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Un urgente pero optimista llamado a transformar el mundo que muestra lo que se está haciendo en diferentes partes; una película que inspira y ayuda a recargar energía para lo que falta.

La historia de la exhibición de Mañana empieza con nueve personas en una sala en París en diciembre del año pasado. La publicidad de boca en boca hizo que en febrero llegara a 700 mil espectadores, y después de 18 semanas en cartelera en Francia rebasó el millón, un verdadero hito para una película del género documental. Son contados los casos similares. Viene a la mente Fahrenheit 9/11, el batazo de Michael Moore que multiplicó las salas de exhibición después de su discreto estreno inicial, con un mensaje severamente crítico al gobierno de George W. Bush. Pero en ese caso hablamos del mercado más grande del mundo: el estadounidense. Mañana lo hizo sólo en Francia. Aún no se estrena en Estados Unidos.

Para contestar a la pregunta de cómo pudo suceder eso es necesario ver el documental, pues lo deja muy claro, y creo que se puede resumir en dos factores: la inminencia del tema general, con sus múltiples ángulos y soluciones, y cómo está contado. Cuando llegan los créditos finales, después de haber visto una película en la que constantemente se habla de los problemas más serios que afronta la humanidad, sorpresivamente el espectador sale de la sala con un sentimiento más bien optimista, pero urgente. Y lo primero que viene a la mente para lograr un cambio colectivo es recomendarla para de ahí partir.

Pensar que una película o cualquier obra de arte puede cambiar el mundo sería una ilusión. Las sociedades se dictan por fuerzas que van más allá de cualquier obra individual, son partidas de ajedrez avanzadas en las que los movimientos posibles están muy limitados. No puedo decir que Mañana sea la excepción, sin embargo creo que tiene tanto empuje porque pone de manifiesto los miedos de millones de personas, expresa lo que a tantos de nosotros nos preocupa, más aún si tienes hijos. Las décadas que vienen serán sin lugar a dudas tormentosas, y sólo si el mundo se organiza en la misma sintonía las cosas pueden empezar a mejorar. Lo que Mañana deja en claro es que hay soluciones que ya se están poniendo en práctica.

Trataré de sintetizar los temas, que por complejos, aun después de ver la película, son difíciles de abordar en breve. La economía, por ejemplo, que en la película hace hincapié en monedas locales, es de lo más abstracto. ¿Cómo se crea el dinero que usamos todos los días?, es una de las preguntas, y hay miles de localidades que tienen billetes propios, que sólo se pueden gastar ahí: no pueden salir a guardarse en las arcas de una compañía transnacional. El billete de 21 libras en Totnes, una comunidad de transición en Gran Bretaña, o el de Brixton que porta a David Bowie en vez de a la reina son economías complementarias, no alternativas.

Los otros cuatro temas son agricultura, energía, política y educación. Van de huertos urbanos en Detroit a ciclopistas en Copenhague y a comarcas en la India en donde los servidores públicos locales han logrado cambios considerables para su gente. Se revisa el modelo educativo en Finlandia, uno de los países más avanzados en pedagogía, que propone métodos simples que funcionan. En San Francisco se recicla el 80% de la basura, y el reciclaje es una obligación legal. Lo increíble es que las decenas de historias que Mañana cuenta son sólo gotas en el mar de esfuerzos que se están dando en el mundo. Yo hubiera buscado a Elon Musk para hablar de autos que no necesitan gasolina y paneles solares, pero quizá él no necesita más publicidad, en cambio las personas que componen el mosaico que eligieron son gente común y corriente tratando de sobrevivir y de forjar un mejor futuro, con esfuerzo y dedicación, porque nada de lo que plantean es fácil.

Los directores son Cyril Dion, un activista dedicado a organizaciones no gubernamentales, y la esplendorosa Mélanie Laurent, quien no sólo fue una de las protagonistas de Inglourious Basterds de Tarantino, sino que además dirigió Respira, una laureada cinta de ficción.

Mañana no cambiará el mundo por sí sola, pero puede provocar que mucha gente se ponga manos a la obra y acompañe a quienes ya están trabajando por disminuir las emisiones de CO2 en la atmósfera, o fortaleciendo el consumo local en medio de una economía global que está acabando con los recursos naturales. En México puedo mencionar el Huerto Roma Verde o Cherán, municipio autónomo y sin basura, ejemplos en el mismo tenor que las historias propositivas que exploran Laurent y Dion. 

Mañana busca un salto de conciencia colectivo, pero quizá su mayor virtud es lograr que el espectador pase un rato ameno mientras reflexiona. Ir al cine a pasarla bien y recargar energías para un futuro cada vez más incierto.

Estreno en México el viernes 26 de agosto en salas de todo el país: una mezcla de las grandes cadenas de exhibición con salas o cine clubes locales, otra muestra de existencias complementarias.

 

 

Twitter del autor: @jpriveroll