¿Sirve de algo comparar al PRI con los nazis (además de ser divertido)?
Por: Javier Raya - 11/13/2014
Por: Javier Raya - 11/13/2014
Cuando fungía como asesor de la Electronic Frontier Foundation, Mike Godwin describió lo que con el tiempo sería llamada la ley de Goldwin, o regla de analogías nazis de Godwin. En los foros de Usenet de 1990, Godwin notó que las discusiones caducaban cuando alguno de los participantes hacía mención a los nazis o a Hitler. Después de todo, no hay nada "peor" que Hitler o el nazismo, al menos en el imaginario popular, por lo que utilizarlo en un argumento podría servir como hipérbole (caso extremo), o para desprestigiar al interlocutor (incurriendo así en una falacia ad hominem). El principio de interacción social de la ley de Golwin podría englobarse en la siguiente proposición:
A medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.
Aplicado en un lenguaje de programación, la ley de Goldwin permite establecer patrones que automatizan ciertas interacciones en foros, como cerrar un hilo cuando aparezca una referencia nazi, no permitir más comentarios o abrir un foro nuevo para que la discusión se califique como off-topic (fuera del tema).
En el actual debate sobre la responsabilidad del Estado mexicano en la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, Carlos Fazio publicó un texto sobre las implicaciones simbólicas de las desapariciones forzadas y el extremismo político en la Historia reciente. Desde su mismo título, Murillo Karam y la solución final, deja pocas dudas de su horizonte conceptual. Textos como Contra la degradación humana de Lilián López Camberos retoman la misma analogía entre la situación actual del país y el nazismo, mientras que Sergio Aguayo en entrevista acepta como eje de referencia la comparación entre la simbología y actuar de los grupos de sicarios del crimen organizado con las guerrillas de Medio Oriente, en especial con el Estado islámico, al igual que con los grupos supremacistas raciales de EU.
El pensamiento político mexicano se ha nutrido ávidamente del recurso de la caricatura y el ridículo; lo cual despoja a las ideas verdaderamente transformadoras de toda posibilidad de prosperar. Al regodearnos en el escarnio corremos el riesgo de obstruir la reflexión, aquella que pueda dar cuenta del problema real en el que estamos metidos y que articule soluciones para superarlo. Por más que estemos tentados a hacer emerger las comparaciones entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, la caricaturización del problema es de poca ayuda cuando este ya está bien identificado y es demasiado –insoportablemente—conocido: nuestra propia incredulidad frente a los cambios. Frente a la evidencia, al que esté dormido más le valdría despertar.
Carpetazo y origen del #YaMeCansé
Quizá, la ley de Goldwin también sea aplicable en esta comparación entre el estado actual del país (una ciudadanía desvalida de todo apoyo institucional descifrando cómo organizarse para resistir a un Estado inepto que no garantiza la procuración de justicia y aplica el terror con fines políticos, y la inseguridad producto del crimen organizado que aplica tácticas de terror con fines económicos) —y no precisamente porque la comparación misma resulte excesiva, sino demasiado apropiada.
La versión oficial que el procurador de la república, Jesús Murillo Karam, estableció con respecto a las investigaciones sobre el paradero de los 43 se difundió en el comunicado del pasado 7 de noviembre (según la cual los 43 estudiantes habrían sido entregados a sicarios de Guerreros Unidos, quienes los trituraron y quemaron en un basurero de Cocula, y cuyos restos estarían siendo enviados en estos momentos a un equipo austriaco) ya fue desmentida por los peritos forenses argentinos y rechazada de plano por los padres de los normalistas. (El procurador también incurre en falsedad al decir que "Iguala no es el Estado".)
En el texto de Fazio, la “solución final” (nombre dado por el régimen nazi al exterminio en masa de judíos europeos en los campos de concentración), la comparación de la PGR con el nazismo se establece gracias al terror como instrumento de Estado, que entre otras técnicas, aplica la desaparición forzada para establecer un clima de incertidumbre. En el caso del PRI y las instituciones actuales, podemos pensar que el terror se ha estilizado hasta un simple gesto burocrático: el “carpetazo”, el clásico cierre abrupto o ruptura de asamblea que marca el momento en que el PRI se lava las manos. La actuación de la procuraduría, según Fazio, fue:
Pensada para el consumo de masas, la novelesca actuación del procurador −con sus dislates histriónicos y el carpetazo del caso incluidos− remite al Decreto noche y niebla (Nacht und nebel erlass) del führer Adolfo Hitler, del 12 de diciembre de 1941, reconocido como el primer documento de Estado con órdenes para detener-desaparecer personas de manera furtiva o secreta, bajo el cobijo/ocultamiento de la oscuridad y la niebla. El decreto fue complementado por otros del mariscal Wilhelm Keitel, que especificaban cómo debían hacer desaparecer a personas sospechosas de resistir la ocupación nazi en Europa: sin dejar rastro de su paradero y sin proporcionar información alguna a sus parientes.
Murillo Karam terminó abruptamente la conferencia con la frase “Ya me cansé”, indicando que no aceptaría más preguntas. Si no mal recuerdo, la conferencia de prensa duró poco más de una hora, pero la reacción en redes sociales fue inmediata: a una semana del evento, el trending topic #YaMeCansé ha subido y bajado en Twitter, pero se ha mantenido flotante. Este me parece un fascinante ejercicio de apropiación: tomar al pie de la letra la palabra del amo o del poderoso y revertirla, utilizarla en su contra.
