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Qué fascinante es ese momento donde estamos medio dormidas, medio despiertas. Qué peculiar ese momento donde, sin conciencia, nos salimos de nosotras mismas.

Solía compartir pieza con mi hermana chica. Fue ella la primera persona que escuché hablar dormida, seguro que a ella le pasó lo mismo conmigo. Las dos somos durmientes parlanchinas. ¿Por qué hablamos mientras dormimos? Una vez le pregunté a mi sicóloga y me dijo que era la cabeza la que no se apagaba. Cuando soñamos, los músculos, la boca, las cuerdas vocales se encuentran inactivas, pero en la somniloquia estos se activan y trabajan para enunciar las palabras de los sueños. 

Y aunque al dormir nuestro cuerpo descansa, no dejamos de escuchar ni sentir olores y mucho menos se apaga el tacto. Por algo no es raro soñar que volamos: los pies no tocan el suelo, el cuerpo está horizontal (es casi una ecuación sensorial). 

Sin embargo, hay una diferencia importante entre el yo sintiente dormido y el yo sintiente despierto. Según Henri Bergson, el yo de los sueños es un yo relajado, que con delicadeza escoge entre las miles de sensaciones que le llegan y las ajusta de acuerdo a sus recuerdos, deseos e impresiones del día. Un contraste que podría sonar similar al poema Reposar, de Silvia Goldam:

el nombre no es mío es de ella en el fondo de su pie se agita el afuera y la familia que ella es dentro del aire oloroso piedra con piedra en la claridad del nosotros es pozo que toca su pérdida es niña que pasa en rincón que no sale es mujer que gana por herida es aire blandiendo lo sentido lo que no gravita es la cena es los hechos es el dedo que pone su mañana es la espalda en que ella corre es lo que la tumba. Juntar los cuerpos con lo grave. Reposar. 

Justo antes de rendirnos al sueño lo que nos rodea se disuelve, como si de pronto nos empapara una materialidad líquida. En su Breve disertación sobre el final, Anne Carson se pregunta por la diferencia entre la luz y la iluminación, y responde con un cuadro de Rembrandt:

Es una imagen de la tierra, del cielo y del Calvario. Cae un momento sobre ellos como lluvia, la placa se oscurece. Se oscurece. Rembrandt te despierta justo a tiempo para ver cómo la materia se tambalea hasta perder la forma.

“La materia se tambalea hasta perder la forma”, eso es justo lo que sucede antes de dormir. Luego, cuando ya caminamos por los sueños, podemos imaginarlo como el poema 17 en Árbol de Diana, de Alejandra Pizarnik:

Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por eso días sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta, se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y mis numerosos funerales. 

En sus memorias Luis Buñuel dice que si tuviera que elegir, preferiría pasar su vida durmiendo, porque las imágenes de los sueños lo fascinan. Se trata del placer de soñar. Es increíble imaginar (casi asusta) que cada noche millones y millones de imágenes aparecen en nuestras mentes cuando dormimos y que éstas se disuelven al despertar, dejando la tierra poblada de sueños perdidos. ¿Y cuántas palabras quedarán sin escuchar? Imposible llevar la cuenta. 


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Imagen de portada: The Public Domain Review