La Escuela Tàber, situada en Barcelona, decidió expurgar cerca del 30% del fondo de su biblioteca consagrada al uso infantil, lo cual significó el retiro de estantes de cerca de 200 títulos que ya no podrán ser consultados por los niños del colegio. Dicha acción se realizó so pretexto de que los libros en cuestión reproducen patrones sexistas, no están escritos con una perspectiva de género y atentan contra la formación de la igualdad entre hombres y mujeres.
La decisión de la escuela se hizo notar porque entre los libros suprimidos del catálogo se encuentra Caperucita roja, sin duda uno de los cuentos infantiles más conocidos en todo el mundo, en buena medida gracias a la exportación de la cultura europea que se realizó al hilo de la colonización y las políticas imperialistas de la época moderna.
Caperucita roja sufrió la criba de los bibliotecarios debido a que reproduce el estereotipo de la mujer débil o temerosa que necesita ser rescatada por un hombre. Bajo el mismo criterio, otros títulos igualmente célebres como La cenicienta o la La leyenda de Sant Jordi tuvieron la misma suerte.
Además de dicho estereotipo, el comité que analizó los títulos también puso atención a la forma en que en los textos se retrataba a los hombres, a partir de lo cual se decidió retirar libros en donde se reprodujera la idea de una masculinidad asociada a valores como la valentía y la competitividad, según declaró al diario El País Anna Tutzó, una de las madres participantes en la purga.
Si esta acción es o no acertada es una cuestión que, sin duda, resulta difícil dilucidar. Por un lado podría pensarse que para generar un cambio en la sociedad es necesario, lógicamente, modificar las bases en las que se funda la educación, pero habrá quienes duden de que una censura de este tipo contribuya eficazmente a dicho objetivo.
Por lo demás, valdría la pena considerar que al menos por lo que toca a historias como la de Caperucita roja o La cenicienta, las circunstancias históricas en las que surgieron fueron totalmente distintas a las actuales, por lo cual sirvieron también a otros propósitos. Como ha explicado el investigador Robert Darnton, es posible que en su origen el cuento de Caperucita roja haya sido una suerte de fábula para enseñar a los niños los peligros del hambre y los bosques, y al parecer también sirvió para las niñas como una iniciación a la realidad de la menstruación.
Si nuestra época ya no es capaz de entender así las historias es, claramente, porque las circunstancias han cambiado, pero también por ignorancia respecto del pasado y el devenir de la cultura.
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Ilustración de portada: Grabado de Gustave Doré para una edición ilustrada de Les Contes de Perrault (1862)