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Tres dispares recomendaciones eróticas del cinematógrafo

Arte

Por: Jimena O. - 09/13/2009

El erotismo es un pilar en la experiencia artística y en la historia narrativa de la esencia humana; "Frivola Lola", "Vicios Privados, Virtudes Públicas", y "Bilitis" nos adentran en las profundidades de una cinematografía empapada en eróticos recovecos

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Frívola Lola (Tinto Brass, 1998) tiene como título original en italiano Monella, y se trata de una comedia romántica sexual, situada en los 50´s en la Toscana Italiana. Cuenta la leyenda que Tinto Brass, el director, atropelló a Anna Ammirati, quien lo amenazó con demandarlo si no la incluía en el reparto de esta cinta de la cual resultó protagonista.

Lola (Anna Ammirati) es una mujer que ha dejado de ser niña hace poco. Aunque su cuerpo le lleve mucha ventaja, ella sigue comportándose infantilmente, pero mostrando sus dimensiones a cualquier caminante que cruce su rápido vuelo en bicicleta. El novio de Lola, Masetto (Mario Parodi) es un panadero y se niega a hacerle el amor hasta después del matrimonio; esto provoca que la imaginación de la ninfa de mirada coqueta y llena de vida busque con ansias a su padrastro, André, que se dedica a tomar sesiones fotográficas artísticas. Una interesante escena sucede en la penumbra, delante de fotos proyectadas en blanco y negro en tanto André (Patrick Mower) y otro hombre, hablan de que lo único que importa en la vida es el sexo. Las proyecciones dan un tono ambiguo, siniestramente perverso a la escena, las fotos proyectadas son sensualmente solemnes mientras la conversación es cómica y grotesca, tono de la mayoría de la filmografía de Brass a excepción de Calígula (1979), una especie de Satyricon (Fellini, 1969) triple X sin la gracia del maestro.

Los huecos en la historia de esta cinta están estéticamente resueltos de manera imaginativa, los más interesantes, dentro de la mente de Lola. Por ejemplo, Lola está con su novio y él se corta el dedo junto a su motocicleta, Lola le chupa el dedo de forma sensual y súbitamente estamos en la cocina de su madre. Ahí, André extrae del interior de un pollo todas las entrañas hasta que le sangra un dedo; Lola lo chupa lentamente hasta que aparece su madre y retira su boca del dedo. En otra escena, Lola imagina a André vestido de capitán durante una sesión fotográfica en un cuarto que simula el interior de un barco. Todo es blanco y el capitán penetra a una mujer por detrás mientras bebe un martini y fuma un puro. Previamente, su asistente dibuja los tentáculos de un pulpo alrededor del pezón de la modelo ahora penetrada.

El erotismo de esta cinta radica en los detalles que arropan las escenas. Por ejemplo, el escote de la mujer que elabora el traje de novia de Lola: cómo la toca sin desearla mientras trabaja, y los truenos hacen que el cuarto brille por momentos. Otro: Lola va a nadar a un lago al amanecer, el sol surca las montañas a lo lejos, como un foco al que le queda poca vida. La bruma sirve de cortina que nunca acaba. Lola se mete al agua y una suculenta escena subacuática sucede: Lola nada hacia su novio que nada a su vez hacia ella vestido de novia con el vestido confeccionado para ella. El vestido de Lola queda pegado a su cuerpo después de caminar bajo la lluvia. Cuando aborda un taxi los truenos siguen iluminando. Su cara recibe la luz del exterior al tiempo que, bajo los rayos intermitentes, aparece únicamente su vagina desnuda y la mano del chofer la acaricia. Lola tiene un altercado con el taxista y éste la baja. Bajo la lluvia, después de girar, se sienta a orinar. Un zoom muestra el microcosmos de su entrepierna soltando el líquido en la calle, mientras las nubes no paran de dejar caer agua sobre ella. Lola llega a visitar a André y uno de los mejores momentos ocurre: su punto de vista de la luna llena en el obscuro cielo, corta en una toma de ella desnuda y sentada mirando por la ventana de espaldas a la cámara, que la registra en un gran angular contrapicado desde el suelo. Esto hace que sus nalgas desnudas se asemejen a una luna. André entra al cuarto y pregunta “¿Qué miras?” Lola responde “La luna”, y él, mirando su trasero, dice “Yo también, es muy bella”.

