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[Preámbulo]

Creación y sonido tienen una relación más estrecha de lo que quizá ahora recordamos. Pero hubo una época en que esto era evidente. Cuando el evangelista escribió: “En el principio fue el verbo”, no estaba muy lejos –y más bien por el contrario, su proximidad era casi coetánea– de aquella persona que al despertar advirtió que Om había sido la sílaba con la cual el universo se puso en marcha –el interior y el exterior–. “Om” pronunció el Brahmán, y con ese sonido comenzaron el tiempo y el movimiento, la pausa y el silencio, el todo, la nada, el ser y el devenir, la meditación y el rezo, el éxtasis, el tránsito a veces lento y otras apresurado pero siempre definitivo hacia la muerte y la desaparición. Sin el sonido es imposible diferenciar todo ello. De alguna manera el sonido, en su continuidad, distingue y separa. Rasga el velo para inaugurar lo inaudito. Vuelve perceptible el misterio –sin explicarlo. El sonido irrumpe en el vacío pero no para llenarlo, sino para hacerlo discernible y abrir con ello la posibilidad del significado. El sonido es inseparable de la Creación no porque la haya provocado, sino sólo porque es su primera traza perceptible. El rastro originario. No parece casualidad que los científicos hayan elegido una onomatopeya, el “big bang”, para significar el origen del universo. Entre la no-existencia y la existencia, el sonido. El grito del recién nacido; la primera palabra pronunciada por el infans que marca su ingreso sin retorno al mundo de lo humano; el “Hasta ahora no han escuchado nada” de El cantante de jazz; los dos pilares con que Beethoven inicia su Eroica y sobre los cuales, cual demiurgo o dios omnipotente, erige y sostiene el mundo que construye en su sinfonía; el rumor difuso, de intensa potencia contenida, al inicio de La consagración de la primavera… 

En el principio está el sonido.


[Suzanne Ciani]

Sintetizador modelo Buchla 200e de Suzanne Ciani en la sesión A/Visions 2 del Festival MUTEK MX 2024

La fachada imponente de piedra domina el lugar. ¿Qué es ese edificio? ¿Un recinto sagrado? ¿Una residencia extravagante? ¿Un templo? ¿El retablo monolítico de un altar? Frente al muro y al centro, un objeto misterioso aparecido de pronto, arrojado por algún motivo a este punto del universo. Un artefacto que si no tuviera semejanza con otros de esta época podría considerarse enigmático o indescifrable. Y quizá lo sea. ¿Quién de nosotros, que estamos reunidos en torno al objeto, podríamos explicarlo? Algunas personas se le aproximan con curiosidad y quizá también con reverencia y con temor. Lo observan, lo admiran, buscan guardar memoria de su aspecto. No parece exagerado suponer que esas personas miran al objeto como se miraría uno del cual es posible extraer magia. Con los pases adecuados, claro está. Un tipo específico de magia: la magia de creación. Con el médium adecuado, el artefacto puede crear un mundo.

La sacerdotisa emerge de las sombras. Toda vestida de negro, parece haberse formado de entre las grietas del muro para simplemente venir a cumplir su función sagrada: oficiar el rito por el cual una nueva creación –nueva, siempre nueva– se realiza.

La mujer camina con determinación hacia el artefacto. No atiende nada más, como si estuviera sola en el origen, aun cuando alrededor de ella se agita un miasma informe de criaturas expectantes. Ella ni siquiera los mira, aunque ellos siguen ansiosos hasta el más mínimo de sus gestos. Los cables y botones del artefacto la esperan. Por un breve momento se vuelve cirujana, operaria o laboratorista. Pero sólo por un instante. Sujeto y objeto intercambian lugares . Después de todo, parece que el instrumento de la creación es ella y no el artefacto. Ella es el vehículo de una Creación que la supera y que está a punto de ocurrir. 

