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La revaloración de las emociones como una parte constitutiva del ser humano ha dado lugar al reconocimiento de otro tipo de inteligencia

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Imagen: Jean Cocteau, "Autorretrato" (serie Le mystère de Jean l'oiseleur, 1924)

En años recientes el concepto de “inteligencia emocional” ha ganado popularidad como una forma de dar nombre a ese otro tipo de inteligencia que se dirige hacia las emociones. Como sabemos, históricamente la idea de inteligencia ha estado asociada a la racionalidad y sus derivaciones: el pensamiento lógico, la capacidad de análisis, la habilidad espacial, etc. Las emociones, por el contrario, por mucho tiempo se han considerado como otro componente del ser que parece estar en conflicto con la razón, como si el curso recto de ésta se contaminara por la irrupción del amor, el odio, la ira, la felicidad, la angustia y otras emociones.

Esto, sin embargo, es contradictorio con la naturaleza misma del ser humano y los elementos que nos integran como personas. Querer extirpar nuestras emociones sería como querer vivir sin nuestros pulmones o sin un brazo: sin una parte importante que nos constituye y cuya importancia en nuestra existencia no podemos subestimar (como no menospreciamos la función de nuestro hígado, por ejemplo).

A continuación compartimos cinco rasgos de las personas con una inteligencia emocional desarrollada, presentados de manera tal que exponemos también las posibles implicaciones positivas de cada uno.

 

1. Hablar y escuchar

“Rápidos para escuchar y lentos para hablar”. A manera de adagio, esta parece ser una de las principales cualidades de las personas emocionalmente inteligentes. Escuchar es algo que no muchas personas saben hacer, porque implica reconocer al otro, darle un lugar, considerarlo como un sujeto de cualidades propias, con una cosmovisión distinta a la nuestra —y, con todo, próximo. Para hablar, por otro lado, es necesario tener claridad de nuestro mundo interno, de lo que somos, lo que queremos, lo que nos disgusta, aquello ante lo cual podemos ceder o aquello que nos parece irrenunciable, y también tener en cuenta al otro, intuir qué puede escuchar y qué no, en qué registros se mueve, cuál es su contexto, etc. Escuchar y hablar, en ese sentido, son movimientos dialécticos de la subjetividad, la nuestra y la del otro, que se ponen en juego en el campo del lenguaje.

 

2. Reconocer cuando es momento de retirarse

De acuerdo con la psicología, otro rasgo importante de la inteligencia emocional es darse cuenta del momento o las circunstancias en que es mejor dar un paso atrás, reconocer que estamos equivocados, que cierto procedimiento no nos llevará al resultado esperado, que alguien no puede darnos lo que queremos, etc. Pero no se trata de una retirada derrotista sino, más bien, de una retirada estratégica, por decirlo de alguna manera, una retirada que paralelamente nos sirve para hacer una pausa y observar, escuchar, ponderar mejor la situación y contexto en que nos encontramos.

 

3. Manejo de las emociones

En Occidente existe una tradición antiquísima del “autocontrol” y el dominio de sí. En la filosofía platónica, por ejemplo, se habla de la “sophrosyne”, que en oposición a la “hybris” se refería a la capacidad de moldear el carácter hacia la contención, la templanza y más. Esto, sin embargo, también encontró una forma disciplinaria cercana a la autocensura, la negación de las pasiones y el acotamiento de los impulsos, lo cual deviene en consecuencias poco deseables para el sujeto. Más que al control, sería mejor que la comprensión de nuestras emociones estuviera orientada al otorgamiento de su justo lugar: no es que neguemos que estemos enojado, sino, por el contrario, darnos cuenta de que la ira nos tiene tomados, volverlo consciente y a partir de ese punto deconstruir la emoción para que no nos lleve a un lugar en el que no deseamos estar.

 

4. Sentido del humor

Casi como un dicho popular se dice que el sentido del humor es signo de inteligencia, una afirmación que quizá no puede generalizarse pero que, por otro lado, también podemos corroborar con cierta facilidad con ejemplos reales. Tomarse todo en serio es, en cierta forma, tomarse todo literalmente, no ser capaces de entender que algo puede ser metáfora de otra cosa, que el mundo es un campo abierto con una multiplicidad casi inabarcable de sentidos. El humor aligera, abre, da aire, es como otro rostro nuestro que de pronto puede ser más auténtico que aquel que damos al mundo cotidianamente.

 

5. Aceptar una crítica

Como en la cualidad de la escucha, estar abiertos a la crítica es, por decirlo de alguna manera, estar abiertos al otro, darle un lugar dentro de nuestra vida y nuestras acciones, menos bajo la forma del poder (que puedan opinar, que puedan criticar, etc.) y más bien desde la distancia inherente al otro: el otro es alguien más que entiende el mundo de otra manera.

 

Imagen de la portada: Brian Rea