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El Evangelio de Juan, el más atípico de los cuatro Evangelios, presenta por este rasgo algunos problemas interesantes sobre su lectura e interpretación de su mensaje

Para aproximarnos libre y profundamente al Evangelio de Juan, podemos comenzar advirtiendo que, desde mediados del siglo XX, el consenso mayoritario de las investigaciones neotestamentarias de católicos, protestantes y no creyentes, supone que éste es una propuesta cristológica de una antigua comunidad de fieles y no un relato biográfico y catequético, rasgo característico de los otros tres Evangelios, llamados sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), cuyos contenidos, no obstante, seguramente eran conocidos por el redactor del Evangelio de Juan. 

Dicho de otra manera, se piensa que dicho escrito no es fiable para recabar información estrictamente histórica sobre Jesús de Nazaret. En todo caso, su intencionalidad teológica da cuenta clara del desarrollo del cristianismo como algo más que una secta judía, proponiendo una fe del “Agápē”, o amor, profusamente nutrida por tres fuentes: el “Tanaj” o corpus bíblico, la hermenéutica viva del Judaísmo farisaico espiritualista y los cultos mistéricos mediterráneos. 

Sentencias del Evangelio de Juan como “yo soy la puerta de las ovejas”, “el modelo de pastor”, “la vid verdadera”, “el pan vivo que ha bajado del cielo” probablemente no fueron palabras del Jesús de la Historia, sino sobre él y en un convencimiento de su realidad definitiva y salvífica. El personaje que se nos presenta es casi hierático, delimitado de forma estilizada, a diferencia de versiones más temperamentales que subsisten en testimonios como el Marcos canónico.    

El testigo base del escrito es el llamado “discípulo a quien Jesús amaba” o el “discípulo amado”, nunca mencionado por nombre y a quien la Tradición ha identificado con Juan, uno de los doce apóstoles, hermano de Jacobo el mayor e hijo del pescador Zebedeo, según las fuentes sinópticas. No obstante, los historiadores en general han descartado esta opción. Juan, llamativamente, no es mentado per se en el escrito bíblico que lleva su nombre; sólo se hace referencia a él una vez y, en conjunto con su hermano, como "hijos de su padre", sin rastro de información más amplia.   

El Evangelio de Juan, al menos en su versión más definitiva, es probablemente tardío y muy seguramente su composición se realizó a finales del siglo I o inicios del II de nuestra era. El manuscrito fragmentario más antiguo que se conserva, conocido como el "Papiro 52" o "Papiro Biblioteca Rylands", data del año 135. Desde esta aproximación crítica, es prudente no soslayar que el Evangelio de Juan tiene casi en su totalidad contenido propio, no hallado en los tres sinópticos, y por momentos supone una escritura plural, de una comunidad que especialistas como el sacerdote católico y exegeta bíblico Raymond Edward Brown denominan “joánica”. 

¿A qué nos referimos por contenido propio? Material exclusivo o muy ampliado en relación a cualquiera de los otros evangelios, eventos sin clave estrictamente histórica. Por ejemplo: las bodas de Caná, el diálogo con la mujer samaritana, las curaciones del ciego de nacimiento y del paralítico de la piscina, la resurrección de Lázaro, el lavado de los pies, la presencia de María Virgen directamente ante la Cruz y la misericordia para con la mujer adúltera. Este último episodio fue además interpolado tiempo después, ya que no se encuentra en las versiones más antiguas del texto joánico, no emplea su vocabulario y podría insertarse perfectamente en un evangelio como Lucas, también conocido como el “evangelio de la misericordia”. 

El padre Brown enfatizó en que el texto tuvo un proceso gradual de escritura hasta su elaboración final. Se reconocen dos secciones importantes del mismo: el llamado “evangelio de los signos”, quizá basado en una fuente anterior y una tradición oral de fe, donde Jesús realiza una serie de señales para "desocultar" su realidad y para que la gente crea en él; y el “evangelio de la gloria”, centrado en una revelación cerrada a sus discípulos, la preparación para la muerte, el pasaje doloroso por la Cruz y la Resurrección. Ambas secciones se distinguen por cómo usan un leitmotiv, siendo éste para la primera el ministerio del Nazareno, a quien “todavía no había llegado su hora”, y para la segunda, el momento de su glorificación, “la hora” de redimir al mundo a través de su pasión. 

Añadido después, el prólogo del Evangelio tiene un carácter distinto, semejante a un himno coral que delinea un Génesis fundamentado en el Logos, la palabra o proyecto de Dios, que tradujo lo numénico sagrado, trascendente puro e incognoscible, en una persona, el Cristo encarnado. “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”, modelo quintaesencial de los credos cristianos y empleado para la liturgia eucarística latina desde el Papa Pío V, en la misa tridentina, hasta el rito actual emanado del Concilio Vaticano II. 

