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Hay un candidato muy obvio

Una de las frases más citadas de Marx es "la religión es el opio del pueblo". En realidad, la frase dice así:

La religión es el suspiro de la criatura oprimida, es el corazón de un mundo descorazonado, y el alma de unas condiciones desalmadas. Es el opio del pueblo.

Esto nos hace ver que el pensamiento de Marx es más complejo, sin quitar que Marx fuera un pensador ateo que obviamente no tenía una opinión demasiado alta de la religión. Paradójicamente el marxismo, al ser aplicado, encarnó lo peor de la religión, sin proveer un alivio verdadero para la "criatura oprimida". 

De cualquier manera, la frase se ha convertido en un lugar común para referirse a algo que mantiene a las masas en un estado de aletargamiento, y con el tiempo, y con la secularidad, ciertamente han surgido nuevos opios, opios que controlan y adormecen y ni siquiera suelen ofrecer el alivio y el sentido que se encuentra en la religión y, menos aún, la belleza.

Un artículo recién publicado en la BBC sugiere que los smartphones son el nuevo opio del pueblo. Esta aseveración es difícil de discutir, especialmente cuando uno va caminando por una ciudad en cualquier parte del mundo y se detiene a observar a las otras personas que caminan por la calle.

El artículo de la BBC observa que hoy en día la tecnología digital genera fervor en las personas, les sirve para congregarse  y captura su atención como nada antes en la historia. Algunos autores hablan de la "religión de la tecnología", una religión antihumanista. Y esta "religión" o remedo de religión tiene como su sacerdote al smartphone; se trata de la religión del medio, de la mediatización. Marx vio claramente que la economía sería lo que controlaría y gobernaría la realidad humana, algo que no necesariamente era cierto en el hombre, sino que es justamente la característica de la modernidad capitalista. Y hoy en día la economía es una economía digital, una economía que está basada en la atención humana. Para tener a las personas consumiendo y a la vez produciendo datos, es necesaria una especie de "opio", y esta "droga" digital es el entretenimiento y los estímulos que le son programados a estos aparatos y a sus aplicaciones. 

Lo que tenemos se parece a una religión, pero a una religión nihilista, en la que los devotos canjean su atención y fervor ya no por un mundo trascendente o una relación de amor con algo infinito sino por un poco de entretenimiento, algo para "matar el rato", algo que los haga olvida el sinsentido de la existencia, "manteniéndose conectados". Los smartphones se han convertido en los juegos distractorios que profetizó Nietzsche, los juegos que mantendrían ocupados a los "últimos hombres", la cortina de humo que tapa el abismo de "la muerte de Dios".