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La idea de multiverso también tiene expresiones destacadas en la literatura; este pasaje de "Cien años de soledad" es un gran ejemplo de ello

Por estos días y a raíz del estreno de Dr. Strange en el multiverso de la locura (Sam Raimi, 2022), la cinta más reciente del Universo Cinematográfico de Marvel, la noción de “multiverso” o “universos paralelos” ha saltado a la cultura pop, un fenómeno que llama la atención en la medida en que dichos conceptos tienen su origen en planteamientos complejos de disciplinas como la física teórica y la astrofísica.

Con todo, si aun en su complejidad esas nociones se han colado a los cómics, el cine o las series, es porque posee un elevado potencial imaginativo. Aun sin tener conocimiento de la manera en que la ciencia los ha desarrollado, desde la propia imaginación es posible pensar en mundos paralelos o alternos a este en el que vivimos, realidades que difieren en apenas un elemento o en la mayoría de ellos, en respuesta a la siempre fértil pregunta: “¿qué pasaría sí…?”.

No por nada la filosofía y la literatura se pueden considerar los primeros campos en donde la noción de “multiverso” germinó. Por mencionar sólo dos ejemplos, Leibniz y Borges fueron dos autores que exploraron el concepto y sus alcances en sus obras.

Tal fue el caso también de Gabriel García Márquez, quien si bien no cultivó el tema del infinito como Borges, sí lo usó en uno de los pasajes más admirable de su obra cumbre, Cien años de soledad, sin duda un monumento a la imaginación y la fantasía realista. Como veremos a continuación, el fragmento juega con uno de los recursos más caros del repertorio literario borgesiano: los espejos convertidos en laberinto. Veamos:

Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual, hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real.

El pasaje destaca por su sencillez y también por un cierto aire de “pieza única” que lo rodea, como si se tratara de una de esas historias que antaño se contaban de generación en generación, como las de Las mil y una noches o las de ciertas tradiciones judías. Resalta también por la perfección de su factura. 

Pero destaca sobre todo por una sensación un tanto inédita de intranquilidad que puede dejar en el lector, al hacerle imaginar la posibilidad de estar perdido en una realidad que no es la propia pero que no es posible distinguir de una realidad alterna. 

¿Qué pasaría si estoy en un mundo que no es el mío pero al cual no tengo manera de identificar como propio?


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Imagen de portada: Luisa Rivera / Facebook