David Hamilton, Retrato de Melanie Thierry, 1982
La belleza es algo relativo. A pesar de que para muchos de nosotros nuestro gusto personal pueda parecer como una medida universal, en realidad los preceptos varían de acuerdo a las circunstancias socioculturales. Y si bien cada época y cada contexto suele tener sus propios cánones de belleza –un fenómeno que parece estar extinguiéndose desde que las fábricas de estereotipos tipo Hollywood comenzaron a "universalizarse"–, existen ciertas cualidades físicas o incluso anímicas que, a lo largo de la historia, mantienen una sensualidad perenne.
Desde hace siglos, la melancolía ha sido un vehículo de sensualidad. Las razones para explicar esto seguramente tocan múltiples planos de la naturaleza humana, desde resquicios psicológicos y destellos culturales hasta ciertas emociones arquetípicas que este estado, proyectado en otra persona, nos detona. Pero en todo caso resulta apasionante constatar cómo, a lo largo del tiempo, el rostro y la actitud que emanan un sabor melancólico son propios de figuras consideradas particularmente atractivas.
En línea con esta reflexión, podríamos tratar de detectar aquellos ingredientes propios de un estado melancólico que pudiesen derivar en ese seductor coctel que muchos apreciamos:
Misterio: Por un lado parece innegable que una persona melancólica emite un halo asociado con el misterio, algo ocurre en esas personas que es difícil de descifrar.
Ternura: También podríamos hablar de la capacidad de dicho estado para despertar una cierta ternura, lo cual en caso de que el receptor sea una mujer y el emisor un hombre, podría aludir a un sentido maternal.
Empatía: La melancolía sugiere, como bien señala un artículo del sitio Philosophers Mail, que aquella persona que la experimenta "está en contacto con las dificultades de la existencia", algo que estimula una particular dosis de empatía que, mezclada con otros psicoalicientes, puede tornarse en algo sumamente atractivo.
Extravío: La mirada perdida, estática, penetrante, propia de un estado melancólico, incita a la exploración del otro, tiene que ver con el misterio pero también con una sensación de que la persona tal vez no está aquí, y quizá en el fondo nos gustaría poder regresarla.
Vulnerabilidad: Asociado a la ternura, existe en los melancólicos un dejo de vulnerabilidad que puede fácilmente considerarse como algo excitante.
A continuación una serie de retratos de distintas épocas que enmarcan la sensualidad propia de la melancolía:
Fotografía de Karla Read, 2008
Thomas Eakins, Retrato de Miss Amelia C. Van Buren, ca. 1890
Retrato de Ian Curtis (fundador de Joy Division)
Edward Hopper, Eleven AM, 1926
Dominique Ingres, La gran odalisca, 1814
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