Suzanne Ciani en la sesión A/Visions 2 del Festival MUTEK MX 2024

El sonido surge. Al principio, indistinguible. Un sonido primigenio que en ese primer instante podría ser todo y cualquiera. Planeta o cometa, animal, paisaje, grano de arena, gota de mar, catedral, duna infinita, tejido, risa de mujer, caminar de hormiga, tinta corriendo sobre el papel, chocar de piedras, párpados que bajan, manos que acarician. El sonido podría ser cualquiera de los que suenan en el universo. La mujer elige uno: el rumor del mar. Esta es una Creación que comienza a partir de otra, de algo que ya existió antes. ¿Y cuál no? ¿De cuál Creación se puede decir que fue la primera? No de esta al menos. El rumor del mar se mezcla ahora con otros sonidos. Las manos de la sacerdotisa se mueven diestramente por los entresijos del artefacto, pasan entre ellos como por los pasadizos de un laberinto largamente recorrido, una sala enorme y oscura en donde se ha estado muchas veces. La Creación va tomando forma. El primer sonido hace tiempo que quedó atrás. Esas incontables formas en potencia comienzan a trenzarse en un mundo único. La Creación de esta mujer ya se encuentra en ese punto. Si al inicio la emanación de los sonidos parecía depender de los gestos de la sacerdotisa, con el mundo que está surgiendo esto es distinto. Los sonidos tal vez dependían de su operación, sus pases, su invocación, pero no esto otro. Hay algo libre desde su nacimiento. Autónomo. En cierto sentido no importa qué sacerdote oficie el rito, qué liturgia se repita, quién empuñe la daga del sacrificio, qué feligreses atiendan la ceremonia: ese algo ajeno al ejecutante se hará presente. Un algo-más tan autónomo que por un instante se creería ajeno al mundo y al tiempo, anterior a todo, persistente, ligado quizá a las nociones de sacrificio o creación pero independiente de ellas. La Creación se manifiesta así. La mujer y el sonido son meros medios de ese algo-más. Las gaviotas y las olas, los sonidos electrónicos aleatorios y fragmentarios, la improvisación…. todo ello da lugar a ese algo-más. De ese océano caótico surge un mundo no sólo perceptible y aprehensible, sino sobre todo disfrutable. Y quizá eso sea lo más sorprendente. Que el placer se revele como la dimensión última de la creación y al mismo tiempo su punto de origen. ¿De qué otro modo si no el mundo, cualquier mundo, se vuelve apetecible, atractivo, sino a través de Eros? ¿De qué otro modo los dioses se acercaron a este mundo si no fue por lo deseable? Ninfas, efebos, colores, mil y una maravillas: erotizar vuelve el mundo deseable. ¿Y quién podría decir de dónde surge eso? ¿Quién podría señalar el origen del deseo? Incluso ahora, en este momento, ¿quién podrían señalar el punto o el momento en que esta Creación se volvió deseable? ¿Cómo se transmite y circula la erotización sobre un objeto –el sonido en este caso– de tal modo que otros la perciban y también la disfruten? Qué fuerza –y presencia– tan extraña es Eros. El trato de la mujer sobre el artefacto es un trato erotizado en pleno sentido. También la escucha atenta de su audiencia. La atención es una de las formas del amor, decía Simone Weil. Eros existe en ese momento. Su presencia hace posible la Creación. Todo esto: la fachada, la piedra, el altar, el instrumento, la liturgia, la feligresía, los símbolos, la ejecución, todo es sólo un pretexto, el rodeo cansino quizá pero necesario para arribar a ese momento en que la Creación se revela autónoma, atemporal, pero no por sí misma, sino porque toda ella es una manifestación de Eros que mantiene en movimiento al mundo. Como el viento que poliniza las flores, como el color que atrae la luz, como el sonido que seduce a quien lo escucha. Eros, sonido, creación. 

El primer oficio de esta liturgia ha cumplido su propósito: abrir la flor del deseo para que la percepción recoja sus frutos.


