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Los perros evolucionaron para mirar tiernamente y hacerse querer por los humanos

Ciencia

Por: Jimena O. - 06/20/2019

En el marco de la evolución, nada es dejado al azar

Cuando se estudia la historia de la evolución, no puede dejar de pensarse que nada en el desarrollo de la vida es fruto del azar. Por el contrario, aun aquello que creemos más fortuito, más caprichoso, sigue alguna de las reglas de la vida.

Tal es el caso del rasgo del que ahora nos ocupamos. Quienes hayan tenido contacto con los perros (y, más aún, quienes los quieran y convivan cotidianamente con uno), sabrán que hay momentos en que este compañero secular del ser humano es capaz de hacer una mirada que fácilmente es posible interpretar como “tierna”. Si los animales tienen o no sentimientos como los seres humanos, es difícil decirlo, pero cuando se mira a un perro ver a una persona con esos ojos, sin duda incluso el polemista más escéptico es capaz de dudar.

¿Cómo es esa mirada? Los ojos de los perros se caracterizan por mostrarse un poco más grandes de lo habitual; la parte blanca de su ojo es más visible y con ello logran un efecto especialmente expresivo. En dichas circunstancias, es sumamente común que la persona con quien se encuentre se “apiade” del animal y lo acaricie o le ofrezca algún otro tipo de recompensa.

Pues bien, todo parece indicar que este rasgo no es casual. De acuerdo con un par de investigaciones dirigidas por Juliane Kaminski, adscrita al Departamento de Psicología de la Universidad de Portsmouth, los perros evolucionaron para desarrollar ese rasgo en particular y convertirlo en una ventaja de supervivencia. 

En el marco de la convivencia con los seres humanos y de la relación de dependencia o de comodidad que se estableció con nuestra especie, los perros desarrollaron paulatinamente ese llamado a la ternura o la compasión humanas para obtener mayores probabilidades de ser acogidos.

Para apoyar esta hipótesis, en un primer momento el grupo de investigadores a cargo de Kaminski examinó videos de perros relacionándose con personas desconocidas en un refugio de adopción. Su observación atenta encontró que de todos los gestos realizados por el perro, el único que parecía decisivo para concretar la adopción era un movimiento sutil a la altura de las cejas, las cuales elevaban al tiempo que dirigían sus ojos hacia arriba, para ver directamente a la persona que tenían en frente. La mirada por antonomasia de un cachorro.

Al observar la recurrencia de este gesto, Kaminski y sus colegas profundizaron sobre la cuestión y compararon la estructura muscular de cuatro lobos y de seis perros de igual número de razas diferentes. En dicho análisis encontraron que cinco de los seis perros examinados tienen un músculo que los lobos no, justo encima de sus ojos y cerca de la cara interna de la nariz, llamado levator anguli oculi medialis (LAOM, en el diagrama adjunto), el cual permite el movimiento descrito anteriormente. 

La única raza que carece de este músculo es el husky siberiano; esta raza es mucho más cercana evocativamente a su ancestro salvaje y por ello mismo, aunque parece una excepción, en realidad es un caso que sustenta la hipótesis de Kaminski.

Sería interesante saber si los perros usan este recurso conscientemente o si sólo están dominados por su instinto de supervivencia. En todo caso, se trata de un descubrimiento interesante que muestra hasta qué punto la vida se desarrolla bajo las reglas de su propia perfección.

 

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