Hay que cultivar nuestro jardín
Voltaire
Condicionada desde temprana edad a percibir la vida como tragicomedia, solo apreciaba las manifestaciones burdas como trascendentales. Así vivo en la espera de catarsis (si no llega la provoco), y suelo dejar pasar la impecable sutileza que (se y me) siembra en silencio.
Reaccionar es fácil.
Quedarse quieto, observar y luego ser, en nuestro día a día, no tanto.
Sin embargo, ahí, en ese exquisito y discreto silencio, sucede la magia.
Lentamente, serenamente, nuestros paradigmas arden. El cambio, esa constante de la vida, está siendo. No hay apocalipsis majestuoso, solo cotidianidad, esa que sutilmente va tejiendo nuevas narrativas. La “realidad”, como todo sistema, depende y requiere de todos sus elementos para desdoblarse. Se moldea y (se) transmuta según cada una de las entidades que la conforman lo hacen. Somos su trazo, y al sucedernos vamos mutando nuestro entorno, segundo a segundo. Es, simplemente, la totalidad de nuestros actos. Ellos nos moldean a nivel individual y así nos ramificamos como sociedad.
Mientras aprendo a distinguir el territorio del mapa, me es más evidente nuestra unicidad. Entre más yo me asumo, mis fronteras se me revelan cada vez más tenues. Somos uno, pero no lo mismo. Impecables e infinitas manifestaciones de un mismo vacío. Entre más me observo y me hago responsable de todos mis yo’s y la pluralidad de sus manifestaciones, más impecablemente e íntegramente puedo ser yo.
Yo soy otro tú, y no quiero ser tú. Solo así tú puedes ser otro yo.
Ahí, se reinventa la noción de común-unidad desde su núcleo más intimo. Al observar lo que es, puedo ser lo que soy, y permitir que todo siga fluyendo tal cual es, la suma de todas sus partes. Se trata de hacer no de buscar, actuar no reaccionar, compartir no vender, sumar no competir, y sobre todo de ser, no de pretender.
Está(mos) sucediendo(nos) ahora.
Somos al fin y al cabo solo la suma de nuestros actos.
Solo el acto se vuelve trazo.
Twitter de la autora: @ellemiroir