Un hombre joven desnudo acostado sobre un montón de paja fuma un puro y retuerce sus partes íntimas en el interior de la paja. Una orquesta bien vestida en los finales del siglo XIX toca a la distancia. El hombre, que porta un bigote muy austriaco, tira balazos al aire tratando de despertar a su prometida. Ella duerme profundamente. Una mujer mayor y su séquito lo festejan. Después de andar en bicicleta por un rato con la mujer mayor como copiloto, caen juntos en otro montón de paja y ella lo masturba; él mueve sus brazos asemejando el aletear de un pájaro que no puede volar. El joven es el príncipe Rudolf.

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Vicios Privados, Virtudes Públicas (Miklós Jancsó, 1976) está basada libremente en el hecho histórico que se denominó el asunto Mayerling. El príncipe Rudolf era el único hijo de Franz Joseph, emperador de Austria, así que se trataba del sucesor legítimo al trono Autro-Húngaro. Nacido en Agosto de 1858, a Rudolf lo educó su abuela paterna, la archiduquesa Sophie, y desarrolló muy liberales puntos de vista. Se casó con la princesa Stephanie de Bélgica en Mayo de 1881 y, aunque tuvieron una hija, la archiduquesa Elizabeth, la pareja se separó y Rudolf se regocijaba abusando del alcohol y la compañía femenina.

En 1887 Rudolf compró una mansión en la parte sur de Austria y la convirtió en una casa de cacería llamada Mayerling. Un año después conoció a la baronesa Marya Vetsera y comenzó un idilio con la chica de 17 años. Los reportes oficiales dicen que el emperador Franz Josef no estaba contento con el desenvolvimiento de su hijo y le ordenó romper su relación. El 30 de Enero de 1889 los cuerpos de la pareja fueron descubiertos en Mayerling. El devastado emperador ordenó una oficial pero discreta investigación sobre las muertes y el misterio comenzó.

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En la película, al príncipe no le encanta su prometida y sostiene relaciones con su hermanastra y su hermanastro en una alucinante cama que tiene un columpio arriba. Discuten que su padre nunca le hará nada, eso sería aceptar que su propio hijo está en su contra, aunque es lo que más desea el príncipe. El príncipe no desperdicia oportunidad para desnudarse en los jardines de palacio y bailar. Sus allegados lo festejan y sus sirvientes usan paraguas para no mojarse. Un amigo crea una lluvia artificial con una manguera de alta presión. Las festividades crecen en un enorme baile típico que la cámara recorre sin un solo corte mostrándonos detalles de los participantes. El baile no para pero la ropa de la gente comienza a caer. El frenesí de la música se vuelve instrucciones del príncipe: todos caen al centro cuerpo con cuerpo, piel contra piel y el príncipe les ordena levantarse para volver a bailar. Después de otro rato de mover los pies, todos al centro, acostados de nuevo y por parejas, se tocan. Hay fuegos artificiales en el cielo. La fiesta se vuelve orgía en el interior del castillo y el príncipe es celebrado como nuevo emperador por sus invitados (aunque no lo sea). Él es el único que conserva su ropa por poco tiempo más. Quiere que el emperador se entere y los encarcele, pero no sucede exactamente así.

