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Estas son las conductas sexuales masculinas que impiden la evolución del placer, según una letrada dominatrix

AlterCultura

Por: Luis Alberto Hara - 01/30/2015

El hombre también ha sido víctima del patriarcado y sus conductas atávicas (y retrógradas) hacen que sigamos sufriendo la sexualidad; la posibilidad del éxtasis sexual y el compañerismo emocional está del otro lado de estas taras

Screen shot 2015-01-30 at 12.14.03 PMMargaret Corvid es una dominatrix que recibe clientes masculinos que buscan explorar roles sexuales que son tabú en la sociedad. Como tal parece ser una buena psicóloga de la sexualidad masculina, sus taras y sus represiones. Escribiendo para la revista The New Statesman, Corvid advierte que: "mientras el patriarcado perdure, los hombres nunca serán libres de expresarse como en realidad son, y tratar a las mujeres como deberían de ser tratadas". Aquí ya detectamos quizás el gran problema de la sexualidad patriarcal, que en su supuesta dureza y perenne afirmación de su fuerza, niega la expresión de sus sentimientos y el valor mismo de las emociones y de la sensibilidad.

Esto es lo que nuestra sociedad espera sobre un hombre, según Corvid:

Se espera que pueda presentar un aspecto masculino en su apariencia, gusto y hábitos. Se espera que sea seguro de sí mismo, extrovertido, social y que sepa pelear. Los hombres son socializados para desear un tipo específico de mujer, casarse, tener hijos y ser los proveedores de una familia. Se espera de un hombre que sea completamente heterosexual y monógamo. Y aunque la sociedad le tiende una rienda más suelta que a las mujeres... sólo se le permite penetrar, no ser penetrado; controlar, pero no entregarse; disfrutar de la gracia y de la sensualidad femenina, pero nunca mostrar esas características él mismo.

Este modelo hoy en día claramente resulta anticuado, pero no sólo a luz del feminismo y los derechos de género, sino porque lo que un hombre recibía a cambio por encajar en este paradigma de la masculinidad ya no está disponible de la misma forma. La sociedad es mucho más compleja y si bien sigue propagando estos modelos atávicos que programan nuestra sexualidad, en su interior y sobre todo en sus bordes más fluidos, esta rigidez ya no rinde dividendos sino que crea conflictos y nos enfrenta con una insoportable represión. Ser así antes era una buena fórmula para que un hombre obtuviera la esposa deseada, una familia, dinero y sobre todo para sentirse cómodo con su visión de mundo; hoy en día esto ya no es así. Lo cual, al parecer está incrementando la cultura de la violación y a una horda de hombres enojados. En la mente de estos hombres, la mujeres son las cadeneras de la sexualidad y esto les frustra:

En algún nivel sienten que las mujeres los están privando del sexo que merecen y sienten rencor porque, en su mente al menos, tienen que librar tantos obstáculos para obtenerlo. Algunos, sospecho, piensan que no hay forma de "obtener" sexo sin torcer las esquinas, con mutuo consentimiento, y resienten que el feminismo ha hecho que esto sea más difícil.

Ante esta frustración, la solución parece ser la aceptación. Aceptar la evolución de la sexualidad femenina, pero sobre todo despojarse del lastre del patriarcado que no sólo afecta a las mujeres, es una losa profunda sobre la psicología masculina. La visión de impotencia ante mujeres que detentan el poder del sexo y que ya no se pueden seducir u obligar a entregarlo con los viejos trucos del patriarcado se puede fácilmente mitigar si tan sólo el hombre abraza su propia sexualidad. Es decir, es necesario liberarse de la idea paralizante de que la sexualidad sólo es penetrar a una mujer. El hombre debe aprender en este sentido de la mujer que disfruta, tanto o más que la penetración, el coqueteo previo, el tacto de todo el cuerpo y toda la gama de sensaciones que provee el mundo natural. Ampliar el foco del sexo de los genitales para incluir a todo el cuerpo, incluyendo el cerebro y el corazón. El hombre debe erotizarse con el mundo y erotizar su mundo (el Sol, el agua, la piel, los sonidos, los aromas: una pansexualidad). Esto significa también entrar en contacto con y expresar sus emociones (lo cual es un paso vital para poder realizar sus fantasías políticamente incorrectas y liberar añejas represiones). Llevar su sexualidad al mundo cotidiano, extender lo íntimo; esto significa, para temor de muchos, reconocer la sexualidad que existe entre amigos y familiares. Para el ejercicio pleno de la sexualidad es necesario integrar la sombra de la homofobia y de alguna manera volverse vulnerable: dejarse penetrar y poseer por el mundo también. Por otro lado, como observó el psicólogo James Hillman, tradicionalmente los hombres más creativos son los que tienen ciertos rasgos afeminados o que al menos no reprimen ese aspecto; las mujeres más creativas tienen más desarrollado su aspecto masculino. En la alquimia, la gran obra era representada con la figura del hermafrodita (Hermes y Afrodita), la unión de los opuestos, no sólo en una pareja sino dentro de cada uno. 

Aquí podemos hacer una especie de paréntesis para recordar que las relaciones de pareja son algo que ha cambiado con el tiempo y que en realidad el concepto del amor (romántico) que tenemos es algo relativamente nuevo y revolucionario. La palabra "amor" empezó a usarse en la Provenza alrededor del siglo XII para describir una nueva emoción asociada con la pasión delicada y el cortejo afectivo. Esto es el amor cortés; se ha argumentado que el amor como lo conocemos, galantería, cortejo, seducción, sensualidad y gentileza del corazón en realidad no existía hasta esa época, en la cual se desarrolló una nueva sensibilidad y un nuevo lenguaje para dar realidad a esta emoción. El poeta Robert Bly escribe: "La Iglesia sintió que los admiradores de Amor eran enemigos, y la adherencia a Amor fue una de las razones por las que la Iglesia lanzó la Cruzada Albigense, que destruyó efectivamente la cultura provenzal. Podemos decir hoy que el hombre que sintió Amor se hizo transparente al "Gran Femenino", sin tener que negar su masculinidad o convertirse en una imitación de la mujer".

En el famoso libro The Femenine Mystique de Betty Friedan, se dice: "me di cuenta que los hombres no eran los enemigos --eran víctimas también, sufriendo de modos obsoletos de mística masculina que los hacían sentir innecesariamente inadecuados cuando no había osos que matar". Corvid recoge esta idea de pareja, un modelo de pareja con diferenciación: "Las feministas deben de hacer saber esto... sólo cuando el feminismo logré canalizar la ansiedad masculina, en vez de convertirla en enojo, la podremos transformar en solidaridad y esperanza".

El regreso añorado a la sexualidad sagrada, a la sexualidad de Pan y Afrodita, la sexualidad sensible a la belleza del mundo y a la cualidad del momento, parece estar muy lejano a nuestra realidad. Sin embargo, esta es una de las fantasías dominantes del patriarcado: el paraíso como un lugar de placer perpetuo, lleno de dulce erotismo y comunión extática. Paradójicamente cualquier acercamiento a esa fantasía, de manera colectiva o individual, requiere de la renuncia de la conciencia patriarcal; el hombre que quiere acercarse al éxtasis femenino necesita abrirse y entregarse al mundo, reimaginar la sexualidad ya no como un bien que se obtiene sino como una experiencia que se comparte, que nace naturalmente de una forma de ser.