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Desde 2012, cada 18 de diciembre se celebra el Día Mundial de la Lengua Árabe

Recuerdo la primera clase, aunque no la duración. También recuerdo mi libro azul, cuyas páginas estaban organizadas «al revés», como se leen las mangas japonesas. El profesor, un poeta y lingüista iraquí exiliado, hablaba un español sobresaliente, que a veces (y cuando no encontraba equivalentes) mezclaba con inglés. "¿Por qué estás aquí?", me preguntó. "Porque quiero entender la lengua de mis ancestras", le respondí.

En aquella época, el primer nivel de árabe clásico en la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción (ENALLT) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sólo estaba disponible de madrugada. Yo, que siempre he vivido lejos de cualquier lugar y he sido floja, despertaba a las 05:00 a. m., caminaba al metro de la Ciudad de México y llegaba a las 06:00 a. m. a la estación UAM-I de la línea 8. Luego bajaba en la estación Copilco de la línea 3 y concluía mi recorrido en el salón, a las 07:00 a. m. Una curiosidad genuina me motivaba a estudiar un idioma que hasta ese momento me parecía ajeno.

En realidad, decidí estudiar árabe por dos razones. La primera, menos relevante y emocionante, es que los cursos de lenguas en mi alma máter estaban disponibles por un precio tan irrisorio que me parecía absurdo y hasta mezquino no aprovechar la oportunidad, aunque eso significara interrumpir mis sagrados hábitos del sueño. La segunda, mucho más interesante y emotiva, es que mi familia guarda un legado árabe que mis antepasadas poco hicieron por preservar y que nosotras, ahora, poco hemos hecho por rescatar.

La primera vez que supe que mi ascendencia está ligada a la herencia árabe fue a través de los relatos de mi madre. Ella nació y creció en una pequeña comunidad rural en Chihuahua, México. Ahí, su infancia y adolescencia transcurrieron como es lo usual: comía sandía en el verano infernal, escuchaba Chucho el Roto en la radio, leía Memín Pinguín y nadaba en la acequia frente a su casa.

Mi mamá solía contarme sus recuerdos de infancia cuando se iba la luz y prendía una vela para iluminarnos las caras. Ella me narró tantas veces estas historias que a veces sentía que era yo quien las había vivido. Sin embargo, un relato captó mi atención más que el resto de cuentos fantásticos y ordinarios: su abuelo tuvo cierta influencia política y recursos económicos en el pueblo y lo apodaron el Árabe.

Este relato que mi madre me contó más de paso que conscientemente me obsesionó. Mi apellido materno es muy común en el norte mexicano, no así en el resto del país. Incluso, quienes cargamos con la maldición de tener apellidos poco convencionales estamos muy habituadas a memorizarlo para deletrearlo. A lo largo de mi vida he sido «Álvarez» e incluso «Alvirdez», pero soy Alvídrez. El descubrimiento de este hecho provocó en mí una inquietud por mi nombre, por la cultura árabe y su relación con el pueblo judío y, sobre todo, por su lengua.

El alfabeto árabe está compuesto de veintiocho caracteres (o letras), que se escriben de derecha a izquierda. Todos ellos representan consonantes, mientras que existen diversos signos ortográficos y vocales. Las vocales son fatha - damma - y kasra ِ-. Estas siguen sonidos similares a lo que en español pronunciamos como «a», «u» e «i», respectivamente.

Además, en el árabe no existen las mayúsculas o minúsculas, y salvo excepciones, las letras se unen cuando las escribimos. En consecuencia, la característica más notable de esta lengua es que la mayoría de sus palabras se construyen a partir de una raíz, la cual se forma por tres consonantes. Es decir, de una sola palabra se derivan muchas más. Por ejemplo, صَرَعَ significa «derribar», pero si se añade la letra álif (ا) y el artículo al (ال) su sentido cambia y ahora es الصَارَعَ o «el luchador».

Más de 400 millones de personas hablan árabe alrededor del mundo en su forma clásica o dialectal y es el sexto idioma oficial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) junto al español, inglés, francés, ruso y chino. Por ello, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró en 2012 al 18 de diciembre como el Día Mundial de la Lengua Árabe debido a su trascendencia en el conocimiento y la difusión de las ciencias y filosofías griegas y romanas en la Europa del Renacimiento. Asimismo la lengua árabe ha permitido el diálogo de culturas a lo largo de la historia humana, por lo que este año el tema seleccionado para elogiarla es "Lengua árabe, un puente entre civilizaciones".

