Estas son algunas de las imágenes que retratan las protestas derivadas del homicidio de George Floyd, un hombre afroamericano detenido por la policía el 25 de mayo en Powderhorn, un vecindario de Minneapolis, Minnesota, en Estados Unidos.
Luego de ser acusado en una tienda de carnes frías y salchichonería de intentar pagar con un billete falso de veinte dólares, Floyd fue arrestado por cuatro oficiales de la policía local, uno de los cuales, Derek Chauvin, lo sometió colocándole la rodilla sobre el cuello, esto a pesar de que Floyd no se había resistido al arresto, se encontraba ya esposado y él mismo se había tumbado al suelo. Con esa maniobra, Chauvin asfixió a Floyd hasta provocarle la muerte, sin mostrar ningún atisbo de compasión hacia el hombre, quien clamó en momentos sucesivos por aire y por su vida.
En respuesta a este homicidio –uno más que se suma a la triste y lamentable serie de abusos policiales contra la población afroamericana en Estados Unidos– miles de personas salieron a las calles de Minneapolis, primero, y de varias otras ciudades importantes del país después (Los Ángeles y Nueva York, entre otras). Asimismo, este fin de semana ocurrieron algunas manifestaciones de apoyo en otros lugares del mundo.
En particular en Estados Unidos, las protestas han sido cada vez más intensas. Ya desde el 26 de mayo, una estación de policía en Minneapolis y un par de tiendas fueron incendiadas por la noche, además de que otros comercios igualmente fueron dañados. El día de ayer, domingo 31 de mayo, hubo manifestaciones afuera de la Casa Blanca, en Washington, que despertaron la alarma de sus residentes, al grado de que las luces del interior fueron apagadas (un hecho profundamente simbólico).
Por el momento no es sencillo predecir el desenlace que tendrán estos acontecimientos. Donald Trump, presidente de Estados Unidos, ha reaccionado con virulencia a las manifestaciones, amenazando con clasificar a algunas de las organizaciones que protestan como grupos terroristas (notablemente al movimiento antifascista). Con esa postura, no parece haber ninguna disposición para negociar o conciliar, ni tampoco para encarar el conflicto.
Este es sin duda un capítulo más en la historia del racismo en Estados Unidos, ¿pero será el último?
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