[Bendik Giske & Diego Vega Solorza]

Bendik Giske y el dueto coreográfico DESTELLOS dirigido por Diego Vega Solorza

Una segunda figura emerge de las sombras. Se podría decir que este escenario es, voluntariamente o no, una iteración de aquel en donde se desarrollaban los misterios eleúsicos, donde todo transcurría rodeado de oscuridad. Los rasgos de esta criatura van de lo extraordinario a lo monstruoso: más alto que cualquiera, blanco como la luna llena de octubre que preside esta ceremonia, con los ojos discretos de una bestia que acaba de despertar al mundo y la sonrisa astuta de un trickster nórdico. Una suerte de gólem gestado durante el ritual de la sacerdotisa anterior, nacido de sus pases y sus movimientos, esa combinatoria enigmática de sonidos que convirtió la piedra en sangre y el plasma en luz, hasta provocar la eclosión de esta criatura. Silente en un principio, discreta, haciéndose escuchar apenas, más que sacerdote oficiante, esta criatura es eso: una creación que viene a habitar el mundo que su creadora le ha dispuesto. Habitarlo pero no con obediencia o automatismo, sino con creatividad, conflicto y contradicción. Con la tensión propia del estar vivo. El ser que prueba, ensaya, se equivoca, encuentra confianza en el mundo, sale avante. Y más que eso: el ser que se asombra, lo cual quiere decir, el ser que puede reconocer a otro. Este segundo acto es más humano en cierto modo porque es menos perfecto. Más aún: ni siquiera es perfecto. El ejecutante falla. Tal vez es el viento, el frío, un cable mal conectado, la incomodidad. Sea lo que fuere, el acto se interrumpe inesperadamente. El ejecutante, antes seguro de sí, titubea. Pero por poco tiempo. Frente al error, la creatividad sonríe. La perfección de la imperfección. La perfección a la que puede aspirar una criatura imperfecta en este mundo imperfecto. La criatura se desarrolla en el mundo: vive, se equivoca, recompone. Y elabora a partir de ello. Su expresión se llena de matices. Los sonidos que surgen de su instrumento son presencia y evocación, invocan al mismo tiempo que recuerdan, hay alegría, nostalgia, melancolía, un cierto regocijo. Y por encima de todo, un delicado asombro por estar vivo. En el momento más meditabundo de esta elaboración, otra figura se delinea en el escenario. Otra criatura que habita este mundo. Un cuerpo doble. Un hombre que carga a otro hombre como se cargaría a un enfermo o a un moribundo, a un herido grave, aunque también a la pareja nupcial. El hombre que lleva en brazos al otro toma su lugar lentamente, o quizá sería mejor decir acompasadamente, pues desde su aparición entre las sombras y el humo, la criatura tomó en cuenta a estos hombres, los saludó con el sonido de su instrumento, hizo a éste expresar sonidos de asombro y bienvenida. De hecho, a partir de ese momento la ejecución tuvo un cambio notable. Hasta entonces, todo había sido una especie de soliloquio. Una declaración de principios para un auditorio imaginario. La llegada de los hombres llevó a la criatura al reconocimiento del otro y al diálogo con ellos. Un diálogo inusitado. El lenguaje de la criatura es el tamborileo de sus dedos sobre el saxofón y el aliento meloso que hace surgir de la campana de éste; mientras que los hombres, ya separados, roto el ensamble piadoso que los mantenía juntos, participan en ese diálogo con vueltas, contorsiones y otros movimientos de sus cuerpos. No es posible decir si alguno de los dos lenguajes prevalece. No es que los cuerpos sigan los sonidos que salen del instrumento ni que éste busque acoplarse a ellos. Cada uno actúa conforme a su posibilidad de acción y en esa singularidad aparecen de pronto puntos de una cierta forma de coincidencia. La criatura ha encontrado a un impar con quien a pesar de todo y en contra de toda probabilidad, dialoga. Y viceversa. Cada uno desde su lugar escucha al otro, mira al otro, lo reconoce. Escucha sus movimientos y mira sus sonidos. En ese desencuentro ocurre el misterio no de la compresión o del entendimiento, sino del diálogo.


[David August + MFO]

David August durante su actuación en A/Visions 2 del Festival MUTEK MX 2024

¿Qué puede resultar del drama humano si no el rito y la liturgia? La creación y recreación del descubrimiento de lo sagrado de este mundo.