Miklós Jancsó, director de la cinta, fue mundialmente famoso por sus planos secuencias no sólo de infinita duración sino montados sobre un Dolly que paseaba la cámara en movimientos alucinantes. No contento con estas coreografías con varios actores, no paraba de usar el zoom. El director húngaro dijo alguna vez en una entrevista: “Usaba tomas largas porque quería películas sin cortes. Soy simplemente inepto cortando. Odiaba los flashbacks, pasajes vacíos y cortes. Cada toma duraba lo que cupiera de celuloide en el magazine de la cámara – diez minutos. Todos mis filmes eran hechos de ocho, diez, máximo dieciséis tiros”.

Hay una escena en particular que entra directamente a los anales del plano secuencia ultra expresivo, probablemente la escena más erótica de la película: El príncipe hace el amor sobre la extraña cama frutero, y la cámara recorre el cuerpo de los amantes que se ha vuelto uno solo sin dejarse de mover de un lado al otro, mientras las luces de los rayos a la distancia interrumpen la calida iluminación ofrecida por las velas. Nos vamos acercando a ellos, con un sensual zoom anatómico.

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El erotismo de Bilitis (David Hamilton, 1977) comienza antes de que las estudiantes se quiten la ropa. Varias adolescentes uniformadas de sombrerito de mimbre, vestido azul claro, calcetas y zapatos blancos de charol, hacen cabal juego con el paradisíaco lugar donde está ubicada su escuela. Las estudiantes andan en bicicleta hasta un lago donde se mojan unas a otras después de desnudar sus delicados y perfectamente formados cuerpos de rubias cabelleras. Sólo una chica es distinta, Bilitis (Patti D'Arbanville) y de hecho se lo hacen notar las demás “Tú siempre tienes que ser distinta”.
Lucas, el fotógrafo de la academia, trata de besar a Bilitis por primera vez, pero ella se niega, así que su compañera de cuarto lleva a cabo la misión de manera tierna y suave entrando a su cama completamente desnuda.

Hay una escena que podría ser un cuadro de Edgar Degas: Varias niñas menores bailan con un vestuario que va muy de acuerdo con las paredes de piedra de la función, ofrecida a los padres de familia. La escena antecede el monólogo griego de Bilitis, que no puede proceder por nervios y la hacen descender del escenario. La madre de Bilitis y su esposo recogen a Bilitis y la llevan a su mansión, donde se desnuda por las noches y trepa a un árbol: parece un gorrión en una gran rama Las tomas de acercamiento recorren su cuerpo. Los filtros en cámara (usados de manera extensa a lo largo de la cinta) hacen que tenga un halo sobrenatural. El uso de filtros nutre los potentes telefotos que le dan a los desnudos características metafísicas a este filme.

Hay locaciones que vuelven escenas oníricas cualquier cosa que suceda en ellas en cuanto el espectador deposita su mirada en la pantalla: un ejemplo es la cabaña azul junto al mar azul, y al fondo el azul del cielo, pero cada elemento en distinto tono, separado por el beige de la arena.

Lucas aparece de nuevo y comparte días con Bilitis en los que la besa por primera vez, pero extrañamente es su madre la que la ayuda a besar de verdad; erotismo entre madre e hija, más adelante hacen el amor. Es una acción que suena como el acto más inmoral del mundo, pero lo extraño en esta cinta es que resulta el acto más amoroso sobre la tierra. Me puedo imaginar, en el contexto histórico, que los guionistas de esta cinta (incluyendo a la ahora legendaria Catherine Breillat) tenían clara la intención de trabajar con el factor del escándalo, el famoso shock value que fue tan exitoso en los 70´s y que llevó al exploitation film a sus últimas consecuencias. Películas con tramas de verdad ridículas hechas al aventón y sin ninguna disciplina, que unicamente funcionaban acelerando la morbida excitación vacía de cualquier sentimiento en el espectador, reacciones llenas de violencia. En este caso el gran logro es del director David Hamilton, apoyado por un casting exacto y un gran diseñador de producción, transformando un sexploitation film en poesía juguetona y mítica que no se toma ni a sí misma en serio trascendiendo el autocinema y asegurando un lugar en la historia del celuloide.

Autor: Piracant´t / Colaborador PS

piracant@gmail.com