Parafraseando un tema de Philip K. Dick: quien controla el significado de las palabras controla a aquellos que las usan. En México, el crimen de Estado se llama "estado de derecho". Los nazis cambiaron el significado de la palabra pueblo para poder indicar qué sujetos concretos entraban en la colectividad nazi, y cuáles la amenazaban. Desde hace por lo menos medio siglo, estudiante tiene una connotación criminal en México, y al menos dos miembros del gabinete actual de Peña Nieto (el procurador de justicia Murillo Karam y el secretario de gobernación, Osorio Chong) han sido firmes opositores de las escuelas normales, y han trabajado desde el Estado para limitar su acción.
Pero el ensayo general del fin del mundo montado por el régimen nazi abrió la puerta para que una justicia que se presume planetaria (y cuya administración pasa por la ONU como árbitro) impidiera nuevos crímenes contra la humanidad. Aplicando el Estatuto de Roma –que forma parte de la regulación de la Corte Penal Internacional en cuanto a los más graves crímenes de derechos humanos, y vigente en desde el 2006—podría establecerse que el Estado mexicano ha incurrido en violaciones al artículo 7, “Crímenes de lesa humanidad por asesinato, privación grave de la libertad física, tortura, persecución y desaparición forzada de personas por parte del Estado”. Por “desaparición forzada de personas”,
se entenderá la aprehensión, la detención o el secuestro de personas por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido de la negativa a admitir tal privación de libertad o dar información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un periodo prolongado.
El mundo antes de 1945 no tenía las herramientas jurídicas internacionales de las que disponemos hoy. Nuestra situación hoy nos impide victimizarnos, pues no estamos totalmente en ascuas frente a la pregunta ¿qué hacer?, tan pertinente hoy como siempre. La pregunta de nuestros días es cómo hacer, cómo organizarnos, cómo utilizar las herramientas jurídicas y la participación ciudadana, en cuya apatía el gobierno confiará para dejar correr el tiempo.
La destitución del presidente, solicitada formalmente en cada marcha desde que EPN asumió el cargo, no es sino uno de los elementos necesarios para comenzar un verdadero ejercicio de reconstrucción nacional. El clamor de la prensa mundial, al igual que el de artistas, intelectuales, aficionados que viven la intensidad del futbol, intelectuales y mexicanos en el extranjero –quienes se han manifestado ejemplarmente en diversas embajadas del mundo-- por los 43 de Ayotzinapa debe ejemplificar no una actitud, sino un límite.
#YaMeCansé es –así lo creo-- ese límite: ese agotamiento y esa frontera, ese eje de permisividad y de punto de partida de lo posible. Esa subjetividad sin atributos que Giorgio Agamben describió en La comunidad que viene: un plural más extenso que las cualidades, nutrido de una diferencia contra la cual el Estado se haya impotente. La gente entra en el porvenir (el á-venir derrideano, lo previsible, y al mismo tiempo, lo inevitable: el movimiento mismo del tiempo o su ilusión) más rápidamente que los gobiernos, aunque sean estos quienes establezcan las coordenadas oficiales de la Historia.
Por eso, precisamente, es necesario abandonar los paralelismos entre el PRI y los nazis, por más espeluznantes o precisos que puedan parecer. Corremos el riesgo de mitificar la actuación del Estado mexicano al asimilarla a lo que Claudio Lomnitz designa "Estado omnipotente". La ley de Goldwin nos indicaría que estamos trivializando simbólicamente una situación que debe defenderse legalmente, pero no institucionalmente.
Además, si nos dejamos llevar una vez más por la rabia y decimos que Enrique Peña Nieto es Hitler, tendríamos que colocarnos lógicamente en el lugar de los ciudadanos alemanes durante la guerra, que evitaron conformar una oposición.
El "ellos" en que enclaustramos a la clase política (y por el cual la excluimos de un sentimiento colectivo de "nosotros", los afectados de todo tipo por la violencia y la impunidad) la mitifica, la fija en las coordenadas de la tragedia, abortando la participación democrática que de otro modo podría cambiar el estado de cosas.
No sobredimensionar al mal, no mitificar el poder: la banalidad del mal de Hannah Arendt es, en realidad, la toma de conciencia por la que le devolvemos al criminal su papel de criminal, y le negamos el papel de víctima o de monstruo. Por ese mismo movimiento, estaremos en posición de ver a los 43 de Ayotzinapa no como mártires, héroes o pretextos para que los movimientos sociales en México se organicen: estaremos en posición de verlos como estudiantes, con el mismo derecho a ser llorados que los más de 120 mil muertos y 20 mil desaparecidos. Los padres de los normalistas han hecho un trabajo extraordinario al presionar al gobierno en la rendición de cuentas y en activar por cauces insospechados la participación ciudadana. Correríamos un riesgo enorme de tomarlos a ellos como vanguardia, pero su sentido común --o bien, su sentido tan poco común de justicia-- es inspirador en un momento en el que la desesperanza y el cinismo son un lujo y una tentación.
Twitter del autor: @javier_raya