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Cumplir tus propósitos, tener lo que deseas, realizar un proyecto: ¿qué tanto el apego a patrones de pensamiento y conducta están impidiendo que lo logres?

Buena parte de los artículos, videos y demás material sobre el apego que circula actualmente suele centrarse en las relaciones de pareja, como si este fuera el único ámbito en el que el apego se presenta o el único en el que es necesario desmontarlo de nuestra vida.

El apego, sin embargo, va más allá de las relaciones de pareja. En realidad se trata de un elemento profundamente enraizado en la estructura psíquica que nos permite comprender la realidad, ser conscientes de nosotros mismos y relacionarnos con otros. Ese es el grado de importancia del apego y su extensión en los ámbitos de nuestra vida. 

En un punto, sin embargo, esos materiales aciertan: en relacionar el apego con los vínculos afectivos. Los patrones de pensamiento y de conducta a los que estamos apegados suelen guardar una relación estrecha con los vínculos afectivos de nuestra vida, usualmente los más tempranos.

Por eso desapegarse puede llegar a ser difícil y doloroso, pues implica dos tareas que corren más o menos paralelas: el examen de nuestras raíces emocionales (el origen de nuestros vínculos afectivos) y, como resultado inmediato de esto, la confrontación con emociones y situaciones de nuestra biografía no necesariamente agradables o que aprendimos a querer dejar intactas. 

Asimismo, eso determina que el apego se manifieste en una persona o una conducta pero en realidad tenga raíces más profundas. En el fondo, lo cierto es que estamos apegados a patrones de pensamiento, ideas sobre la vida y la realidad y patrones emocionales, mismos que repetimos involuntariamente por su relación con nuestras emociones más propias.

Con todo, la realidad se encuentra en cambio constante y nosotros mismos podemos tener responsabilidad en ese cambio. Y esto es válido también para la realidad de la mente y las emociones.

Desde un punto de vista emocional y psicológico, el apego puede llegar a ser uno de los elementos decisivos que nos impiden lograr un cambio en nuestra vida o, como se dice, cumplir nuestros propósitos. 

En ciertas personas, la historia de su vida generó sentimientos que no siempre son sencillos de clarificar dentro de los patrones de pensamiento y conducta en los que crecieron. Hay quien siente que guardar fidelidad a éstos significa guardar fidelidad al vínculo afectivo con el que están relacionados; puede ser también que haya miedo de pensar y actuar diferente o que hacerlo involucre una sanción; acaso haya quien no quiere dejar esas ideas por temor a perder la posibilidad de sentirse amado.

Esas son algunas de las emociones contradictorias relacionadas con el desapego y, para muchas personas, son también el motivo por el cual parece preferible continuar sobre lo conocido en vez de intentar algo nuevo. El miedo a lo desconocido es quizá la emoción con las raíces más profundas de todas las que puede sentir el ser humano, pero cada persona la siente de manera distinta y por motivos únicos. 

Por eso, a veces, por más esfuerzos que la persona haga y por más voluntad que parezca dedicar a hacer algo (cumplir un propósito o alcanzar un objetivo), termina abandonando sus proyectos, pues con mucha frecuencia al deseo genuino de hacer algo nuevo se opone el miedo de salir de los patrones de pensamiento y de conducta conocidos: el miedo al trauma asociado con el desapego, el miedo a desear, mismo que se manifiesta en efectos bien conocidos como actos de auto sabotaje, procrastinación, pensamientos de censura o de castigo franco. En esas condiciones y en medio de semejante tensión, no es extraño que un propósito termine por abandonarse.

¿Qué hacer, entonces? No hay una receta, eso es claro, y ninguna recomendación puede asegurar el éxito por la razón un tanto sencilla o evidente de que cada persona posee un camino propio y con circunstancias específicas. Asimismo es necesario decir que todo cambio requiere tiempo, paciencia y perseverancia, a veces más de lo que en un principio estamos dispuestos a otorgar y también en este caso se trata de un asunto de lógica: ¿cómo esperar cambiar en unas cuantas semanas o meses eso que hemos hecho la mayor parte de nuestra vida?

Acaso algunas preguntas útiles en el inicio de esta toma de conciencia podrían ser: 

-¿Qué quieres? 
-¿Qué patrones de pensamiento y conducta te están impidiendo conseguir lo que quieres?
-¿Qué crees que pasaría si haces las cosas de otra manera?
-¿Qué de tu historia de vida explica que pienses y actúes así?
-¿Hay algo que puedas hacer hoy que no sea una repetición de esos patrones y que esté orientado a que eventualmente puedas hacer las cosas de otra manera?

Como se ve, no se trata de preguntas que puedan responderse en una tarde o en una conversación amistosa frente a un café o una copa de vino. Tampoco son preguntas sucesivas o que admitan una sola respuesta. La toma de conciencia, el desapego y el reconocimiento del sujeto como ser que desea son procesos amplios, que tienen sus vaivenes, sus retrocesos, sus momentos de adaptación y reformulación, que cambian al mismo tiempo que la persona cambia.

En ese sentido, son procesos que se realizan a la luz de la existencia presente. Aunque el conocimiento de sí requiere de la exploración del pasado, recordemos que el propósito es cambiar aquí y ahora y es esto lo que queremos que sea diferente, no el pasado, del que no podemos mover ni una piedra. De ahí que sea posible también que aquello que dijimos querer al iniciar el camino quizá no termine siendo lo que obtengamos, pues en el proceso también nuestra vida cambió y con ellas nuestras reflexiones, el concepto que teníamos de nosotros mismos y aquello que creíamos desear.

La recompensa, sin embargo, puede llegar, en buena medida porque el cambio que surge del interior de una persona, como resultado de un proceso consciente en sus decisiones y todas sus etapas, suele resultar en un cambio efectivo, auténtico y, además, profundamente valioso para quien recorrió esa senda. 

Esa es la libertad de la que hablan los filósofos.

 

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