues el dolor que puede sobrevenir por pasar mucho tiempo sentado no hace más que distraer.

El yoga es en ese aspecto muy similar, pues aunque podría pensarse que se trata únicamente de una disciplina física, en realidad su práctica es indisociable de la meditación, pues el fin del yoga es preparar al cuerpo para permanecer en una postura cómoda para meditar por tanto tiempo como sea posible sin que el cansancio o el dolor sean una distracción.

Sal a caminar cuando te sientas tenso o abrumado. Bebe agua. Si algo en el trabajo que realizas no fluye, permite que tu mente divague. Si es necesario, toma una siesta. Contempla, respira.

En pocas palabras: cuídate, cuidando tu cuerpo.

 

2. Haz un compromiso sencillo (pero consciente)

Como aseguraban los estoicos, la mayoría de nosotros es más fuerte de lo que cree. Es sólo el temor, el miedo al fracaso, las dudas y demás voces contrarias las que nos hacen pensar que no somos capaces de algo. Por ejemplo: el compromiso, que es otra forma de la concentración. 

Haz esta prueba: elige algo sencillo que siempre has querido hacer. No necesariamente las “grandes” tareas que con frecuencia se abandonan, pero sí quizá algo orientado hacia ese objetivo. Por ejemplo, en vez de comprometerte a ir todos los días al gimnasio, empieza por llegar caminando a tu trabajo; en vez de comprometerte a dejar de fumar, quizá puedas pensar en un día no fumar por la mañana; en vez de cambiar radicalmente tu dieta de un día a otro, piensa en alguna modificación sencilla y factible: beber tu café sin azúcar, aumentar tu consumo de frutas y verduras, etcétera.

Una vez que hayas elegido tu objetivo, comprométete a cumplirlo, pero no sólo eso. Observa sin juzgarte los momentos en que sientes que no puedes hacerlo, que dudas, que te inclinas por hacer lo que siempre has hecho. Más que un ejercicio de voluntad, se trata sobre todo de poner a funcionar tu conciencia, es decir, ejercer tu capacidad de decisión y acción conscientemente. ¿De veras es muy grave que esa mañana no fumes? ¿Es muy difícil caminar tres o cuatro calles adicionales a las de tu ruta cotidiana? Si crees que no puedes lograrlo, ¿por qué piensas así?

Otro elemento de utilidad puede ser que pienses en el motivo ulterior por el cual te fijaste dicho objetivo: tu salud, tu bienestar, tal vez tu imagen personal, un viaje para el cual estás ahorrando, etc. Si tu voluntad flaquea, recordar ese deseo te puede ayudar a concentrarte de nuevo.

Finalmente, después de varios días en que hayas proseguido en tu propósito, date cuenta también de esto: eres perfectamente capaz de cumplir con un compromiso, de establecer un objetivo y cumplirlo, de concentrarte y de aplicar todos tus recursos en algo que quieres. Todo es cuestión de conciencia.

 

3. Cuida tu espacio

Los espacios que habitamos tienen un gran efecto en nuestra mente y, al mismo tiempo, sus cualidades suelen depender tanto de la tarea que ahí se realiza como de las inclinaciones personales de quien ahí se encuentra. 

En la medida de lo posible, crea un espacio que favorezca tu concentración, en donde te sientas a gusto y que además favorezca también la labor que piensas hacer. Quizá puedas improvisar en un rincón del lugar en donde vives, quizá quieras invertir en cierta decoración especial (plantas, afiches, etc.), quizá lleves ahí tu silla favorita o lo único que necesites sea luz y ventilación. No importa qué elijas, sólo recuerda tener en mente que evitar la procrastinación es el fin principal.

Un consejo muy específico, pero que vale la pena mencionar: si crees que Internet es para ti una gran fuente de distracción, puedes considerar desconectarte mientras te concentras en tu trabajo, o al menos no llevar contigo un dispositivo para navegar.

 

4. Trabaja por placer

Al trabajo se le asocia comúnmente con el deber, la obligación y a veces incluso el castigo y el tormento. Cuando partimos de eso, la procrastinación es totalmente comprensible, pues se presenta como un escape un tanto inconsciente frente a algo que no sentimos ningún deseo auténtico de realizar.

¿Pero por qué llevar a ese mismo lugar mental una tarea que sí quieres hacer? ¿Por qué no intentar separar el trabajo que, efectivamente, se hace por obligación, de un posible trabajo que haces por gusto? Y aun en eso que hacemos por obligación, ¿por qué no encontrar también cierto placer? 

Encontrar el gusto en lo que hacemos es probablemente la mejor manera de combatir la procrastinación y, por otro lado, favorecer la concentración, pues toda nuestra energía está puesta en ello. 

De inicio esto puede no parecer sencillo, pues en nuestra formación lo más usual es que aprendamos a trabajar, como decíamos, únicamente instigados por el deber y la obligación, o porque creemos que el fruto de nuestro trabajo complacerá a otros. 

Desaprender dichos patrones también puede ser necesario para no escapar del deber no por la puerta falsa de la distracción sino, más bien, por la resolución auténtica que se encuentra en el placer.

 

¿Qué te parece? ¿Tú has probado otra estrategia que te ha resultado útil? Te invitamos a compartir tu experiencia en la sección de comentarios de esta nota o a través de nuestras redes sociales.

 

También en Pijama Surf: El desapego es el camino para cumplir tus propósitos y lograr un cambio efectivo en tu vida

 

Ilustración de portada: Dániel Taylor