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Construyendo con luz: la gloriosa visión de Suger, la mente detrás de la arquitectura gótica

Arte

Por: Luis Alberto Hara - 03/28/2019

Sobre Suger de Saint-Denis, el abad visionario que infundió a la arquitectura una cualidad anagógica

 Lux est pulcherrimum et delectabilissimum et optimum inter corporalia 

(La luz es la más bella, la más deliciosa y la mejor entre las cosas físicas).

Buenaventura 

 

Sin duda, la arquitectura gótica es uno de los más espléndidos picos en la historia del arte y la religión. La creación de la estructura para acomodar los vitrales o "ventanas anagógicas" a través de las cuales la luz inunda el recinto como si se tratara de los rayos de la jerarquía celestial, marca uno de los grandes momentos en la historia del espíritu. Y esta "luz gótica" fue obra en gran medida del abad Suger de Saint-Denis, quien plasmó su visión teológica primero en la reconstrucción de la basílica de Saint-Denis entre 1140 y 1144. Este fue el nacimiento del estilo gótico, pues a partir de su obra maestra se construyeron 80 catedrales góticas de 1180 a 1270. Sobre Suger, Umberto Eco dijo: "Era el prototipo de un hombre de buen gusto". Un hombre refinado, "devoto del arte del siglo XII" pero devoto sobre todo de la teología de la luz de Dionisio Aeropagita, el padre de la teología mística cristiana. 

Se ha especulado que Suger equivocadamente creía que Dionisio, también conocido como Denis, era el santo patrono de Saint-Denis. De cualquier manera, el académico Erwin Panofksy ha demostrado que la influencia de la teología de Dionisio, quien veía al cosmos como un gran evento litúrgico y para quien toda la creación era una teofanía sagrada, fue fundamental en la visión ornamental de Suger. (Es cierto que algunos académicos disputan la afirmación de Panofsky y también es cierto que el estilo de toda una época no es creado por un solo hombre -y fue importante también la influencia de los arabescos islámicos-, pero es indudable que Suger fue instrumental, que conocía la obra de Dionisio y que él mismo da pistas de esta influencia). Suger, probablemente tomando de la visión platónica de Dionisio, entendió que la belleza, particularmente la cualidad de esplendor (claritas) en lo bello, era una mediación entre el mundo divino y el mundo terrestre, incluso una especie de escalera entre lo finito y lo infinito. La materia, en su visión, debía ser ordenada para reflejar la luz prístina de la divinidad y al hacerlo, elevar el alma de los contemplativos que oran o celebran los sacramentos. Para hacer esto, Suger combinó elementos estructurales como los arcos de la arquitectura burgundia y las bóvedas de crucería normandas con sus propias innovaciones, como los contrafuertes volados que servían de soporte de la bóveda de hemiciclo. Suger también introdujo arcos de ojiva para redirigir las líneas de estrés hacia los pisos. Como dice un académico: "la luz se convierte en el principal 'material de construcción', se trata de hacer transparente el recinto para que 'lo espiritual sea incorporado en la luz' y el Dios inmaterial, puro espíritu, se haga visible".

En las "ventanas anagógicas" Suger plasmó una visión de la Jerusalén celestial adornada de piedras preciosas -que pueden ser vistas también como rayos cristalizados-. Para hacer esto utilizó los famosos vidrios azules, "saphirorum materia", material que quería imitar el zafiro (que era material seráfico). Se usaron nueve piedras preciosas, incluyendo jaspe, topacio, ónix, berilio, carbunclo, zafiro y esmeralda, imitando a la jerarquía celestial de Dionisio Aeropagita.

Para la teología cristiana medieval, como para la filosofía neoplatónica de la cual obtuvo muchas de sus herramientas filosóficas, la belleza (pulchrum) era uno de los tres trascendentales, y como tal era una fuerza que transportaba, a través de la percepción, hacia una dimensión trascendente, la fuente de la vida. Se trataba de efectuar un reditus, o una epistrophe, un regreso beatifico hacia el Uno o hacia el estado de armonía e integración en el cual era posible contemplar para siempre la belleza eterna de la deidad. En De consecratione, el abad Suger escribió: "El poder admirable de una única y suprema razón iguala a través de la composición justa la disparidad entre las cosas humanas y las divinas; y lo que parece entrar en conflicto por inferioridad de origen y contrariedad es conjuntado por la deliciosa y unitaria concordancia de una superior armonía bien temperada".

Las catedrales góticas son, sin duda, algunas de las obras arquitectónicas más sublimes jamás creadas por el hombre. Y lo son porque Suger logró materializar su visión espiritual. Luego algunos autores esotéricos como Fulcanelli incluso llegarían a hablar de una especie de alquimia plasmada en las catedrales, especialmente en sus vidrios anagógicos. Lo que este abad hizo fue crear un espacio cuidadosamente ordenado y ornamentado -gozando de la opulencia de los reyes de Francia- para operar una transformación espiritual, usando la belleza como un agente de purificación, iluminación y unión para el ascenso místico. Gloria a Suger y gloria a luz, que es, según Dionisio, un nombre divino. 

 

Con información de The Metaphysics of Light, de Felipe de Azevedo Ramos