Sin embargo, este idioma tan maravilloso generalmente es asociado con los prejuicios sobre los pueblos que habitan lo que llamamos «el mundo árabe». Tal parece que en Occidente nos es imposible entender la diversidad lingüística, política, gastronómica y espiritual de las hablantes de esta lengua sin aglutinarlas en una parcela que le asigna características negativas e invisibiliza la riqueza cultural de una región intercontinental, vasta y compleja. El espectro desde el que juzgamos a las habitantes de esta región se mueve entre el terror y la ignorancia, resultado de la narrativa que el Norte Global ha impuesto al justificar sus invasiones como rescates, siendo "el lobo de la ocupación vestido con el vellón del cordero de la liberación". 

La imposición de dichas descripciones no es inocente, como casi todos los relatos del tipo nosotros/otros. La historia moderna de los pueblos árabes confirma esto, pues ha estado definida por su resistencia frente a la conquista del Imperio otomano, las potencias imperiales europeas, la URSS y la intervención de Estados Unidos en las últimas décadas. Esta historia ha perpetuado la subordinación simbólica y política de las hablantes de la lengua árabe a narrativas ajenas, que confunden deliberadamente ideas que no siempre significan lo mismo. Por ejemplo, musulmán como sinónimo de árabe o islam como antónimo de judaísmo. 

Por lo anterior, es importante pensar en la lengua árabe como el medio en que millones de personas entienden, sienten y nombran la realidad. Es importante celebrar esta lengua visibilizando las experiencias de quienes hoy padecen la estigmatización de una región convulsa, interpretada desde el miedo, configurada por las economías más poderosas y que poco hemos hecho por deconstruir. 

Siento a la lengua árabe como el vínculo histórico y emocional que me une a mis antepasadas, a pesar de no tener certeza de si este fue el idioma que ellas pronunciaron. No obstante la incertidumbre, existen hábitos familiares que no dejan lugar a las dudas. Nuestro empeño por comer con las manos, la nariz descomunal con la que respiramos y el montón de canas prematuras son ocasión de burla para nosotras e indicio indiscutible de nuestro linaje.

Sin embargo, las costumbres no lo son todo. Mi disciplina para estudiar y hablar este idioma es por demás terrible. He acumulado cientos de libros físicos y digitales, podcasts, listas de verbos, diccionarios, tarjetas de vocabulario, y recientemente completé un curso en línea que inicié durante la pandemia. Pero aun con mi rampante desidia, mi fascinación por la música, la poesía, y la arquitectura árabe me impulsa a continuar explorando entre las pilas de notas y cuadernos arrumbados en mis libreros.

Las aprendices de árabe (como de cualquier otra lengua) sabemos que este es un camino que se recorre con mucha paciencia, frustración y cariño por un sistema lingüístico que es tan distinto, pero al mismo tiempo tan cercano a nuestra cotidianidad. El español ha pedido en préstamo múltiples vocablos árabes, conocidos como arabismos. "Albañil", "ajedrez", "algodón" y "álgebra" son algunos ejemplos de los muchos, muchísimos que existen.

Tal vez Alvídrez es un arabismo, o tal vez no. Si algún día reconstruyo el pasado de mi tribu y descubro que no tenemos nada en común con Fátima Al-Fihri, Joumana Haddad o Shakira, seguiré definiendo mi identidad desde lo árabe. Porque la identidad también se construye, se abraza y se defiende, tal como hizo Agar al proteger a Ismael del desprecio de Abraham. Tal como hacen las hablantes de esta lengua extraordinaria que hoy celebro y adopto como materna. 

 

Referencias

Rogan, E. (2009). The Arabs: A History. Estados Unidos: Basic Books.

Ziadeh, F. J., y Winder, B. R. (1958). An Introduction to Modern Arabic (2nd ed.). Estados Unidos: Princeton University Press.

World Arabic Language Day. UNESCO (2021).


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Imagen de portada: Raimond Klavins / Unsplash