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Investigadores descifran los complejos procesos detrás de las colisiones galácticas que provocan algunos de los más apasionantes espectáculos del universo

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Difícil pensar en un fenómeno que ilustre con más nitidez el oxímoron entre belleza y destrucción que la colisión de galaxias. La inabarcable intensidad que envuelve a estos eventos es proporcional a su intrincada estética, proceso que termina en un pulso de belleza explosiva (literalmente).

Pero, ¿qué ingredientes se requieren para que ocurra esta fiesta de texturas y ánimos?

Más allá de factores como la densidad, la presión y el gas,  al parecer existe un elemento determinante para que pueda generarse esa pirotecnia que tantas veces hemos disfrutado gracias a fotografías astronómicas: la turbulencia.

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Dentro del proceso de formación de una estrella, existe una fase en la que las nubes de gas son batidas en vórtices caóticos, particularidad que responde al influjo de la turbulencia. Pero aun tomando en cuenta esto, se mantenían varios cabos sueltos alrededor de la violenta gestación astral.

Recientemente, un grupo de investigadores franceses logró simular una colisión entre dos galaxias Antennae. Mediante este ejercicio comprobaron que se produce una especie de turbulencia compresiva, que comprime las nubes de gas hasta alcanzar los niveles suficientes de densidad para que se detonen fusiones en múltiples puntos –secuencia que eventualmente deriva en las magnas explosiones que asociamos con los choques entre galaxias y la posterior creación de estrellas.

Los argumentos técnicos detrás de este fenómeno no dejan de ser interesantes, y más si los asociamos con la sublime consecuencia que manifiestan. Sin embargo, nada como simplemente entregarte a ese instante visual, como eco arquetípico del nacimiento de la materia y la transformación de energía, en el cual, con el azar a favor, florece la belleza original. 

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