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Yoga, meditación, mandalas: ¿todo ello nos acerca mejor a vivir en plenitud aquí y ahora?

En años recientes, ciertas ideas espirituales netamente orientales se han mediatizado y popularizado en Occidente, en específico aquellas que, de inspiración budista, nos llaman a “estar en el presente”. La cultura actual, tan llena de ansiedad y distracciones, ha sido especialmente receptiva a esta invitación, en la medida en que a cambio de aceptarla se nos promete que así disfrutaremos de la vida en tranquilidad, felicidad o plenitud, cualidades que parecen hacer mucha falta en las sociedades y a los individuos de nuestra época.

Cursos para aprender a meditar, tutoriales de yoga en línea, libros para dibujar mandalas: los productos en torno a esta tendencia se multiplican día con día, tanto como las voces que dictan consejos y métodos para lograr en unos pocos días estados del espíritu que a otras personas les ha tomado años alcanzar. Si bien la necesidad de “estar en el presente” puede ser auténtica, la manera con que en Occidente se ha buscado satisfacerla podría no ser la mejor ni la más adecuada.

Como reseña Roman Krznaric en el sitio de la revista TIME, uno de los principales críticos de este interés desbordado por las disciplinas y doctrinas de Oriente es, curiosamente, Matthieu Riccard, conocido como “el hombre más feliz del mundo” y de quien nos hemos ocupado antes en Pijama Surf. Riccard, francés de nacimiento, es también un monje budista que luego de varios años de práctica ha ejercido la labor de vínculo entre las enseñanzas del budismo tibetano y Occidente. Sin embargo, ante la oleada de “atajos” que se ofrecen para alcanzar la conciencia plena (mindfulness), la tranquilidad de mente o la concentración absoluta, Riccard no tiene reservas en describir esta situación como “meditación budista sin budismo”.

El riesgo, según el monje, es que al no tener en cuenta nada más que el estado de la mente, la persona se vuelva “mental” en extremo. Y Riccard propone una comparación con un francotirador o un psicópata: ambos necesitan estar concentrados, sin distracciones, tan calmados como sea posible, enfocados netamente en su presente y, para colmo, sin sentir la necesidad de juzgar su situación (“matar sin juzgar”, dice Riccard). 

La comparación podría sonar exagerada, pero también es pertinente, pues apunta hacia una de las principales carencias de las adaptaciones occidentales de las prácticas de Oriente: el fundamento espiritual, sin lo cual es impreciso y podría decirse que hasta imposible entender disciplinas como el yoga o la meditación. El cual, por otro lado, es tan sencillo de enunciar, que sorprende que se ignore tanto en el mundo contemporáneo. Dicho fundamento no es otro mas que la compasión. Cuando se entiende que meditar o practicar yoga son ejercicios que se practican con el objetivo de ser más compasivos, pierden entonces cualquier cariz individualista que pudieran adquirir.

Krznaric, por cierto, cita en su texto otra postura frente a la existencia que aunque fue sostenida en Occidente durante muchos siglos, hoy en día parece totalmente olvidada: el carpe diem de los antiguos clásicos, ese “aprovecha el día” que durante casi 2 mil años se tomó como un recordatorio amable sobre la finitud de la vida. 

“Aprovecha el día” y “estar en el presente” son prescripciones afines y, salvo por el contexto cultural al que pertenecen, podría decirse que equivalentes. La diferencia, quizá, podría establecerse en el nivel de familiaridad o cercanía con que escuchamos cada una y, a partir de esto, podemos hacerla parte de nuestra vida.

Quizá, antes que meditar, hacer yoga o dibujar mandalas, para algunos sea mucho más sencillo y natural recordar que cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo que pasan son irrecuperables, y que nuestra única alternativa como humanos frente a esa fatalidad es aprovechar lo mejor posible el tiempo que nos fue dado. Entregarte de lleno y siempre en todo lo que haces, admirar y disfrutar lo invaluable de la vida, recibir con todos tus sentidos las experiencias que la existencia te depara… Eso, quizá, sea aprovechar lo mejor posible tus días.

Finalizamos con este poema de Horacio, el mismo poeta romano que usó el carpe diem en otra de sus odas y que, en este caso, nos legó una reflexión sobre la plenitud que, como una semilla, yace en cada instante, y que espera pacientemente a que la descubramos para que florezca ante nuestros ojos:

Odio, muchacho, el lujo de los persas 
y tampoco me gustan las guirnaldas
que se trenzan con fílira.
Deja ya de buscar
dónde se ha demorado una tardía rosa.
No quiero que, solícito, le añadas
nada al sencillo mirto: no nos desdora el mirto
ni a ti, mi escanciador, ni a mí, que estoy bebiendo
bajo la espesa parra.

("Persicos odi, puer, apparatus", Odas, Libro I, XXXVIII; traducción de Enrique Badosa)

 

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