Por su parte, el texto del Evangelio se basa en confesar la preexistencia de Jesús y en su identidad con el Padre. Por ello, todos los debates con los fariseos no versan sobre el “Sabbat” o la Ley mosaica, como ocurre en los evangelios sinópticos, sino acerca de una sugerida divinidad de Jesús identificado con la luz, la vida y el camino total. El Reino escatológico tiene menos importancia y adquiere relieve una verdad interior soteriológica que Jesús identifica consigo mismo. Israel pierde importancia en el texto, su sentido redentor autorreferencial o en tanto institución de lo auténticamente moral como pueblo historialmente específico, si bien mantiene una relevancia simbólica relacionada con los profetas, la fe verdadera y la fidelidad. Asimismso, no se emplea la palabra “apóstoles”, comprendidos en Marcos, Mateo y Lucas como la reinstauración de las doce tribus hebreas en esas figuras en torno al Mesías. Se habla solo de "discípulos" y emerge otro sentido más universal, de iglesia ético-católica, una crítica más abierta y dura a las autoridades judías y un empleo metafórico y dignificador constante de los samaritanos. Esto último hace plausible la hipótesis de Juan Mateos, jesuita y exegeta bíblico, quien sostiene que el texto bien pudo escribirse en Samaria. 

En otro aspecto, se ha especulado entre especialistas del Nuevo Testamento y el mundo antiguo sobre las posibles tendencias gnósticas minimalistas del evangelio de Juan. Si bien esto es posible y se liga a la factura general y muy singular del texto, por lo que conviene tomarlo en consideración, pienso sin embargo que hay objeciones de carácter insoslayable respecto a este punto de vista. 

El evangelio joánico es muy simple, tomando en cuenta su campo semántico sencillo y a veces reiterativo, con algunos elementos crípticos probablemente no satisfactoriamente resueltos. No obstante, es metafóricamente rico y sí tiene una relación de oposiciones en su narrativa que podría entenderse como gnóstica: oscuridad / luz, ignorancia / conocimiento, vida desde las genealogías del mundo / nacer de nuevo. Por ejemplo, Nicodemo va a Cristo en la noche, la ignorancia, para encontrarse con la verdad que lo espera; Judas, tras su traición, se pierde para siempre en esa noche. 

Empero, hay al menos un elemento que claramente no es gnóstico en el Evangelio de Juan o que, en todo caso, no calza con las doctrinas más comunes entre los grupos gnósticos. El texto insiste enfáticamente en la resurrección corporal de Jesús, quien afirma, post mortem y vuelto a la vida, no ser una aparición fantasmagórica, sino que se le puede tocar; incluso come con sus discípulos e invita a Tomás a palpar sus heridas. Esto es muy contrastante si se toma en cuenta que distintos grupos gnósticos oponen espíritu y materia, relegando el cuerpo a un estado de ilusión, falsedad o incluso a un principio malvado. La resurrección en sentido corporal carece de sentido para el gnosticismo, al menos para el más genérico. Resucitar podría verse como un "reaprisionar" al Logos en una cárcel. Por ello, muchos textos apócrifos de esta factura (por ejemplo, el evangelio de Judas) descartan o no contemplan el sentido redentor de la Pasión y la resurrección de los cuerpos, ponderando en su lugar la trascendencia hacia la luz espiritual por medio de un saber hermético o vía la “Gnosis”. 

Considero que el evangelio de Juan es una radicalización de la teología proto-ortodoxa, vetero y deutero paulina, de comunidades cristianas del primer siglo de nuestra era que fueron configurando paulatinamente la llamada Gran Iglesia. Doctrina cuya quintaesencia sería la divinidad de Jesús, en tanto una verdad nacida en los creyentes y un rol escato-soteriológico. Llega a proponer la eternidad de la persona que es el Logos crístico, noción que no se sugiere, al menos no de forma clara, en el epistolario auténtico y pseudo epigráfico de Pablo de Tarso, quien, no obstante, ya deificaba de forma poco sistemática, más bien homilística, a su Señor. 

Esta teología es claramente distinta del judeocristianismo o mesianismo de Jesús, con cierto remanente en el Evangelio de Marcos y basado en la redención de Israel, aunque abierto a los demás pueblos que podrían redimirse en torno a éste, por obra exclusiva de Dios y su mesías como soberano apocalíptico del Reino. También se distingue de aquellas mentalidades variadas que denominamos gnósticas, presentes siglos atrás en Oriente y reanimadas en el Mediterráneo. 


Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.


Canal de YouTube del autor: Asociación de Estudios Revolución y Serenidad


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Imagen de portada: Archibasílica de San Juan de Letrán, Roma; mosaico de la cúpula del ábside (detalle) / Flickr