*

William James, uno de los grandes pioneros de la psicología, sobre la atención, la facultad mental por excelencia

Mucho hemos hablado aquí sobre la importancia de la facultad de poner atención, particularmente en la época en que la economía digital se ha convertido en una economía de la atención, donde cada momento de atención de los usuarios es monetizado. La economía actual corre con la gasolina de la atención que los usuarios proveen -un recurso finito, por cierto, y así vivimos una epidemia de desatención o un "trastorno de déficit de atención o hiperactividad"-. Personas como el maestro de meditación budista Alan Wallace o el neurocientífico Richie Davidson, han hecho énfasis en la importancia del cultivo de la atención, no sólo para la cognición sino para la felicidad o la eudaimonía; el maestro tibetano Dzongsar Khyentse Rinpoche incluso ha sugerido que la distracción es el equivalente al concepto del mal o del pecado -si lo hubiere en el budismo-, la causa fundamental del sufrimiento. Por su parte, la filósofa, activista y mística francesa Simone Weil, ha escrito de la manera más lírica y apasionada sobre la atención, aquello que hace que brote la luz de las cosas. Pero el gran referente en lo que se refiere al estudio de la atención, al menos para el pensamiento occidental, es el psicólogo William James.

En su monumental obra The Principles of Psychology, James escribe que la atención es la gran olvidada de los psicólogos empiristas ingleses. Algo que parece tener que ver con que, bien entendida, la atención atenta contra su narrativa, que sostiene que las funciones más altas de la mente son productos meramente de la experiencia "y se supone que la experiencia es algo simplemente dado" (255). La atención, dice James, rompe con este ciclo de pasividad. James demuestra que esta noción de que la experiencia emerge sin más de "la mera presencia a los sentidos de un orden externo" es errónea, pues la atención activamente participa en la generación de la experiencia. De hecho, es difícil hablar de experiencia sin atención. La mente no sólo es un espejo; es una mirada que se interesa, que excava, cuestiona y revela una realidad dependiente. Dice James:

Millones de cosas de orden externo se presentan a mis sentidos, pero nunca realmente entran a mi experiencia ¿Por qué? Porque no generan mi interés. Mi experiencia es aquello a lo que decido poner atención. Sólo aquellas cosas que noto moldean mi mente -sin interés selectivo, mi experiencia es un caos total-. Sólo el interés acentúa y enfatiza, luz y sombra, fondo y figura -perspectiva inteligible, en una palabra-. Varía en toda criatura, pero sin ella, la conciencia de todas las criaturas sería una masa gris caótica e indiscriminada, imposible de concebir... El interés en sí mismo, aunque su génesis es sin duda perfectamente natural, hace a la experiencia mucho más de lo que ésta lo hace a él.

Tenemos aquí lo que puede considerarse una definición muy simple de lo real: aquello a lo que le ponemos atención. No es que la atención cree la realidad, sino que, al dirigirse hacia algo y por lo tanto excluir lo demás, limita o define la realidad. Por otro lado, una atención capaz de sostenerse voluntariamente por mucho tiempo, de alguna manera sí estaría creando un rango de experiencia particular. Es por ello que la atención es tan importante en la meditación y en la oración; en cierto sentido, le otorga definición, nitidez e intensidad al objeto al que se dirige. Como ha escrito Henry Corbin en su estudio del místico sufí Ibn Arabi, hay una oración creativa, que cocrea la divinidad de su objeto.

James escribe que los genios generalmente tienen en común el hecho de que exceden a la mayoría de las personas en su "poder de atención sostenida". Sin embargo, James pone en duda si es la atención la que los hace geniales o es su propia genialidad la que les permite poner atención en algo sin distraerse. De cualquier manera:

Ya sea que la atención venga de la gracia del genio o por la fuerza de la voluntad, entre más tiempo uno le dedique su atención a un tema, más maestría conseguirá. Y la facultad de voluntariamente traer de regreso una atención errante, una y otra vez, es la verdadera raíz del juicio, el carácter y la voluntad. Nadie es compos sui si no la tiene. Una educación que pudiera mejorar esta facultad sería la educación por excelencia. Pero es más fácil de definir el ideal que dar direcciones prácticas para lograrlo.

James aquí expresa el deseo de una educación de la atención, aunque no está seguro de que sea algo factible o, al menos, no sabe por dónde empezar. No obstante, señala que una persona no está completa, no es maestro de sí mismo, sin esta facultad, lo cual dejaría a muchas personas en un estado deplorable. Sin embargo, hoy en día sabemos, gracias en parte a las técnicas contemplativas provenientes de Asia que están siendo estudiadas por la ciencia, que la atención sí puede cultivarse, aunque obviamente hay personas que por naturaleza tienen una capacidad mayor. Es importante mencionar que James no sólo habla de la atención como una herramienta cognitiva; para él es la base también de la moralidad y de la integridad de las personas. El individuo distraído difícilmente podrá tener control de sus impulsos y emociones y acabará siendo víctima de malos hábitos. Por una parte, la atención parece hablarnos de la voluntad, pero más aún, como el mismo James sugiere (y como, sobre todo, lo hace Simone Weil), nos habla de una capacidad de asombro, de interesarse por algo genuinamente, un estar despierto a la vida (lo cual nos recuerda el término sánscrito budh, raíz de la palabra buddha, que significa vigilar, poner atención, estar despierto). Weil va más allá y señala que la atención más alta va siempre acompañada del amor y es una forma de oración.

 

Twitter del autor: @alepholo