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Nuestra atención determina el tipo de objeto que experimentamos y la calidad o intensidad de la experiencia

La atención, la capacidad de dirigir la mente y mantenerla sobre un objeto, es quizá la facultad más importante que tiene el ser humano para determinar la cualidad de su experiencia en el mundo. La atención es la luz con la que el ser humano ilumina su mundo, el cual es fundamentalmente un fenómeno en la conciencia. El mundo que se nos presenta depende de nuestra atención. El psicólogo y filósofo William James escribió: "Mi experiencia es aquello a lo que decido poner atención. Sólo aquellas cosas que noto moldean mi mente. Sin interés selectivo, mi experiencia es un caos total". De manera similar, pero con un énfasis en la cualidad de la atención –proporcional a la realidad que se revela–, la filósofa francesa Simone Weil escribió: "La atención es lo que aprehende la realidad, de tal forma que entre mayor es la atención de parte de la mente, mayor es la manifestación del ser del objeto". Ambos pensadores reflexionaron sobre la naturaleza de la atención y coincidieron en que el cultivo de la atención era la base, la materia prima, de la educación, la cual podemos describir, en el sentido platónico, como una forma de hacer que se revele y exprese la esencia del ser (si es que existe tal cosa como una esencia) o que se desarrolle dicho ser en plenitud. 

Hoy en día vemos que la discusión de la atención cobra mayor relevancia, especialmente a la luz de ciertas patologías que han sido asociadas con ciertos problemas de la modernidad (aunque no queda claro si son resultado de la modernidad tecnológica o simplemente ahora les ponemos atención). Hablamos de un déficit de atención, incluso de una epidemia de la pérdida de la atención. Las comparaciones son odiosas, pero lo que es indudable es que la atención es importante y cada vez la existencia humana está más llena de estímulos que compiten por ella. Sabemos hoy en día, por una mezcla entre la ciencia cognitiva y las disciplinas contemplativas, que la atención puede entrenarse y que nuestra capacidad de dirigir nuestra atención y alcanzar estados de concentración y fluidez cognitiva es parte importante del bienestar de una persona. Con esto en mira, intentemos abordar el tema de la atención en toda su extensión, teórica y práctica, algo que no agotaremos en este artículo pero a lo cual regresaremos una y otra vez.

De entrada, debemos notar dos aspectos que son esenciales en el movimiento de la atención: 1) a qué le ponemos atención (la facultad discriminativa, la curaduría del interés) y 2) cómo es la atención que le dedicamos al objeto (la cualidad o intensidad de nuestra mente al poner atención). Ambos aspectos son esenciales y dependen uno del otro. No podemos cultivar una cierta intensidad "luminosa" de la atención si no sometemos nuestra atención a un askésis, es decir, un ejercicio de purificación, que suele tener que ver primero con la simple intención de observar la mente y dirigir la luz de la atención hacia un objeto. No dejamos la atención a la deriva, pues en el curso del tiempo hemos cultivado seguramente patrones habituales que hacen que nuestra mente sea "capturada" con facilidad por procesos de pensamiento u objetos externos que conducen a estados de aflicción. Existe una forma de atención espontánea, no conceptual, que quizá sea la más alta forma de atención, pero salvo casos raros, esta forma de atención es el resultado de la purificación y el entrenamiento de la atención. Aunque puede que sea una condición "natural", antes debemos hacer mucho trabajo de limpieza para que reluzca la mente natural.

Ahora, con respecto al segundo aspecto, si en nuestra mente no se enciende el deseo de contemplar el objeto, un deseo que se parece al amor o a la fe, difícilmente podremos mantener de manera consistente la atención. Debe haber algo en nosotros que nos hace regresar al objeto una y otra vez. No es meramente la "voluntad", no es algo que podamos forzar. Simone Weil habla de una gracia, más que de una gravedad; es algo que no viene de nuestra mente consciente, que refulge desde afuera o desde un adentro más hondo, pero que sólo puede aparecer en su luminosidad si estamos abiertos, vacíos, disponibles al encuentro. La atención que logra la perfecta concentración requiere de relajación; obtiene su energía de recolección (de seguir regresando la mente al objeto) de algo que se mueve por su propia cuenta, como un viento. La mente encuentra un espacio en el cual no tiene que hacer esfuerzo y, sin embargo, hay un enorme dinamismo en ese espacio. Valentin Tomberg escribió sobre esta concentración sin esfuerzo, la cual consideró la base del conocimiento místico, la esencia tanto del yoga como de la práctica contemplativa cristiana:

La concentración sin esfuerzo –es decir, ese lugar en el que no hay nada que suprimir y en donde la contemplación se vuelve tan natural como la respiración y el latido del corazón– es el estado de conciencia (i. e., pensamiento, imaginación, sensación y voluntad) de calma perfecta, acompañada de la completa relajación de los nervios y los músculos del cuerpo. Es el profundo silencio de los deseos, las preocupaciones, de la imaginación, de la memoria y el pensamiento discursivo. Uno podría decir que todo el ser se vuelve como la superficie quieta del agua, reflejando la inmensa presencia del cielo estrellado y su armonía inefable

Pero para alcanzar esa serenidad, debe haber un movimiento enérgico de nuestra propia conciencia, un ardor, aunque sea justamente dirigido hacia la calma y hacia el silencio. Nuestra mente debe sentir el asombro de esa energía que se mueve por sí misma, que parece hacer las cosas sola, sin que sea necesario intervenir. Esta energía se presenta como un viento o como el "espíritu" mismo, "que sopla por donde quiere". La manera de alcanzar esta calma, esta concentración sin esfuerzo, que es la fuente de un inmenso poder, suele decirse, es observando la respiración y sintiendo el deleite del aire que entra y sale. Pues el aliento es misteriosamente la vida y a la vez la conciencia. La manera en la que la atención se ha entrenado tradicionalmente, la vía regia, es a través de la observación del aliento. En un sentido literal, la espiritualidad es la disciplina del espíritu, es decir del aire, de la respiración. La espiritualidad requiere de la concentración de la mente, a través del ascetismo de la atención, y el modo esencial para hacer esto es a través de la investigación del aliento, en toda su sutileza.

 

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