Frente al muro de piedra se ha vuelto a instalar un altar. Pero esta vez con diferencias significativas en comparación con aquel de la ceremonia primera. Este nuevo altar hace parecer primitivo al anterior. Ahí donde el primero podía identificarse con el artefacto –a su manera tosco, salvaje, inescrutable– que predominaba a la vista y aun reducirse a éste, ahora en cambio este segundo altar muestra orondo las varias piezas que conforman su estructura definida, sofisticada, compleja. Más que un altar, este es quizá un armazón diseñado para sostener algo. ¿Qué? Quizá ese mismo algo-más del ritual originario. El mismo misterio. La misma fuerza autónoma. Pero es como si entre aquel primer altar y este nuevo hubiera muchos siglos y aun eones de distancia, y aunque el misterio persiste, en ese transcurso algo se ha perdido o se ha olvidado. Pareciera que la sofisticación o la complejidad buscan compensar o disimular esa pérdida. Un esfuerzo suplementario que por algún motivo se cree necesario. Como si aquello olvidado es que la Creación ocurre nada más, sencillamente. Algunas veces, esto también es cierto. A veces el ritual requerido para hacerla posible se puede tornar un tanto más aparatoso. Y no por la Creación misma, sino por el oficiante que la propicia. Quién sabe si a veces el oficiante se sienta apabullado por la magnitud de la Creación posible y, ante ello, acuda a la parafernalia y el aparato a manera de refugio. No por nada en este altar, al centro de las piezas, la estructura y los instrumentos, se encuentra un hombre, guardián solitario de su fortaleza, reducto que la fragilidad humana opone a la tormenta que viene con la Creación –paradójicamente, para también propiciarla. 

La liturgia comienza. Ésta es también sofisticada. No puede ser de otra manera. De la sencillez de la primera quedan apenas unos pocos rastros, gestos, y éstos tampoco íntegros, sino alterados. Se percibe una tensión entre lo nuevo y lo originario, una fuerza que busca salir y otra que busca regresar o mantenerse. El ritual es totalmente diferente y sin embargo en ciertos instantes se diría que es el mismo que se ha practicado desde siempre. Los rostros cambian, los ejecutantes son distintos, los altares toman múltiples formas, pero hay algo que persiste, disperso aquí y allá, en la sombra de un movimiento, en la manera en que las manos se agitan por un breve segundo, la mirada que de pronto y de reojo se vuelve a la feligresía, en el placer de la realización. Eros, después de todo. 

Quizá lo único de veras persistente en toda esta liturgia –en los tres actos de este ritual– sea Eros y su presencia inevitable. De inicio a fin, los sonidos y los movimientos que hacen posible la creación ocurren bajo el signo de Eros, bajo su auspicio y sin duda bajo su protección. Aun con todo el aparato que lo rodea, es posible ver la sonrisa de este sacerdote, un destello que se repite en varios momentos de su oficio. La luz y el humo opacan sus lentes, dándole con ello una apariencia siniestra, cual científico de intenciones malignas encerrado en su laboratorio. Pero a esa imagen se impone el gozo de su hacer. La alegría. El gusto. Eros presente de nuevo. Eros nunca ausente. Eros persistente. Eros.

 

[Coda]

El silencio es parte del sonido, lo cual es otra forma de decir: es parte de la Creación. Silencio, creación, sonido: una trinidad que guarda una especie de armonía secreta, como si llevase con ella el aura de un continuo que nunca se ha interrumpido. Silencio, creación, sonido: ¿quién podría decir qué surgió primero? ¿Qué ya estaba ahí antes que otro –otro, siempre otro– irrumpiera? ¿El silencio antecedió a la Creación? ¿El sonido a ambos? ¿Eros a todo lo demás?


Imágenes del artículo

Las imágenes que acompañan este artículo fueron tomadas por el autor del mismo durante A/Visions 2 de MUTEK MX 2024.

Portada: Imágenes de la sección [Suzanne Ciani] del artículo: Sintetizador modelo Buchla 200e de Suzanne Ciani

Imágenes de la sección [Bendik Giske & Diego Vega Solorza]: Bendik Giske y el dueto coreográfico DESTELLOS dirigido por Diego Vega Solorza

Imágenes en la sección [David August + MFO]: David August en su consola

 

El autor agradece la invitación extendida a Pijama Surf por parte de MUTEK MX.